En 1959, hace ya 62 años, la revolución cubana triunfaba derrocando al dictador Fulgencio Batista, quién duró 11 años como presidente de Cuba. Desde entonces, se instauró un gobierno monolítico ejercido por Fidel, Raúl Castro y ahora Díaz-Canel. Tres presidentes en 60 años. Y aunque los saldos positivos de esa revolución en materia de educación, salud y la dignidad que alcanzó una pequeña nación en contra del monstruo imperialista, son notables, hoy y después de tantos años pesan más sus yerros.
El régimen castrista se fue cerrando con los años y la revolución socialista se convirtió en totalitarista. Jamás se dio paso a la democracia real y se perpetuó un gobierno, un hecho que creó inmensas deformaciones económicas y políticas. Hoy, la ausencia de libertades y violaciones a los derechos humanos son evidentes. En Cuba existe una dictadura que tiró a otra solo para perpetuarse en el poder.
Atrás quedó la revolución que un día nos hizo soñar que un mundo mejor y más justo era posible. Que, al fin, el socialismo triunfaba y «de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor», como dijera Salvador Allende.
La cubana fue una revolución con un aparato propagandístico increíble que se apoyaba en frases como «Hasta la victoria siempre» y que utilizaba la personalidad y el magnetismo de Fidel y, detrás de él, la figura emblemática de El Che para recordarnos que, contra todas las probabilidades, unos cuantos cientos de rebeldes derrotaron a 10 mil soldados en Sierra Maestra, para convertir una aventura imposible en una verdadera revolución.
Lamentablemente, a Cuba la ansiada igualdad llegó, pero en forma de pobreza, una pobreza que jamás cedió terreno, como tampoco lo hizo la codicia humana. La justicia social a favor del hombre se enfrentó tanto en los regímenes socialistas como capitalistas con un solo enemigo: el propio hombre.
A eso sumemos el ya larguísimo embargo económico, piedra angular de la política estadounidense utilizada para socavar el régimen cubano que data desde 1962 y que ha causado dolor y muerte, pero que jamás avivó el descontento suficiente como para provocar el derrocamiento del régimen. Hoy ha dado pequeñas señales de hacerlo. Yo en lo personal dudo mucho que eso suceda y mientras tanto, el embargo sigue cobrando sus costos humanos.
Pero al embargo económico de los Estados Unidos, hay que agregar las propias acciones criminales del gobierno cubano como la falta de libertades, la intolerancia, corrupción y opulencia de sus dirigentes que como siempre sucede, terminaron haciendo lo que tanto combatieron: Se eternizaron y corrompieron en el poder.
El 1 de enero de 1959, triunfó una Revolución necesaria en respuesta a las atrocidades cometidas con impunidad por un poder que se había vuelto contra este pueblo. Muchos lucharon y muchos murieron para dar a sus hijos una Cuba donde podrían vivir en libertad, paz y prosperidad. Seis décadas después, al pueblo no se le permite tener una opinión diferente, y quien ha intentado hacerlo ha sido silenciado.
El totalitarismo ha permeado todos los niveles de la sociedad. Los cubanos lo saben y evitan decir lo que piensan y sienten, porque viven con miedo, muchas veces incluso de aquellos con quienes conviven todos los días. Yo he visitado en muchas ocasiones la isla y he comprobado que viven en una red de miedo y de mentiras que se extiende desde el hogar hasta las esferas más altas. Dicen y hacen lo que no creen ni sienten.
Mienten para sobrevivir, con la esperanza de que algún día todo eso termine o aparezca una ruta de escape en un país extranjero. No hay una Cuba libre. No hay alternativas de nada y la angustia económica que sufre el pueblo cubano es deplorable, obligado por las circunstancias a pedir ayuda a los familiares que han logrado salir al exterior.
El escritor argentino Adolfo Bioy decía de las revoluciones que se trataban de movimientos que ilusionan a muchos, desilusionan a más, incomodan a casi todos y enriquecen extraordinariamente a unos pocos. El sueño de la revolución cubana se convirtió en una terrible pesadilla de la que los cubanos no terminan de despertar.