«Aporofobia» (á-poros: sin recursos o pobre; fobos: miedo u odio) es un neologismo acuñado por la filósofa española Adela Cortina para referirse al rechazo, repulsión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado, generando hostilidad a los indigentes, especialmente cuando los pobres son percibidos como una amenaza. El culpabilizarlos anula la empatía y permite que se les ignore y hasta se les persiga con marcado desprecio.
«Xenofobia» (xénos: extranjero) es el sentimiento de aversión, repugnancia y hostilidad hacia personas de origen distinto al propio. Esta actitud se manifiesta por medio de creencias, actitudes y comportamientos hostiles como desprecio, discriminación y agresiones físicas o verbales, incluyendo racismo. Algunos creen que es innata al homo sapiens el cual destruyó a los neandertales en la Edad de piedra.
Los grupos indígenas son despreciados por un sector de la sociedad y desde hace siglos se pregunta: «Fulanito ¿es gente de razón o es indio?» Pero más ruin que agredirlos e insultarlos es utilizarlos como objetos de justificación política, es odiar irracionalmente su identidad al jugar con semejanza o falso origen a ese pueblo degradado y humillado, queriendo hacer creer a la comunidad que se proviene de esas etnias; eso es ominoso.
«Demofilia» (amor al pueblo) que muchos políticos quieren empatar con la democracia amañadamente; ellos poseen amor extremo e irracional a obtener dinero a cualquier costa, incluso inmolando a los demás; recordemos Timoteo 6:10: «…porque raíz de todos los males es el amor al dinero»; padecimiento más concurrente entre quienes proclaman ser constitucionalista respetuosos, usan la carta máxima jurídica solamente como escudo para defender sus intereses; intencionalmente soslayan, ignoran y hasta niegan su parte esencial donde ella claramente expresa que la Democracia no solamente es «una estructura jurídica y un régimen político, sino un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo».
Hipócritamente critican los programas sociales, esos que todos ellos, absolutamente todos ellos votaron en contra y piden que se mantengan los privilegios para quienes forman parte de su cartel, lo mismo pránganas expresidentes que sulfurando hasta la ridiculez exigen la cancelación de pensiones sociales y que a ellos sí les regresaran la que se autoasignaron, protegiendo además pandillas inmobiliarias o alianceras, aunque éstas estén integradas por antiguos enemigos políticos. Así insultan la inteligencia de los mexicanos.
Proyectan en coexistencia la «fobofobia» (fobia a la fobia, es decir, miedo al miedo); esa aversión la padecen quienes inventan que una persona muy aceptada por su demofilia, con alto porcentaje de popularidad, está bajando en su credibilidad/aceptación. Eso les perjudica porque no se ubican en la realidad y creen que pueden hacer creer a los demás que ese escenario es real, cuando es ilusorio, fantasioso y hasta irrisorio.
Sumemos a ello que muchos de nuestros políticos son mitómanos, es decir, aman las mentiras. Personalmente no entiendo qué sentido tiene generar y publicar patrañas; esas que muy pronto, fatídicamente, serán descubiertas por su fatuidad; lo mismo que mostrar encuestas alteradas sin un generador auténtico, creíble y prestigiado, generalmente de manera burda y contrarias a la aritmética fingiendo que existe cercanía en posiciones electorales cuando la realidad es muy diferente y que también, en breve, serán desmentidas.
Estas ocurrencias no benefician a nadie, más bien estropean su participación política; pero bueno, que se lo crea quien quiera creerlo, hay libertad en este mundo de entarimar falacias; los múltiples ejemplos vivientes solamente los ven quienes quieren verlos, otros solamente se obcecan.
El expresidente uruguayo José Mujica comentó: «Pobres no son los que tienen poco, pobres son los que quieren más y más, infinitamente más y nunca les alcanza». Ante ello es indispensable mantener aquellas prestaciones que ayudan a quienes más necesitan, evitar que regresen los privilegios nobiliarios para insaciables que creen que el bienestar social solamente es aquello que les enriquece a ellos, hipócritas aporofóbicos, esas personas son quienes denigraron a una pobre madre de familia que se atrevió a vender tlacoyos en el aeropuerto de Santa Lucía; sin embargo festinan a su Jezabel, símbolo de la mentira y de la maldad, quien fraudulentamente pregona haber vivido pobreza y maltrato paternal en su niñez.