Desde la perspectiva de la representación, las elecciones se conciben como el proceso en virtud del cual los electos, vía el sufragio, adquieren responsabilidad frente a sus representados, y esta deberá traducirse en la rendición de cuentas de las funciones y facultades otorgadas por mandato de ley. Acabamos de tener comicios locales en Coahuila para integrar la Cámara de Diputados de la entidad federativa. Como es del conocimiento público, el PRI se llevó las 16 diputaciones de mayoría; de las nueve de representación proporcional cuatro se adjudicaron a Morena, tres a Acción Nacional, y las dos restantes a la UDC y al Verde Ecologista, respectivamente.
Como es tradición, triste tradición, fue una elección desdeñada por el 60% de los mandantes. Solo el 40 acudió a ejercer su derecho y a cumplir con su obligación ciudadana. Esto no es fortuito, obedece a un número importante de razones, entre las que destacan la ausencia de cultura cívica, la incapacidad del órgano electoral y por supuesto la de los partidos políticos, para impulsar en el ánimo de la población en edad de votar el participar en la vida pública de Coahuila, haciéndose cargo, en el caso particular, de elegir en conciencia al poder en el que se produce la mayor representación política de la voluntad popular, es decir, el Legislativo.
Coahuila cuenta con una población de 2 millones 954 mil 915 habitantes, de los cuales 2 millones 234 mil 151 están dentro del padrón electoral y de ellos, 2 millones 227 mil 413 integraron la lista nominal de electores habilitados para participar en la elección para diputados locales del 18 de octubre de 2020.Votaron por el PRI 436 mil 635, por Morena 170 mil 854; por el PAN 86 mil 612; por la UDC 31 mil 106 y por el PVEM 25 mil 916. Los demás participantes no alcanzaron el 3% de la votación que se requiere para asignación de diputados de representación proporcional. Hay partidos locales que pierden su registro y nacionales que pierden el financiamiento público estatal. ¿Por qué a los mexicanos, en general, no les interesa la integración de uno de los órganos constitucionales del Estado que ostenta, por un lado, la representación popular más grande y es el generador de las normas con rango de ley, además de ser el fiscalizador y controlador de la acción del gobierno? Es la esencia del Estado de derecho, sin que con esto quiera decir que los otros dos no la constituyan también. En los tres poderes del Estado recae la gobernabilidad del mismo, desde sus diferentes ámbitos de actuación.
En México padecemos infortunadamente el mal de presidencialismo, esa deleznable preeminencia del Poder Ejecutivo sobre el Legislativo y el Judicial. Y es fecha que no se erradica, incluso si tuviéramos que hablar de las características del sistema político mexicano, es ineludible señalar este fenómeno que arrastra absolutismo, prepotencia, autoritarismo, debilitamiento de las potestades de los otros dos, y que contribuye grandemente a la anemia perniciosa que padece nuestra democracia. En mucho se acentúa según el perfil del titular, vuelva usted la vista al desempeño del que actualmente está a cargo del gobierno federal.
En México tenemos un sistema de partidos políticos para acceder a los puestos de elección popular, y recientemente se reconoció el poder hacerlo desde la sociedad civil con el carácter de independiente. Pero son contadísimos los casos de independientes que resultan ganadores. Tenemos pues, heredada desde el siglo XVIII la representación política, evolucionada porque la dinámica social así lo determina, para proponer y escoger a quienes queremos que sean nuestra voz y actúen a nombre nuestro desde los escaños del Congreso, local o federal. De ahí la importancia de que actuemos en ese marco reconocido por la ley para que a través del voto designemos a quienes consideremos los más idóneos, en el caso de las legislativas, para que sean nuestros diputados locales o federales y senadores, atendiendo a la oferta partidista o al que se lance por la vía independiente.
Esto debiera obligarnos como ciudadanos a comprometernos políticamente, a participar en política, a votar. En política no debe haber espacios vacíos, por eso no se vale quedarse parado viendo las cosas pasar y limitarnos a mentar madres y decir que estamos hasta la ídem de servidores públicos bandidos, y no hacer nada para que sea distinto. Está en las manos de cada ciudadano la posibilidad de tener mejores mandatarios. Y absteniéndose con la cantaleta de que «todos son iguales» o yendo a votar sin conciencia, seguiremos inmersos en la bazofia de la que tanto nos quejamos.
La democracia se construye desde la ciudadanía, con el ejercicio permanente de la participación del pueblo. ¿Queremos un país democrático? Hagámoslo. ¿Soñamos con un país democrático?
En un país democrático todos los habitantes están sujetos al imperio de la ley. Es requisito sine qua non que prive el Estado de pleno derecho, y esto quiere decir también que sin importar lo grande que una mayoría política sea, ésta no puede llevar a cabo una acción ilegal o prohibida. Los despotismos no garantizan nada de esto. Aquí en Coahuila tenemos 80 años consecutivos de abuso reiterado. La larga permanencia en el poder de un solo partido político ha hecho consuetudinaria la práctica de la dádiva a los más pobres, porque es la manera más efectiva de mantenerlos cautivos y dependientes, la complicidad de los que se hacen ricos a la sombra del dragón, y la indiferencia de una clase media cuya «mansedumbre» es la más insultante de las pasividades. El domingo 18 de octubre, en Coahuila, ratificaron su condición.
En un estado democrático los poderes políticos gozan de legitimidad, entendiéndose por ésta la adecuación de un acto o un poder público respecto a los basamentos legales de una nación, establecidos en la Constitución de la República y recogidos en la local. Si así fuera, verbi gratia, ya estaría juzgado y sentenciado aquel bajo cuya administración se robó a Coahuila, y a nivel nacional, lo de Ayotzinapa no habría sido contado como la «verdad histórica», ni tampoco se seguiría lucrando con el dolor de los familiares de los mineros sepultados en Pasta de Conchos. La impunidad es uno de los mayores factores de riesgo para la democracia. En una democracia, ningún poder público puede pasar por encima de la normatividad jurídica sin hacerse ilegítimo en el proceso y perder su potestad. En un país democrático las elecciones son genuinamente libres, universales y secretas. No hay coacción del voto bajo ninguna forma, ni velada ni descarada. Hay confianza en las instituciones encargadas y también en los gobiernos porque éstos son respetuosos de aquéllas. En un país democrático, los gobiernos no se quedan callados cuando el presidente del país vecino insulta a sus nacionales llamándoles con todos los epítetos despreciables que le da su gana, ni acostumbran rendirle pleitesía con visitas «de Estado» y sobre todo con la cobardía de su silencio, ahí se le quita lo camorra y se convierte en tapete de angora.
En un país democrático la justicia es trasparente. En un país democrático no se insulta ni se persigue a quienes piensan distinto al mandamás en turno. Se respeta la libertad de expresión en todas sus manifestaciones, cuya única limitante es el respeto a la libertad del que se tiene enfrente y el no actuar con violencia. El listado es larguísimo, lo que quiero subrayar es que tenemos muchas asignaturas pendientes que pueden irse resolviendo con un poder Legislativo que sí asuma el papel de contrapeso del poder Ejecutivo que le otorgó el poder Constituyente, y que en nuestro país no lo vemos por ningún lado, ni en el plano nacional, ni en el local.
El domingo 18 de octubre, la mayoría que fue a sufragar en Coahuila para elegir diputados locales y también quienes decidieron no ejercer su derecho, volvieron a cometer el error de siempre, le entregaron a un solo partido político la mayoría parlamentaria. El Poder Ejecutivo tiene manos libres, sus diputados pertenecen al mismo partido político, y en ese partido político la disciplina es férrea, se gobierna para la permanencia en el poder, no en beneficio de quienes pagan sus dietas y sus privilegios. Lo que aquí apunto no es de oídas, me consta. Por eso siento una profunda tristeza por mi tierra. Lo viví como parte de esa minoría que subía a tribuna y antes en Comisiones, para argumentar que no era viable tal o cual reforma, porque se violentaban preceptos jurídicos, porque se solapaban injusticias y arbitrariedades, porque se tapaban raterías… y no valía ningún razonamiento. Llegaron a gritarme cuando debatía para convencer: «Cuéntate Quintana —aludiendo al número de diputados panistas que éramos—… No pasa». Y eso fue lo que eligieron de nueva cuenta el domingo, para Coahuila. No le hagamos lo mismo al país entero el año que entra.
Si se educara de otra manera se le haría un bien inconmensurable a nuestra patria, a la grande y a la chica. Si se formara a las nuevas generaciones con valores de raigambre moral y ética nuestro país sería distinto. Para tener un concepto positivo de la vida hay que enseñarles a los niños a respetarse a sí mismos, porque si no lo haces en primera persona difícilmente se lo tendrás a los demás. Tenemos que volver a ocuparnos de fomentar el amor a la patria y a la familia, las traemos en jaque a las dos. Necesitamos enseñar a los niños y a los jóvenes que no son lobos esteparios, que son parte de una sociedad y por ello la solidaridad, la colaboración, la tolerancia, la cooperación, la confianza, la amistad, son parte esencial para fortalecer nuestra vida en común.
Le hemos permitido a lo superfluo, a lo intrascendente, a lo irrelevante, que crezca, estamos invadidos de superficialidad… y eso ha sido causa, y la historia da cuenta de ello, de la caída de grandes civilizaciones. A ver si somos capaces de hacer reconsideraciones