Escritor, historiador, académico, funcionario público, periodista, amigo de sus amigos, y por supuesto mi padrino. La vida de Javier Villarreal Lozano fue la del hombre, el periodista extraordinario y hombre de letras y de historia universales; la del amante de las formas literarias tradicionales y el recreador inagotable del lenguaje por sobre todas las cosas.
Fue un hombre que en todas sus actividades como aseguraba el sevillano Antonio Machado, al volver la vista atrás, vio la senda que jamás se ha de volver a pisar, pero con la seguridad de que hizo camino al andar. Un hombre de bien y honesto que dio lustre y prestigio a las instituciones que presidió. Fue en dos ocasiones director del instituto Estatal de Bellas Artes, predecesora de la hoy Secretaría de Cultura. Fue presidente fundador de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos y dirigió hasta su lamentable muerte el Centro Cultural Vito Alessio Robles.
Director de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UadeC y maestro de toda una generación de reporteros y periodistas de Coahuila. Colaboró en el Excélsior de Scherer, en Unomásuno de Manuel Becerra, en Sol del Norte, Vanguardia, Zócalo, el Diario de Coahuila, y aquí mismo en Espacio 4. Dirigió los periódicos Heraldo de Saltillo, El Coahuilense y el Tiempo de Monclova, lugar en donde forjó una hermandad con una joven periodista, mi madre, María Guadalupe Durán. Hablo de una amistad que se remonta a más de 50 años y tan entrañable que mi madre le pidió fuera mi padrino y él aceptó. Lo recuerdo riendo hasta las lágrimas comentando la anécdota del día en que me llevaron a la iglesia y Javier Villarreal le dijo a mi madre: ¿Comadre, no tienes un hijo que pese menos?
Javier Villarreal Lozano fue un escritor que retrató la grandeza y el pasado de Coahuila y los coahuilenses. Su literatura está ahí para salvar la materialidad de las cosas y también su realidad. Fue un fiel creyente de que la realidad está siempre amenazada y que necesitamos de la literatura para salvarla y así lo hizo.
Destaco de forma arbitraria solo algunas de sus obras: La letra sin sangre entra, Los ojos ajenos. Viajeros en Saltillo, 1603-1910, Cartas de Querétaro. Saltillenses en la caída del Segundo Imperio, Venustiano Carranza. La experiencia regional, Tiempos de tormenta. La vida en Monclova, Coahuila; Ciudad Victoria y Matamoros, Tamaulipas, 1833 y 1834/Diario de Benjamín Lundy, El Triunfo del Constitucionalismo (coautor), Plan de Guadalupe y Mi querido Salvador Novo.
Coahuila reconoció su vida, trabajo y méritos que lo hicieron merecedor de la Medalla Miguel Ramos Arizpe al Mérito Universitario, del Premio Estatal de Periodismo, Premio IMARC al Mérito Cultural y la Presea Saltillo.
Pero Javier Villarreal Lozano fue sobre todo amigo de sus amigos. Su consejo oportuno me lleva a recordar el día que mi madre renunciaba a su trabajo en un periódico local y preocupada por su futuro laboral acudió a él para recibir su consejo y la respuesta de mi padrino fue: «No te preocupes comadre, hay más periódicos que periodistas». Fue ese tipo de amistad a toda prueba que lo colmaron de afectos. Yo en lo personal admiré al genio creador, al hombre que no tuvo celo en compartir sus conocimientos.
Uno de sus últimos libros lleva como nombre La inalcanzable Ítaca, una obra dedicada exclusivamente a sus amigos. Al leerlo, entendí su viaje eterno en la búsqueda de su Ítaca personal. Comprobé la aventura del Ulises que navegó con éxito, pero sobre todo con humildad y sencillez, el difícil oficio del periodista, al promotor cultural y conocí aún más al historiador.
Su Ítaca idealizada y gloriosa, fue el viaje que lo estimuló a navegar y aprender en el camino convencido de que la vida es solo un viaje y no un destino y que la utópica isla de Ítaca no es fin ni principio, es tan solo una odisea, un viaje sin regreso en donde la literatura, es ese barco desde donde como escribió el gran Jorge Luis Borges «Ulises, harto de prodigios, lloró de amor al divisar su Ítaca verde y humilde». Javier Villarreal Lozano alcanzó al fin, las suaves playas de su idealizada y gloriosa Ítaca. Buen viaje querido padrino.