Recién terminó el proceso electoral en Coahuila y el Estado de México y los ciudadanos no tuvieron descanso porque en menos de tres semanas inició otro proceso, qué si bien no es electoral, es la antesala de la elección presidencial del próximo año pues el ganador del proceso interno de Morena, será el candidato al poder ejecutivo federal y probablemente el ganador del 2024.
El proceso es interesante para el análisis y la evaluación porque los aspirantes jugarán sus cartas en forma definitiva para convencer a quienes participen en la elección interna para definir al defensor de la cuarta transformación, pero indirectamente también mostrarán a los ciudadanos en general cuál será su propuesta y forma de gobernar en caso de ganar la presidencial del próximo año.
El ejercicio es inédito en la historia política porque, aunque en Gobiernos de otros partidos como PRI y PAN, también eran común las pre-pre campañas con presupuesto oficial, ahora los seis aspirantes renunciaron (en teoría) a los recursos públicos para recorrer el país y posicionar su propuesta, primero para los morenistas, después para los ciudadanos.
El principal defensor de la cuarta transformación y satélite de Morena destapó anticipadamente a las corcholatas y después se sumaron, en un proceso de negociación simulada de democracia, las dos taparroscas, qué seguramente como comparsa de un proceso disfrazado, ganarán algo para continuar dentro del presupuesto, la nómina y la estructura política nacional del país para el próximo sexenio.
Para muchos está cantada la decisión del dedo elector, pero para otros el proceso puede sorprender y definir un candidato presidencial que no sólo garantice la continuidad del grupo político en el poder, si no la permanencia de la élite de gobernanza en el país.
La campaña y la elección en cuestión registrará encuestas que servirán como termómetros para conocer la fortaleza o debilidad del candidato oficial para ajustar tuercas y corregir errores (si es posible) aunque para algunos la contienda presidencial la ganará la figura del líder moral de este movimiento.
Si las elecciones fueran el próximo domingo, seguramente el abanderado morenista sería el próximo presidente de México, pero no hay garantías, por el contrario, muchas dudas de que se logre un triunfo contundente como el de hace cinco años y se ganen las dos cámaras legislativas.
En próximas colaboraciones, el humilde escribiente abordará el análisis de cada candidatura, pero por lo pronto las seis registradas ya muestran perfiles definidos para los segmentos políticos y ciudadanos, incluso en la oposición, para establecer por lo menos, quién sería el menos peor, o quién será el candidato oficial y consentido de quien constituye la mitad del triunfo del próximo año.
Al margen de las primeras semanas transcurridas, los discursos, las puntadas, filtraciones, balconeos y guerra sucia o fuego amigo, ya es fácil distinguir quién es la consentida de su profesor; quién, a pesar de ser el carnal, no es el preferido; y quienes serán comparsa de una competencia entre dos, ante los morenistas y ante el dedo mayor.
Al final del proceso será importante para los espectadores definir los errores, las simulaciones, también los aciertos y las fortalezas para un proceso que podría ser la antesala de continuidad política y de gobernanza también fallida como otras en el pasado para una alternancia que sí genere cambios verdaderos para el país hoy hundido en una crisis de seguridad y con hechos de violencia extrema que mantienen zonas del territorio mexicano en manos de la delincuencia organizada.