Uno montado en su caballo y protegido por una pesada armadura; el otro, de atuendo emplumado, con ligereza ha brincado sobre el invasor. En aquel lance, que seguramente debió haber sido sorpresivo, el yelmo del jinete es echado hacia atrás por la mano del hombre águila que le empuja por el cuello. El corcel, retorcido en el aire, hace intentos por no caer; será inútil, pronto estará en el suelo mexica. Entre estos dos guerreros no habrá vencedor. La espada del europeo atraviesa el cuerpo del guerrero azteca, y la afilada lanza de éste ha ensartado por la garganta al ibérico, una punta mortal asoma por la nuca. Alrededor de ellos el fuego, la destrucción, la sangre, el frágil penacho de Cuauhtémoc, el choque cultural que dará origen a una nueva patria. Se trata del hermoso mural La fusión de dos culturas, de Jorge González Camarena, exhibido en una de las salas del Castillo de Chapultepec.
El choque de civilizaciones, la historia confirma, puede ser brutalmente destructivo. O no. Hoy les quiero contar lo que pasa en Tijuana y San Diego, en la frontera de dos mundos divididos por una línea puesta a capricho, como suelen ser las fronteras, para marcar la vida de quienes quedan a sus lados, cada uno con su idioma, historia, mitos y bandera. Se trata de la frontera más transitada del planeta, un territorio culturalmente alejado del centro de México. Una zona progresista, innovadora y pujante, que hoy construye una comunidad desbordante.
Como brazo de una enredadera que no sabe de pasaportes y absurdas visas, un puente sale del aeropuerto internacional de Tijuana y va a dar al lado norteamericano. Es también una osadía, una idea que alguna vez retó todas las posibilidades y hoy es una realidad. El llamado CBX (Cross Border Xpress) es más que una forma rápida de «cruzar al otro lado», como le dicen en la zona donde el lenguaje espacial es parte de todos los días. Es una obra que unió las voluntades de empresarios mexicanos y norteamericanos, y sus respectivos gobiernos. Un ejemplo de lo que la colaboración binacional puede hacer en aras de construir comunidad.
Escribo desde Los Cabos, Baja California, donde coincido en la mesa con un personaje singular. Se llama Malin Burnham, un republicano que a sus 94 años ha vivido siempre en el mismo código postal. Lejos del etnocentrismo que uno podría esperar, se trata de un visionario asombroso. No sólo porque a su edad parece al menos 10 años menor y su lucidez es espléndida, asombra porque es un artífice de comunidades y ha sido el impulsor, del lado norteamericano, para que San Diego de la mano de Tijuana, recientemente ganaran la distinción, rebasando a Moscú, como la Capital Mundial del Diseño para el año 2024. Se trata de una histórica designación binacional y la primera vez que una ciudad en Estados Unidos obtiene el distintivo de un movimiento mundial que exhorta a ver el diseño como una forma de pensar, innovar, inspirar y solucionar problemas sociales.
Del lado mexicano cabe mencionar a don José Galicot, cuyo activismo para estrechar comunidades es un ejemplo, en el que un nuevo puente reafirma su vocación de pontífice incansable. Hace poco más de una década, osó crear un movimiento social y cultural que ha cambiado el posicionamiento de una ciudad. Tijuana Innovadora es el resultado de la complicidad de José Galicot, Malin Burnham y muchas otras voluntades, en un territorio que ya empieza a ser nombrado como «Calibaja».
Escucho hablar a Malin Burnham con la convicción de quien ha recorrido la historia, el futuro y viene a darnos respuestas. En un momento dado dice: «dos ciudades, una comunidad». Minutos después me entrega su tarjeta personal y me deja pasmado. En el reverso, los datos de rigor; en su anverso, una frase: «Community before self» (La comunidad antes que uno) y asegurándose que la lea, me dice: «éste soy yo». De pronto estoy en medio del hombre que se contiene a sí mismo en tres palabras que caben en una tarjeta, aunque son tan grandes que cruzan fronteras sin necesidad de pasaporte, y del otro lado el anfitrión de la cena, José Galicot, cuya visión y capacidad de hacer que las cosas sucedan sólo es entendible visitando esta zona del planeta. Las fronteras son las cicatrices inútiles del mundo, pensamientos que se derriban con otros pensamientos.
Fuente: Reforma