En el argot de la política se utilizan palabras elegantes, altisonantes, finas y unas carentes de escrúpulos para denostarla; pero realmente no se denigra con palabras, ciertamente la política mexicana está llena de todo lo que no se debe de hacer. Nada de lo que trazaron los griegos o los romanos, tampoco lo que se pensó en la república francesa se aplica en nuestro país ni en sus entidades federativas, son pretexto de la autonomía, de libre y soberano hacen de sus ocurrencias una práctica, como pequeñas repúblicas bananeras.
Ejemplos existen muchos desde el «gober precioso» hasta Elba Esther Gordillo con posiciones privilegiadas en la revista Forbes en un listado de las personas más corruptas de México. En ese mismo lenguaje, me llama la atención los pseudónimos que usan muchos políticos —me da pena usar esa palabra para referirme a ellos— para no descubrirse, como si nuestra ingenuidad fuera tanta —así lo piensan— que no lo dedujéramos o no lo pensáramos.
Y por si fuera peor, existe ya un binomio política-delincuencia organizada que pareciese que dentro de su complicidad —que es una realidad— van en contubernio, en una misma bolsa, sus apodos. Tenemos por ejemplo a «el Azul», «el Chapo», «el Maldito», «el Grande»; pero en particular «la Chiva Loca» y «el Padrino».
Javier Lozano Alarcón, expriista y expanista es un miembro —o exmiembro— de la plutocracia mexicana. Un personaje sobrevalorado quizá, un tipo con mucha suerte, o simplemente, un hábil charlatán que ocupó puestos de representación popular, pero nunca ganó una elección. Lejos está de que yo lo califique, pero lo considero, un tipo carente de calidad moral y política, además que, dentro del sector público, ha estado involucrado, en asuntos excesivamente, vergonzosos, como por ejemplo en el caso del «copelas o cuello» del empresario farmacéutico Zhenli Ye Gon. Pero lo más indignante, cuando la política debiese ser un medio para transformar realidades, para el bien común, para hacer a las personas sujetos de su propio destino, orquesta como secretario del Trabajo, —en el gobierno de Calderón— el despido de más de 42 mil empleados de la compañía Luz y Fuerza del Centro, a quienes dejó en la calle, sin importar las familias afectadas. Tampoco tuvo remordimiento al quebrar a la empresa Mexicana de Aviación. Bonita figurita de colección. Finalmente, qué decir, que fue uno de los orquestadores del descarado fraude electoral para imponer en los pinos a «Fecal».
Por otra parte, y con más actualidad, tenemos al jefe del ejército con Peña Nieto: el Padrino de narcos. Desgraciadamente y con su pretexto del destino manifiesto, Salvador Cienfuegos Zepeda fue capturado en los Estados Unidos en la denominada Operación Padrino. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador no fue notificado hasta el momento del arresto del general. Ignorando todo, el general viajó a los Ángeles y se puso en charola de plata para ser detenido por orden de un juez federal y a pedido de la DEA. Bajo esa operación, desde hace dos años, la agencia yankee lo investigó, y descubrió los tentáculos de la Sedena bajo el mando de Cienfuegos, quien a cambio de pagos millonarios, ayudó a operadores del cartel de Sinaloa a introducir a Estados Unidos, toneladas de todo tipo de drogas. La DEA sabe que los altos mandos militares han estado coludidos con la delincuencia organizada, desde gobiernos de Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto. Pasando por Vicente Zambada, el Vicentillo y el Chapo. No solo él, otros altos mandos militares estuvieron coludidos —no valen la pena sus nombres—. Todos, además de los anteriores se pusieron a su servicio y al de los Zetas y los Carrillo Fuentes.
El arresto de Cienfuegos en el extranjero significa trastocar las estructuras de una de las instituciones más secretas de México: el Ejército. Genaro García Luna —que a la luz pública no se conoce su seudónimo— es la otra parte de la pinza que se cierra con amistades entre la delincuencia organizada y políticos fincadas en el pago de millones de dólares.