No importa por dónde se le mire. La marcha anunciada en Cuba para el pasado 15 de noviembre constituyó un fracaso solo comparable al éxito que representó su homóloga realizada el 11 de julio.
De entrada, no hubo tal marcha —no al menos en el archipiélago— y hablando de archipiélago, el líder del movimiento que responde a ese mismo nombre, Yunior García Aguilera, dijo «patita pa’ que te quiero» y dio el salto a España dejando a sus espaldas al escuálido Elpidio Valdés para caer en los regordetes brazos del general Resóplez.
Pero vayamos por paso.
La estrategia de compartir una convocatoria abierta en Cuba, para manifestarse en contra del Gobierno de Cuba, parte de la mayor inocencia para atravesar la utopía y aterrizar en el más absoluto absurdo. No tiene sentido esperar que en un país donde no se respeta la democracia, se abran las puertas para ejercer un derecho democrático como lo es exponer tus diferencias políticas o ideológicas. ¿Acaso nadie volteó a ver lo que sucede en Nicaragua, donde el presidente Daniel Ortega metió a la cárcel a cuantos amenazaban con hacerle sombra en los pasados comicios electorales? ¿Acaso olvidaron, además, de quién aprendió las mañas Daniel Ortega? Pues sí, de Fidel Castro. Entonces, si el Gobierno cubano es experto en reprimir todo asomo de independencia, ¿quién en su sano juicio pensó que el 15 de noviembre saldría a protestar como quien sale a ver qué tal amaneció el día?
Más cubanos se reunieron en el extranjero que en Cuba. Estados Unidos, México, España, Alemania —la lista se extiende un poco más— sirvieron de escenarios para brindar muestras de apoyo al movimiento Archipiélago y su causa incendiaria. Sin embargo, subrayo su función: apoyo. En términos cinematográficos, todos los que marcharon afuera son actores de reparto, secundarios. El rol protagónico estaba reservado, justamente, para la disidencia en el interior del país que no pudo poner un pie fuera de casa, so pena de que se lo cercenaran, metafóricamente hablando, o lo hiciera para pisar una celda, literalmente hablando.
Sobre la salida de Yunior García del país, el oficialismo cubano lo llama traidor de su propia causa; sus seguidores justifican la decisión con base en los riesgos que corría la vida del artista y el pueblo se identifica con él a partir de una vieja cláusula: todos lo hacemos (o queremos hacerlo).
Y sí, coincido con este último argumento porque también soy cubano y también salí de Cuba. Si nos ponemos los zapatos del Yunior humano que no se conforma con vivir en la miseria y lucha por mejorar su situación personal; del ciudadano común que batalla para llevar, cada día, un plato de comida decente a la mesa; del artista que no puede expandir su obra por falta de recursos o exceso de censura; entonces no solo aplaudo su decisión, sino que me pregunto por qué demoró tanto en tomarla.
Pero Yunior era más que eso. Y lo era por voluntad propia. Se ubicó a la delantera de un grupo disidente —llamemos las cosas por su nombre— y con ello se convirtió en símbolo y esperanza de miles de cubanos. Cuando haces esta transición, tienes que pagar un precio. El primero: dejar de ser considerado un ciudadano común (como lo soy yo mismo o los cientos de miles que han abandonado Cuba).
Ser líder es ser ejemplo. Y Yunior no supo serlo. Asegura que defenderá la causa de los cubanos desde el exterior e incluso el portal 14ymedio —a cargo de Yoani Sánchez— le dedicó el titular: «Yunior García molesta más al régimen cubano desde España que dentro de la Isla» para avalar una intención que, en el mejor de los casos, quedará en eso: intención. Tanta algarabía en el exterior no hace más que resaltar su ausencia en el interior.
El mayor oprobio, sin embargo, viene desde las oficinas del Comité Central en La Habana. Yunior les sirvió en bandeja de plata el recurso perfecto para camuflar su sistema represivo: la marcha no se ejecutó, sobre todo, porque su líder los traicionó.
Una de las frases que más se citan de Sun Tzu, por su obra El arte de la guerra, reza que: «Quien sabe resolver las dificultades las resuelve antes de que surjan. El que se destaca en derrotar a sus enemigos triunfa antes de que se materialicen sus amenazas».
Y eso fue lo que logró en esta ocasión el Gobierno de Miguel Díaz-Canel, desarticularon una manifestación antes de que surgiera. Con Yunior o sin Yunior esta jamás se hubiera dado por la falta de astucia con que había sido convocada y la nula cohesión entre los bloques opositores. Que Yunior tomara las de Villadiego o, para ser más exacto, las de Madrid, no hizo otra cosa que agregarle un par de páginas más a una crónica, cuyo final, se conocía muy bien de antemano. E4
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