Amigos, no hay amigos

A las amistades auténticas, las que han sido forjadas en el crisol del tiempo

Hace unos días asistí al funeral de un buen amigo. Me llamó poderosamente la atención la ausencia del grupo de referencia de mi amigo en la institución donde trabajó a lo largo de los años. Ese grupo se reunía diariamente para comer con el difunto. Inmediatamente pensé en aquella frase que se le atribuye a Aristóteles, referida por Diógenes Laercio y Montaigne: «Amigos, no hay amigos». Sé que la exégesis correcta de la frase alude a que quien tiene muchos amigos, en realidad no tiene amigos. Esto contrasta con aquella pegajosa canción «Un millón de amigos» de Roberto Carlos. Pero en ese momento no me ceñí a la interpretación certera de la frase, sino que la recordé de manera literal: «Amigos, no hay amigos». ¿Dónde están aquellos que todos los días compartían el pan y la sal con su compañero? La amistad implica haber «consumido juntos mucha sal», vivir largo tiempo en estrecho contacto, tal como lo manifestó el mismísimo Estagirita. (Aristóteles, Ética Nicomáquea, Libro VIII, 3)

Vayamos al detalle. Diógenes Laercio, el historiador de los filósofos, señala en su apartado sobre Aristóteles lo siguiente: «Dice Favorino en el libro II de sus Comentarios, que solía decir muchas veces: “¡Oh amigos! No hay ningún amigo”». (Laercio, Diógenes, Vidas de los filósofos más ilustres, Libro V, Aristóteles). Montaigne abunda en la explicación de la frase. En sus Ensayos afirma: «Quilón decía: “Ámale como si algún día tuvieras que odiarlo; ódialo como si algún día tuvieras que amarle”. Semejante precepto, abominable en una amistad soberana y dominadora, es saludable en las amistades ordinarias y corrientes, respecto a las cuales procede citar la tan frecuente sentencia de Aristóteles: “¡Oh, amigos míos! No existe amigo alguno”». (Montaigne, Ensayos completos, Capítulo XXVII, De la amistad). La frase señala con su dedo flamígero a las seudoamistades, y Montaigne expresa con destreza las características de las amistades auténticas.

Este tipo de amistades debe ser «puro». Montaigne lo señala a propósito de la profunda amistad que experimentó al lado de Esteban de La Boëtie. Ya es un lugar común citar aquellas magníficas palabras del pensador francés: «Si me preguntan por qué amé a mi amigo, contestaré del único modo que ello puede expresarse: “Porque él era él y yo era yo”». Entre Montaigne y La Boëtie no existía ni el suyo ni el mío: «Nuestras almas tenían una unión tal… que no sólo yo conocía la suya como la mía, sino que voluntariamente me hubiese fiado de él más que de mí mismo». (Ensayos, Capítulo XXVII, De la amistad). En este tipo de amistad, los amigos se entregan el uno al otro de modo que no queda nada que repartir con otros.

Volviendo a la exégesis inicial, en la edición de Vidas de Diógenes Laercio, que Isaac Casaubon (1616) pergeñó, se puede leer «Hö phíloi, oudeís phílos», es decir, «Aquel que tiene (muchos) amigos, no tiene ningún amigo». No debemos llamarle cena a cualquier taco, perdón por el coloquialismo. La amistad requiere dedicación y, desgraciadamente, escasea. He de darle el crédito a Giorgio Agamben por este hallazgo.

Francesco Alberoni, el sociólogo italiano del amor y la amistad, murió hace un año a una edad avanzada. Su libro La amistad seguirá siendo un referente obligado para este asunto tan urgente en un mundo ayuno de vínculos sólidos. La liquidez de la que habla Bauman es el signo de nuestro tiempo. En este texto aportó las siguientes definiciones de amistad a las que seguiremos recurriendo constantemente: «la amistad es una filigrana de encuentros, es la forma ética del amor y es una solidaridad seriada». Pensemos en el contenido de estos conceptos y vivamos con autenticidad este lazo tan vital para nuestra existencia. En otros espacios he explicado las nociones «alberonianas» en torno a la amistad. La filigrana de encuentros en que consiste la amistad implica tiempo y trato. Pero no necesariamente el contacto frecuente alumbra el milagro de la amistad. Ella implica reciprocidad, comunicación, sinceridad, lealtad, confianza y respeto. Así como María Zambrano afirmó que «la envidia es el mal sagrado», nosotros aseguramos que «la amistad es el bien sagrado». Múltiples refranes aluden a la excepcionalidad de la amistad. Aquí dos: «Amigo verdadero, mosca blanca y cisne negro» y «Conocidos muchos, amigos, casi ninguno».

Referencias:

Agamben, Giorgio, La amistad, Trad. de Flavia Costa, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2005.

Alberoni, Francesco, La amistad, Trad. de Beatriz Anastasi de Lonné, Gedisa, Col. Libertad y Cambio, 4ª. edición, Barcelona, 1994.

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