No fuimos diseñados para ser ínsulas, nuestro cuerpo mismo tiene cuanto se requiere para relacionarnos con los demás y crear instituciones para vivir en sociedad. Este hecho nos dice con claridad que necesitamos unos de los otros y por ende, no solo somos responsables de nosotros mismos, sino también de los demás con los que compartimos tiempo y espacio. De ahí que la vida social esté conformada por distintas instituciones: familia, escuelas, empresas, municipios, congresos, Gobiernos. También hay diversidad de asociaciones: ecologistas, deportivas, culturales.
Todo esto en conjunto constituye el entramado social que se requiere para ordenarse y cohesionarse. Esto es lo que se denomina comunidad política. Existe porque la necesitamos, porque somos seres gregarios por naturaleza. Su fin debiera ser el bien común ese bien que nos atañe a todos. Para que esa comunidad política funcione adecuadamente requiere de un estado a su servicio y también de una sociedad activa y responsable
La autoridad de la que está investido el Estado es necesaria para que defienda el bien común, a través de la organización de la administración pública que garantice el funcionamiento de los servicios que demanda la sociedad y también para promover y salvaguardar los derechos fundamentales de las personas, con especial atención a los de aquellas que viven en la marginación, y que es necesario sacarlos de esa condición de vulnerabilidad para que se conviertan en autosuficientes, es decir, en personas libres.
De ahí que una de las responsabilidades insoslayables del Estado sea el darles educación de calidad sin distingos, enfatizando en su formación de ciudadanos responsables, así se harán responsables también de la vida política y su participación abonará a la construcción de una comunidad sana y solidaria. Sin un estado al servicio de la sociedad y sin una sociedad civil activa y responsable, no hay prosperidad, ni seguridad. Una vida democrática plena se da cuando la sociedad se convierte en protagonista, cuando esto no ocurre estamos frente a una sociedad humanamente pobre y poco desarrollada.
En México estamos muy lejos hoy día de ser una sociedad participativa y echada para adelante en los asuntos que nos competen a todos, como son las decisiones que toman los gobernantes en nombre nuestro. Eso explica en mucho la clase de gobernantes que tenemos y que hemos tenido por décadas. Y que seguimos sin resolver. Y así será sino cambiamos de actitud y lo traducimos a acciones concretas para que los políticos se enteren que queremos de ellos y que estamos dispuestos a hacerlos trabajar a favor nuestro, que para eso les pagamos y les prestamos el cargo cuando sufragamos a su favor.
Hemos tenido administraciones, desde que tengo memoria, deleznables, hemos visto como han dispuesto sin consecuencia alguna de nuestro dinero, porque el Gobierno no tiene, a ver si nos queda claro, todo el que manejan y se roban, sale de los bolsillos de los contribuyentes. Hemos visto como la prosperidad no llega a todos los mexicanos y que hay familias que por generaciones han vivido y siguen viviendo de los desgraciados programas asistencialistas, que nunca los han sacado del hoyo sino todo lo contrario, y lo más triste… que lo aceptan, que pelean por ellos, que son incondicionales de esos Gobiernos de porquería que los han institucionalizado, y que les da horror que se los quiten, aunque tengan la salvaguarda constitucional.
Me rebela, me indigna, me enoja, me revuelve los dentros semejante esclavitud. 70 años de priato los plantaron y este que hoy ocupa el cargo de presidente de la república los mantiene y los fortalece «dándoles» más, y lo presume, igual que lo presumieron los «creadores», como si saliera de su bolsa. ¿Cuándo vamos a exigir que se entierre esa práctica indigna y ofensiva? ¿Cuándo le perderemos el miedo a ejercer nuestra libertad? La hemos desdeñado con nuestra indiferencia, que es el más dañino y despreciable de los males, su corrosión es implacable para quienes soñamos con que México un día tenga a la democracia como forma de vida.
Nuestra libertad cada día se achica más. Hay regiones enteras en el país en las que ni siquiera se puede salir de casa con tranquilidad, hoy matan a plena luz del día ¿Y qué? El narco se ha ido apoderando de la vida de millones de mexicanos, que le sirven o que le temen… y la autoridad enfrascada en negarlo, culpando de cuanto ocurre a quienes estuvieron antes que él, entregando condecoraciones a extranjeros de su misma calaña, inventándose leyes para convertirse en amo y señor del país, despreciando el orden jurídico, burlándose de la división de poderes, empeñado en destazar al árbitro de las elecciones para hacerlas a modo, como cuando él les servía a quienes eran juez parte en su realización. Que deteriorada está nuestra nación… ¿Cómo hemos podido permitir tamaño desplome? ¿A dónde nos ha llevado el libre albedrío de que fuimos dotados? ¿Será que nos hemos perdido en el marasmo de una época en la que la superficialidad, el individualismo, la ausencia consentida de valores para decirlo de manera educada nos ha arrastrado a la inconsciencia del momento y el que me importa el mañana? ¿Por qué hemos abdicado de nuestra condición de seres pensantes, con voluntad para decidir y asumir responsabilidades?
Hace ya tiempo que leí un texto escrito en 1486, su autor el entonces joven filósofo italiano Giovanni Pico della Mirandola, tenía 23 años. El discurso fue llamado mucho tiempo después Oración sobre la dignidad del hombre. Fue leído ante clérigos y hombres de letras que no tenían la mejor opinión sobre la ortodoxia de las opiniones del expositor. Hay quienes consideran el documento como el Gran Manifiesto del Renacimiento. Y lo traigo a colación porque el tema sustantivo es la libertad, esa en cuyo nombre se han hecho cosas extraordinarias o las más abyectas, por el ser humano. El discurso se basa en dos tesis a saber. La primera, expresaba Della Mirandola, es que el hombre fue credo para la creación y adorar a su Creador. Y no es ninguna antigualla el concepto, es lo que día se conoce como principio antrópico. Y la segunda, es que el hombre es el centro de la creación, es decir, la única criatura que puede elegir ser lo que es o menos de lo que es. Me explico, un león, no puede ser otra cosa más que eso, pero el hombre puede elevarse a alturas inconmensurables con su intelecto, con sus hechos, o descender hasta convertirse en la más bruta de las bestias. Y esto lo vinculo también a la alarmante degradación de nuestro lenguaje, y no sólo a su empobrecimiento en lo general, que ya es mucho, con una serie de calificativos que van de lo chusco a lo lépero, y particularmente el que utilizan los políticos, sobre todo en tiempos de campaña, para allegarse la anuencia de los votantes.
Mirándola en su prosa nos recuerda que la palabras no solo tienen como destinataria a la cabeza, sede de la inteligencia —¿¿¿???—, ni al corazón, también a órganos en los que radican los miedos, las emociones, los instintos que más asemejan al hombre a los animales. De tal suerte que usado el lenguaje por alguien sensible, eleva a quienes lo escuchan, pero hay otros que al usarlo envilecen a su audiencia. Hoy tenemos como titular del Ejecutivo —que no ha dejado ni un minuto de estar en campaña— que llama de todo, hasta traidores a la patria, a quienes no lo reverencian ni lo aplauden, y no se detiene en repetir una y otra vez falsedades, que está convencido que a fuerza de repetirlas se harán verdades.
Su arenga cotidiana no se alimenta en la razón, como se esperaría de un estadista, sino en el rencor, el hambre enfermiza de poder o el deseo de venganza. Conducen así a la política a un plano en el que los problemas no tienen más solventación que el enfrentamiento. Pobre servicio le hacen este tipo de políticos a la política, instrumento de instrumentos para generar bien común. ¿Cómo neutralizamos esto? No aceptando sin decir ni pío noticias falsas, insinuaciones sin base, insultos gratuitos. Aclarando sin estridencias.
A esto exhorta Pico della Mirandola: «Que una cierta ambición de salvación invada nuestras almas, de tal forma que, hartos de la mediocridad, suspiremos tras las cosas más elevadas, y —dado que, si queremos, podemos— encaminemos todos nuestros esfuerzos a alcanzarlas».
Tenemos el deber de darle a la democracia su verdadera dimensión, convertirla en sinónimo de libertad, de igualdad, de Gobierno de mayoría, de justicia social, de participación, de solidaridad, de respeto a las minorías, etc. Como miembros de esta nación estamos llamados a intervenir en su dirección. Tenemos que aprender a tratarnos con respeto y consideración a nuestra forma diferente de pensar, no nos olvidemos que somos libres, y esta libertad implica que tenemos la facultad de decidir y elegir, y por supuesto hacernos cargo de las consecuencias.
No permitamos a ninguno de los aspirantes a la gubernatura ni a las 25 curules del Congreso local de Coahuila, que nos falten al respeto con insultos y descalificaciones a sus competidores. Que nos hablen de sus propuestas, de lo que ellos van a hacer si llegan al cargo. Hay que darle categoría a la política.