La detención en Estados Unidos del general Salvador Cienfuegos es un grave acontecimiento. No deben anticiparse sentencias, menos con un militar del más alto rango. Sin embargo, independientemente de lo que resulte del juicio, lo que ocurre ha sido responsabilidad de los civiles y más específicamente de los tres últimos presidentes.
Al Ejército se le han asignado tareas que no le corresponden, resultado del fracaso en materia de seguridad pública, por la incapacidad de las policías bajo mando civil. Asimismo, los presidentes abandonaron —por ignorancia o sentimiento de culpa— la debida relación con agencias y áreas de inteligencia norteamericanas.
La soberanía nacional pasó al cajón de la retórica. Los espías y policías norteamericanos se despacharon con la cuchara grande al investigar a Cienfuegos. Al mismo tiempo, los servicios de inteligencia nacionales —no solo el Cisen— perdieron la eficacia requerida. Los altos funcionarios, todos, deben sujetarse a observación y por lo delicado de la materia solo el presidente de la república debe ser el responsable. La confianza no es discrecional, es producto de un método y forma de trabajo del jefe de Estado.
La lucha contra el crimen organizado requiere colaboración entre gobiernos de países vecinos. Relación que debe tener lugar con apego al marco legal y atendiendo un principio de igualdad entre los estados. No ha ocurrido así.
Tres errores básicos de los pasados presidentes ahora convergen en sus efectos: que las fuerzas armadas realicen labor de policías bajo mando civil, la insuficiencia judicial para abatir la impunidad, y la falta de cuidado en la relación con las agencias e instituciones de seguridad norteamericanas.
El fracaso de los civiles ha llevado al país a la peor situación: inseguridad rampante, drogas sin control, violencia extrema, fuerzas armadas expuestas al poder corruptor del crimen, y un sistema de justicia en el que conspicuos funcionarios están en el banquillo de los acusados, en un juzgado en Nueva York, por sus delitos en México.
Debe revertirse el proceso de descomposición que viene de 20 años atrás, agravado por el desmantelamiento de las fuerzas policiacas civiles bajo mando civil y la prevalencia de la impunidad. De participar en ese objetivo, el presidente recibiría el respaldo total de los mexicanos y de la diversidad política e institucional, además del apoyo leal de las fuerzas armadas.
La crisis de los partidos
Los partidos en el mundo viven su mayor descrédito, especialmente los más próximos al poder. El problema mayor tiene que ver con la indebida relación con el dinero. Los partidos viven de los votos y éstos cuestan. Una organización política moderna y con alcances nacionales no puede estar sujeta al espontaneismo y a la improvisación; sin embargo, los grandes partidos son maquinaria burocrática compleja y costosa que generan una oligarquía, la que se impone respecto a la necesidad de adecuación a un entorno cambiante y a los procesos de inclusión y democratización.
Los partidos requieren de mucho dinero y sus recurrentes escándalos se deben a ello, con frecuencia desvían recursos desde el gobierno. En 1996 hubo una reforma para robustecer el financiamiento a partidos. En ese entonces López Obrador, dirigente del PRD, dijo que lo destinaría a libros y víctimas de la represión salinista; no ocurrió así. También el PAN con Felipe Calderón presentó reserva, pero los recursos públicos fluyeron y se volvieron parte del paisaje, adicionalmente hubo dinero para las campañas que con frecuencia los partidos se apropian y consecuentemente los candidatos tienen que conseguir dinero.
En EE.UU. se ha optado por la transparencia. En México hay topes de gasto y fiscalización sofisticada sin resultados. En que en las campañas hay mucho más dinero del oficial con supervisión marginal. Es imposible que partido alguno, como queda claro en el video de Pío López Obrador, no esté afectado por el financiamiento irregular, ilegal o de origen criminal, según el caso. Las campañas dependen del gasto. En materia de finanzas de campañas en México hay simulación; en Estados Unidos, cinismo. Mejor lo segundo que lo primero.
Los partidos, a pesar de su descrédito, son indispensables. Se resisten a la regulación y la democracia interna es un problema recurrente. Nadie se asombra por lo que sucede en Morena al renovar su dirigencia, pero debe preocupar la debilidad institucional de un partido con tal fuerza. El PRI vive una crisis mayor, el éxito en las elecciones de Coahuila puede ser engañoso. El PAN tiene mejor circunstancia. El PRD está muy disminuido pero tiene base, presencia y proyecto. Los pequeños y los de registro reciente no alcanzaron el 3% de votos. Perdieron su registro.
El sistema de partidos restringe la libertad de asociación y por tal el derecho a ser votado. La ley debería condicionar a los partidos con acceso a las prerrogativas, pero no el derecho a ser votado. Es lamentable que México Libre no estuviera en la boleta, era opción obligada como oposición, por decisión judicial cuestionable por la inclusión de las opciones funcionales al grupo en el poder.