Desbordamiento de Río Escondido: 20 años de dolorosos recuerdos

El poblado Villa de Fuente ha retomado su existencia habitual, pero muchos de sus habitantes no olvidan la tragedia de la inundación; algunos de ellos quedaron marcados para siempre en su interior

El recuerdo de aquel domingo 4 de abril llega como golpe de agua a la memoria de Piedras Negras, inundando la mente de recuerdos dolorosos de quienes vivieron el desbordamiento de Río Escondido. Han pasado 20 años y Villa de Fuente, el sector afectado, luce normal, como si nada hubiese ocurrido; el lecho del río tiene un cuerpo de agua suficiente para formar una lagunilla y pequeñas acequias, hogar de garzas y otras aves. Es un sitio apacible, rodeado de juegos infantiles de colores y bancas, transformado en un parque al que acuden habitantes a disfrutar del paraje. Todo es silencio, interrumpido sólo por el trinar de los pájaros y el ruido de los coches que pasan por el puente encima del cauce. ¿Quién imaginaría que hace dos décadas el lecho fue rebasado por una cantidad de agua nunca vista hasta la fecha, en esta ciudad, cuyo arribo inesperado y violento produjo un ruido ensordecedor que rompió con la calma de esa tarde-noche de domingo de Semana Santa?

Quien esto escribe acudió en 2004 a dar cobertura de la tragedia. Lo que observé parecía sacado de una película de ficción: autos sostenidos entre casas y árboles, o en las azoteas, posados en sus cuatro llantas; basura en exceso y escombro por doquier, máquinas retroexcavadoras retirando los grandes desechos. Escenas surrealistas como bolsos de dama colgados en las ramas altas de los nogales y un pavorreal caminando en medio de todo ese caos. Vecinos de Villa de Fuente limpiando frenéticamente sus casas y las marcas aún visibles de la altura a donde llegó el agua en establecimientos ubicados en la ribera del río.

«Ahora siento miedo cuando llueve, mi esposo me dice que ya pasó mucho tiempo. No me gusta acércame al río. Voy, pero no puedo acercarme tanto. No tiene nada que ver porque salimos a tiempo de la inundación. Solo le tengo miedo al río. Lo respeto».

Wendy, víctima

Ahora también es un domingo de 2024 y el cielo está nublado como el del fatídico 4 de abril. Entré a un hotel en Villa de Fuente, parecía abandonado, pero no, está abierto y en servicio; en el patio a lo lejos hay una virgen de concreto en color blanco, recuerdo que hace 20 años vi una igual, pero a orillas del río que ya para entonces llevaba poca agua. Fue una especie de déjà vu. En recepción salió un hombre con camisa estampada, pelo ensortijado y lentes de sol tipo de espejo, que nunca se quitó. Amable, respondió que no le tocó vivir esos hechos, él llegó a trabajar al hotel hace tres años, pero comentó que el agua rebasó la primera planta.

«Tengo miedo de acercarme al río»

Continué recorriendo las calles del sector y hubo vecinos con unos cuantos años de residir ahí y otros que prefirieron no hablar. Así encontré a la señora Wendy, quien en un inicio se mostró renuente a compartir su historia a reserva de no dar sus apellidos y no tomarle fotos.

Tenía 26 años entonces, cuenta, vivía en la calle Allende. Con su hija de tres años de edad y su esposo, salieron a una tienda cercana, todo normal hasta ese momento; retornaron en media y ya para entonces el caudal llegaba al borde del puente sobre el río. No llovía. Se sorprendieron de ver demasiada agua. «Fue algo muy rápido».

Se aproximaron a su vivienda, pero ya había policías, quienes les negaron el acceso al sector. Se fueron a casa de su hermana, que habita en una colonia por el rumbo del aeropuerto, lejos del peligro. Junto con su cuñado, el marido regresó a la casa, dejó el coche en los alrededores y caminó; la corriente los envolvió, pero lograron subir al techo de un negocio de venta de cerveza. De todos modos, el agua les llegaba al pecho. Vieron cómo en la crecida iban tanques de gas y escuchaban gritos de personas. Mientras tanto, ella estaba con preocupación, ya que no sabía de su cónyuge y estaban sin luz ni teléfono. Hasta la madrugada pudo llegar. «Gracias a Dios no les pasó nada», refiere en un tono de angustia.

Al día siguiente de inmediato el hombre se trasladó nuevamente con el pariente a la casa. Le envío fotos de cómo quedó el interior. «Fue algo que no pensamos llegar a ver. Me quería volver loca, mi niña tenía tres años y pensar que nos hubiera pescado el agua ahí, yo no sé nadar…».

Wendy también volvió a su hogar y al ingresar se les enterraban las piernas hasta las rodillas en medio del lodo. Perdieron los muebles y las prendas de vestir. «Mi esposo decía lo material sale sobrando y yo le decía, pues sí, pero con tanto esfuerzo nos hicimos de estas cosas. Ver que todas nuestras cosas se perdieron en un abrir y cerrar de ojos es difícil». Acababan de comprar un colchón y él le decía que lo lavaran y secaran para volverlo a usar, pero Wendy no quiso por temor a que su hija contrajera una infección en la piel. Había mueblerías que sí respetaron que no pagaran los muebles que habían adquirido a crédito, pero otras no, así que tenían que pagar.

Si bien su familia y demás parientes salieron con vida de la anegación, comparte que su abuela, ya mayor de edad y en sillas de ruedas, sufrió una terrible experiencia. La señora vivía sola y la crecida la tomó por sorpresa; el instinto la hizo aferrarse de una ventana dentro del inmueble. Permaneció bajo el agua toda la noche, solamente pudo sacar la cara para respirar. Al día siguiente la hallaron y fue ingresada en un hospital para su valoración; salió bien, sin embargo lloraba mucho por todo lo que padeció. «Pensar que estuvo toda la noche bajo el agua helada y entre el lodo, cuando la vimos sentíamos muy feo».

Poco a poco fueron recuperando los enseres y ropa; familiares les ayudaron a limpiar y les dieron cosas, otras personas que no conocían les regalaron alimentos, en tanto familiares de su esposo en Estados Unidos les apoyaron también. Lamentablemente dice que hubo personas que lucraron con la tragedia de Villa de Fuente y se hicieron pasar por residentes del sector tan sólo para recibir las ayudas del Gobierno.

 Desde hace 15 años, Wendy vive en otro domicilio, también en Villa de Fuente, por la calle Guerrero, a una cuadra del río, lugar donde se realizó esta entrevista; es un inmueble propiedad de su suegra y que durante el fenómeno natural quedó casi bajo la totalidad del agua. Si bien ya no ha habido inundaciones, cuando llueve o hay humedad, resurge la marca en las paredes hasta donde llegó la crecida. «Incluso hemos pintado y todavía así aparece».

En aquellos años, su marido laboraba en un yonke, ahora es dueño de un pequeño negocio de venta de madera y tarimas. Han salido adelante, sin embargo, algunos temores quedaron atascados en su mente como las rodillas en el lodazal de aquellos días. «Ahora siento miedo cuando llueve, mi esposo me dice que ya pasó mucho tiempo. No me gusta acércame al río. Voy, pero no puedo acercarme tanto. No tiene nada que ver porque salimos a tiempo de la inundación. Solo le tengo miedo al río. Lo respeto», concluye.

«Ya no quiere acordarse uno»

La señora Concepción ha residido toda su vida en una vivienda de la calle Niños Héroes al otro extremo de donde habita Wendy, pero esta zona fue de las más afectadas en Villa de Fuente.

Rememora que ella tenía más de 50 años entonces y todavía no se iba a misa; se encontraba en casa, que dista unos metros del cauce. Acostumbrada a las crecidas, no se asustó cuando se percató que había una; no fue hasta que oyeron la fuerza que llevaba el agua, que arrastraba muchos carrizos y hasta vehículos, y ya llegaba al patio. De los coches reconoció el de su sobrina, uno color negro del que tenía poco que se había hecho. Decidió salir corriendo, descalza y con una cobija echada a la espalda; la siguieron sus sobrinos, sus hermanas y hermano se quedaron.

Se dirigió a la parte alta de la colonia, a una tienda de conveniencia; en el trayecto vio a mucha gente del área huyendo. Estando en el OXXO aún su mente se repetía que no pasaba nada. Poco después arribaron sus familiares. El agua se metió al establecimiento y junto con otras personas que igualmente se resguardaban, treparon al techo por una escalera. Ahí se mantuvieron hasta que fueron rescatados y conducidos a diferentes refugios. No supo dónde quedaron sus parientes.

Ya en el albergue improvisado, la mujer salió corriendo descalza y en total oscuridad de la noche, a buscarlos. Se topó con que el río se mantenía en descontrol y era imposible atravesarlo para llegar a su hogar. Fue mucho después cuando pudo hacerlo y constatar que sus seres queridos estaban bien, no así su casa que fue derribada por completo al igual que un localito de venta de refrescos y frituras que tenía una de sus hermanas dentro de las instalaciones, el cual recién había surtido pensando en la alta demanda que tendría por la Semana Santa. Perdieron todo.

El Gobierno les otorgó material de construcción y gracias a que su hermano sabe de albañilería, pudieron levantar la casa que hoy habitan. Batallaron para rehacer todo, ya que dormían mientras tanto en un cuarto de madera y láminas. Es lo más fuerte que ha vivido, reconoce, mientras mira hacia el silente río que sigue rodeado de nogales y una alfombra verde de césped. «Ya no quiere acordarse uno», expresa con nostalgia.

«Nos refugiamos en una iglesia»

A Socorro el desbordamiento la sorprendió en casa de una vecina a quien visitaba esa tarde, a varias cuadras de su domicilio. De repente miró gente corriendo y les dijeron «es que viene la creciente»; los coches salían ya del sector. Llegó a su casa para avisar a la familia y a los vecinos, quienes desconocían la situación. Huyó con su familia, mientras a su hijo lo trasladaron otros parientes al municipio vecino de Nava.

Caminaba por las arterias de la colonia y los dueños de la Pescadería García los invitaron a irse con ellos; ya iban hacia arriba, pero se toparon con la fuerte corriente y pensaron que los jalaría, dieron marcha atrás y decidieron partir rumbo a la iglesia Corazón de Jesús.

El recinto tiene en sus instalaciones cuartos construidos y habilitados para servicios y reuniones de la misma comunidad religiosa. El sacerdote, las monjas, feligresía y otros habitantes subieron a las plantas altas de esos inmuebles; eran alrededor de 100 personas, asustadas e incrédulas. Por una ventana divisaban lo que ocurría afuera. En la plaza de enfrente flotaban tanques estacionarios y mucha basura; se formaban olas en las calles y hasta trocas llevaba. Ahí estuvieron hasta la una o dos de la mañana, luego fueron trasladados a un refugio temporal en la ciudad.

Dice que hubo personas a las que el agua los atrapó en sus casas y no tuvieron oportunidad de huir; supo que toda la familia de una conocida suya murió. Ella por su parte, perdió casi todos sus muebles, pudo rescatar unos, no así la ropa, salvo la que traía en uso. Cerca del Puente Negro, apunta, hallaron muchos cadáveres de las personas que arrastró la corriente y se ahogaron. Sostiene que hubo más fallecidos de los que oficialmente se reportaron en su momento.

«Frente a mi casa hallaron a la víctima 39»

Desde hace 30 años, Fernando vive por la calle Niños Héroes, justo a un lado de la casa de Concepción, al frente tiene un terreno con animales, que es donde lo abordé mientras, machete en mano, él cortaba en trozos unas pencas de nopal para sus cabras. Pidió que no se le tomaran fotografías, sólo a sus animales.

Profesa la religión de Los Testigos de Jehová y justamente ese domingo había reunión de la congregación a unas cuadras de ahí, en un salón. Acompañado de su esposa e hijas, Fernando caminó hacia el lugar. A los pocos minutos, les avisaron que debían abandonar el local porque el río se estaba desbordando. Apenas salieron y el agua les llegaba a los tobillos. «Todo aquello era un caos, porque los carros estaban parados y no avanzaban, todos tratando de salir al mismo tiempo; la policía nos decía que fuéramos a las partes altas».

Fernando intentó regresar a su hogar por la camioneta, pero a medio camino un amigo le informó que la avenida ya había cubierto todo. Se dio por vencido y volvió con sus familiares para dirigirse hacia las zonas altas, pero se encontraron con un arroyo con fuerte corriente, afortunadamente un conocido pasó en una camioneta y les dio raid. Refiere que en el trayecto observaron cómo el aluvión arrasaba con todo: estufas, refrigeradores, tanques de gas, caballos, cerdos, vacas. Pasaron la noche en casa de una familia de la congregación, pero no durmieron, estaban con el pendiente por la catástrofe y escuchando las noticias por la radio. «Mi familia esperaba encontrar lo peor y no hallar la casa». El inmueble soportó el embate de la naturaleza y se mantuvo en pie, eso sí, muy sucia, con lodo y basura. La camioneta fue pérdida total.

A diferencia de otros vecinos, él no recibió ningún apoyo oficial, argumentó que quizá fue porque la casa estaba sola casi todo el día, él iba por las tardes a limpiarla, después de salir del trabajo. Fue gracias a la solidaridad y generosidad de su patrón en una compañía de gas, que consiguió recursos para adquirir enseres domésticos y la posibilidad de un crédito en una mueblería. «Empezamos desde cero limpiando y desinfectando el interior de la casa, la instalación eléctrica y la de agua tuvimos que cambiarla toda porque estaba contaminada y sin funcionar».

Agradece a Dios que él y su familia hayan salido con vida de ese terrible suceso. Con voz pausada y suave, continúa narrando los recuerdos de ese 4 de abril. «Nunca había visto tanta agua, sí había visto crecido el río, pero llegaba hasta la orilla, nunca se había subido. Por eso cuando nos dijeron que el agua había subido hasta la calle, se nos hacía algo increíble».

En su terreno tenía chivas y borregas; el agua se las llevó. Tras varios días, en medio del río había un palo blanco donde cada vez que pasaba una ola se movían las moscas, lo cual les pareció extraño. Su sobrino fue quien reportó el hecho a un soldado, quien se metió y descubrió el cuerpo de una mujer. «La víctima número 39, lo recuerdo bien». E4

Monclova, Coahuila, 1973. Licenciada en Comunicación por la UAdeC. Desde 1996 ha trabajado como reportera en radio, prensa y el sector público. Premio Estatal de Periodismo en el 2000 y en 2005, además de Premio Estatal por Trayectoria Periodística de 25 años. Obtuvo Mención Especial en el «Primer Certamen Literario Internacional de la Fundación SOMOS» año 2015, de EE.UU. Sus fotografías han sido publicadas en medios locales, en el periódico español El País y en la revista Hispanic Culture Review. Colabora en Espacio 4 desde 2013.

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