Debanhi, el símbolo

Casos como el de Debanhi Susana Escobar Bazaldúa (18 años), desaparecida y localizada sin vida en la cloaca de un motel de Escobedo, Nuevo León, donde, en teoría, ya la había buscado una cuadrilla, conmocionan al país y atizan la indignación y el enojo. Si el nombre de la joven se sustituye por el de alguna otra víctima, la reacción sería la misma, pero el de Debanhi se ha convertido en símbolo. Ejemplos de sevicia, al parecer no cometida contra la estudiante de Derecho y Criminología de la UANL, abundan, por desgracia, incluso contra niñas. Empero, una vez pasada la tormenta política, mediática y emocional, las aguas regresan a su cauce y las autoridades, en su indolencia, respiran de nuevo tranquilas. Olvidamos pronto. Hasta que la realidad vuelva a encender, con otra atrocidad, la rabia colectiva.

Las heridas no cierran, se acumulan en un cuerpo nacional lacerado. Los políticos deben callar la boca por respeto al dolor y la angustia de las familias y las víctimas. Lucrar con la tragedia es una ruindad, pues, por su incapacidad e incuria, todos son corresponsables de la situación en la medida del tiempo que han ejercido el poder a su arbitrio. En vez de rasgarse las vestiduras y culparse mutuamente, la partitocracia debe asumir su responsabilidad y obligar a los Gobiernos y legisladores a diseñar agendas y mecanismos de protección para las mujeres, en especial para las jóvenes, por ser las más expuestas. Las autoridades responden las demandas sociales más acuciantes con retórica y comisiones inútiles que no resuelven nada.

Es imperativo reorientar el gasto, reducir burocracias políticas y eliminar organismos que absorben recursos ingentes (la Academia Interamericana de Derechos Humanos, el Sistema Estatal Anticorrupción y el Instituto Electoral del Estado, en el caso de Coahuila) para dotar de presupuesto a instituciones nuevas, especializadas en el tema de las desapariciones, los feminicidios y la promoción y defensa de los sectores vulnerables. En vez de defender a los Moreira y de bloquear toda iniciativa para desclasificar la información sobre la megadeuda (once años después de adquirida ilegalmente, el monto del pasivo equivale a los 40 mil millones de pesos pagados a una banca inescrupulosa y cómplice), el Congreso local, calificado de «histórico» por ser de mayoría femenina, debe abrazar las causas de las mujeres, dejar de proteger a hampones y salir a las calles, antes de que la calle vaya por los diputados.

«Samuel: Si fuera Mariana (la desaparecida), ya la hubieras encontrado», reclaman mujeres furibundas al gobernador de Nuevo León, Samuel García, en un video, frente al Palacio de Gobierno. El mandatario toma de la mano a su esposa y se evade. La escena marcará su sexenio. El gobernador, de 34 años, es tanto o más frívolo que sus predecesores inmediatos; y su mujer, Mariana Rodríguez, una influencer, esos subproductos de la era digital. El reproche de Bismarck adquiere dramática vigencia. No hay estadistas que piensen en la próxima generación, sino legiones de políticos cuyas mentes están puestas en la próxima elección. García, como su homólogo de Jalisco, Enrique Alfaro, y el líder de Movimiento Ciudadano (MC), Dante Delgado, quieren ser presidentes. Demasiado protagonismo y exceso de aspirantes en un partido tan pequeño. MC también está plagado de expriistas. En las presidenciales de 2006 y 2012 se alió con Andrés Manuel López Obrador, y seis años después con el PAN y su candidato Ricardo Anaya.

Malraux y el secularismo

El fenómeno de la inseguridad y su ensañamiento contra los más indefensos, en especial niños y mujeres, es consecuencia del debilitamiento de instituciones de primera línea como la familia y la escuela; de una crisis de autoridad en las esferas social y política; de sexenios de complicidad y connivencia entre la delincuencia organizada y los hombres del poder; de la impunidad que incita al robo de las arcas públicas y a la barbarie; y de un modelo económico depredador que ha puesto al mercado por encima del Estado bajo el criterio de que las ganancias deben ser siempre para las élites, los costos para la mayoría de la población y los conflictos para el Estado. Los Gobiernos de todo signo ideológico están rebasados y solo rinden cuentas a las oligarquías, sus jefes verdaderos, como Marx lo anticipó, y no a los electores. El desprestigio de la democracia no es de balde.

La inseguridad sigue el mismo patrón inercial de las últimas décadas. Las muertas de Juárez encendieron las alarmas, pero se las tomó a la ligera. La invasión de maquiladoras alteró el papel de las mujeres sin preparación suficiente, pero urgidas de ingresos por los salarios paupérrimos de sus maridos; por haber sido abandonadas junto con sus hijos o por ser madres solteras. Después de jornadas de trabajo alienante, extenuante y mal pagado, las trabajadoras buscaron, como los hombres, válvulas de escape, diversión y evasiones. Infinidad de niños crecieron sin el amor ni la guía de sus padres. Las calles fueron su hogar, escuela y sustento. Muchos fueron atrapados por los traficantes de drogas y se convirtieron en capos o sicarios, antihéroes convertidos en modelos por los apologistas del delito.

En el entretanto, la familia se desintegró y los valores tradicionales fueron suplantados por antivalores. Atribuir la violencia de género y los feminicidios al machismo simplifica un fenómeno de raíces sociales, antropológicas y psíquicas profundas. Los hogares, las sociedades y el mundo están sometidos a un estrés permanente y cada vez mayor. La globalización no es ajena a la infelicidad, la angustia y la epidemia de homicidios y suicidios. André Malraux, autor de La condición humana y ministro de Cultura de De Gaulle, profetizó: «El siglo XXI será espiritual, o no será». Nada puede llenar el vacío existencial (falta de sentido de la vida, tedio, ignorar para qué se vive, según definición de Eduardo Murueta, presidente de la Asociación Mexicana de Alternativas en Psicología), solo la idea de la trascendencia del alma, al margen del credo que se profese o aun sin él. En este sentido, el secularismo le ha dado la razón al periodista y político francés.

Igual que al viento y al pensamiento no pueden detenerlos las barreras, las tapias del poder tampoco podrán contener a las mujeres. Las marchas, plantones y consignas lanzadas frente al Palacio de Gobierno de Coahuila (por el caso de Alondra, entre otros feminicidios) y las puertas incendiadas en la sede del Ejecutivo de Nuevo León, son prueba irrefutable. Los muros del silencio impuesto, de la arrogancia y de la simulación se han agrietado. Pero mientras no se entienda que el Estado no lo puede todo ni lo puede solo, y que buscar culpables conduce a laberintos sin salida, habrá nuevas Debanhis. Es imperativo desarticular las redes de trata y encontrar formas para proteger no únicamente a las mujeres y a los niños, sino toda vida humana. Es hora de que las autoridades, la sociedad, las iglesias, los medios de comunicación y los demás sectores creen condiciones para recuperar la paz, y con ella, la humanidad y a nosotros mismos.

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