El fenómeno lacera a una cuarta parte del territorio nacional por cultivos excesivos, sobrepastoreo y malas prácticas de riego. La participación ciudadana y políticas sostenibles son clave para frenar la degradación
Un problema multidimensional que exige acciones colectivas
El aumento de las temperaturas, con el consecuente agravamiento de la sequía y la acción depredadora del hombre sobre su entorno natural han multiplicado y acelerado el proceso de desertificación en México hasta convertirlo en un desafío ambiental, político y social que requiere atención inmediata. La implementación de prácticas sostenibles en el manejo de la tierra, la reconversión productiva a cultivos tolerantes a las condiciones de menor requerimiento de agua, y la adopción de tecnologías eficientes de riego son solo algunos de los pasos que pueden contribuir a mitigar este problema. Además, es crucial impulsar políticas públicas efectivas y fomentar la participación activa de la sociedad para garantizar la conservación y recuperación de los suelos en el país.
«Quiero recordar que Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación».
Papa Francisco
La desertificación, a diferencia de la desertización —que es parte de una transformación natural— engloba las consecuencias de diversas actividades humanas que agotan el suelo y degradan el equilibrio ecológico. En el caso de nuestro país, las principales causas se encuentran en el exceso de cultivos, el sobrepastoreo, la deforestación, los incendios y los malos sistemas de irrigación, lo que conlleva a la pérdida de la cobertura vegetal y a la compactación del suelo, volviéndolo inservible para la flora y fauna. Esta problemática ha sido agravada por las altas temperaturas y la recurrente sequía, que se ha exacerbado en los últimos años.
El fenómeno preocupa incluso al papa Francisco quien, en su encíclica verde —«Laudato si»—, llamó la atención sobre la rapiña que llevan a cabo las empresas. «El principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración, es una distorsión conceptual de la economía: si aumenta la producción, interesa poco que se produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del ambiente; si la tala de un bosque aumenta la producción, nadie mide en ese cálculo la pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la biodiversidad o aumentar la contaminación. Es decir, las empresas obtienen ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos», destacó el sumo pontífice.
De acuerdo a la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), en México el 26% del territorio nacional está en proceso de desertificación, y más del 58% de la población total vive en zonas áridas. La recolección de agua, especialmente en las tierras secas, recae de manera desproporcionada sobre las mujeres y las niñas, lo que puede afectar significativamente su calidad de vida.
La expansión de la labranza de aguacate en Michoacán, por citar otro ejemplo, ha contribuido significativamente a la desertificación y aridización en el estado. Esta situación ha generado un problema severo de degradación potencial debido a la expansión descontrolada de este cultivo. La producción de aguacate ha generado una crisis hídrica en la región, lo que evidencia el conflicto entre el desarrollo económico y el costo ambiental. Además, la ganadería para la producción de carne también ha contribuido a la aridificación del suelo en zonas tropicales, requiriendo grandes cantidades de agua para su producción.
La Secretaría de Agricultura, a través de la Comisión Nacional de las Zonas Áridas (CONAZA) y de la Subsecretaría de Agricultura, ha implementado diversas acciones para luchar contra la desertificación y sequías. Desde el desarrollo de obras hidráulicas de captación de agua de lluvia, la vigilancia de desastres naturales como la sequía, el fomento de la tecnificación de riego a nivel parcelario hasta la instrumentación de una política de uso, conservación y recuperación del suelo y agua agrícolas.
Áreas verdes
Las áreas verdes en las ciudades desempeñan un papel fundamental en la calidad de los suelos, así como la calidad de vida y el bienestar de sus habitantes. Proporcionan espacios para la actividad física —caminar, correr o hacer yoga— reduciendo el riesgo de enfermedades crónicas como la obesidad y la diabetes. Además, estar rodeado de naturaleza tiene efectos positivos en la salud mental, reduciendo el estrés y mejorando el estado de ánimo.
Los árboles y las plantas absorben dióxido de carbono y liberan oxígeno durante la fotosíntesis, contribuyendo a mejorar la calidad del aire en las ciudades, especialmente en sectores con alta contaminación. Además, las áreas verdes se convierten en filtros naturales al atrapar partículas y contaminantes. Estos espacios también son esenciales para la biodiversidad. Albergan una variedad de especies de plantas, aves, insectos y otros animales, manteniendo el equilibrio ecológico y preservando la vida en nuestro planeta.
Asimismo, ofrecen lugares para relajarse, leer, hacer picnic o simplemente disfrutar de la naturaleza. También son puntos de encuentro para la comunidad, donde las personas pueden interactuar y fortalecer la cohesión social. La pérdida de estos espacios afecta la calidad del aire, la absorción de contaminantes y reduce la capacidad de recarga de los mantos freáticos. La vegetación hace de filtro natural, atrapando partículas y mejorando la calidad del aire. Cuando se reduce la cantidad de áreas verdes, se pierde esta función vital. Está demostrado que la exposición a entornos naturales se relaciona con mejoras en la salud mental y física.
En el país, a pesar de los esfuerzos por aumentar los entornos naturales urbanos por las autoridades, la Ciudad de México experimenta una pérdida significativa en áreas verdes privadas e informales. Frentes de manzana y espacios públicos han sido particularmente afectados. La densidad poblacional y la expansión urbana han contribuido a esta situación. Lo mismo sucede en Guadalajara, donde el Parque Agua Azul y el Parque Alcalde están amenazados debido a concesiones para instalaciones acuáticas y acuarios. Además, el Parque Metropolitano ha cedido terreno ante el empuje de otros proyectos, como los centros de tenis.
«Los espacios verdes son considerados por la Organización Mundial de Salud (OMS) como imprescindibles en las ciudades para mitigar el deterioro urbano, generar oxígeno, captación de partículas de polvo, regulan el clima, amortiguan los niveles de ruido y al captar agua, permiten la recarga de los mantos acuíferos, reducen inundaciones, la erosión del suelo, mejoran el paisaje urbano, elevan la calidad de vida y simplemente las hacen más agradables para vivir», advierte el consultor Jesús García Rojas.
Esfuerzo mundial
A nivel global, la desertificación tiene consecuencias económicas significativas. Por ejemplo, en India, las sequías severas redujeron el producto interno bruto entre un dos y un cinco por ciento, mientras que en Australia, la productividad agrícola total cayó un 18% como resultado de la Sequía del Milenio, que tuvo lugar desde finales de la década de 1990 hasta alrededor de 2010. Además, la desertificación ha contribuido a la pérdida de millones de hectáreas de tierra cada año y a la generación de megaincendios que han tenido un impacto devastador en la fauna y flora.
La lucha contra la desertificación es un desafío común para todos los Gobiernos debido a sus complejas interrelaciones con la seguridad alimentaria, la pobreza, la migración, la biodiversidad, el cambio climático y la economía mundial. Abordar este problema requiere esfuerzos coordinados a nivel local, nacional e internacional, integrando políticas sostenibles, innovación tecnológica y cooperación global para mitigar sus efectos y promover el desarrollo sostenible.
Uno de los programas más emblemáticos del mundo es la Gran Muralla Verde de África, ejecutada por la Acción Contra la Desertificación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Esta iniciativa abarca diez países africanos: Burkina Faso, Eritrea, Etiopía, Gambia, Malí, Mauritania, Níger, Nigeria, Senegal y Sudán. Su objetivo es restaurar vastas extensiones de tierras secas en el norte de África, el Sahel y el sur de África mediante prácticas agrícolas sostenibles y la gestión adecuada de bosques y pastizales. La Gran Muralla Verde no solo busca combatir la desertificación, sino también abordar el cambio climático y mejorar los medios de vida de millones de personas. A través de la reforestación, la regeneración de especies arbóreas y la gestión del agua, se está creando un cinturón verde que se extiende a lo largo de África, proporcionando beneficios ambientales y económicos.
China ha implementado varios proyectos de restauración de tierras, incluyendo la plantación de árboles y la construcción de barreras para detener el avance de los desiertos. Israel practica técnicas avanzadas de riego por goteo y gestión del agua que han permitido la agricultura en el desierto de Negev, demostrando cómo la tecnología puede transformar tierras áridas en productivas. Asimismo, en Níger, la técnica de regeneración natural gestionada por agricultores (FMNR, por sus siglas en inglés) ha revitalizado millones de hectáreas de tierra degradada mediante la poda y el manejo de árboles regenerativos.
En 2019, Etiopía plantó más de 350 millones de árboles en un solo día como parte de una campaña nacional para restaurar los bosques y combatir la degradación de la tierra. Marruecos ha revivido técnicas agrícolas tradicionales como los sistemas de riego en oasis y la agricultura de terrazas para conservar el agua y mejorar la productividad del suelo en áreas áridas. India, por su parte, emplea tecnologías de retención de humedad del suelo, como la aplicación de polímeros que mejoran la capacidad de la tierra para retener agua, lo cual ha ayudado a mejorar la productividad agrícola en áreas afectadas por la desertificación.
En cuanto a la participación de organizaciones, la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (UNCCD) desempeña un papel crucial. Los países afectados por la desertificación se comprometen a elaborar y ejecutar programas de acción nacionales. Estos programas se basan en el éxito de planes y programas previos y buscan mitigar los efectos de la sequía y la degradación del suelo.
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, un plan de acción global adoptado por todos los Estados miembros de las Naciones Unidas en septiembre de 2015, incluye el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 15, que aborda la gestión sostenible de los bosques, la lucha contra la desertificación, la detención y reversión de la degradación de la tierra y la detención de la pérdida de biodiversidad. E4
Acciones para restaurar las tierras
- Reforestación y regeneración arbórea: Plantar árboles y reintroducir especies nativas ayuda a recuperar la vegetación y estabilizar el suelo.
- Gestión del agua: Ahorrar agua, reutilizar aguas depuradas, almacenar agua de lluvia y desalinizar son estrategias clave para mejorar la disponibilidad hídrica en zonas afectadas.
- Control de la erosión: Técnicas como el abancalamiento y la revegetación ayudan a prevenir la pérdida de suelo debido a la erosión.
- Agricultura y ganadería regenerativa: Prácticas agrícolas sostenibles, como la rotación de cultivos y la gestión adecuada del ganado, contribuyen a la restauración de las tierras.
- Innovación: Desde donuts biodegradables para reforestar hasta recolectar niebla para obtener agua, la creatividad y la innovación son esenciales en la lucha contra la desertificación
Un problema multidimensional que exige acciones colectivas
La desertificación es una crisis ambiental que se manifiesta en diversas dimensiones, afectando desde la seguridad alimentaria hasta la estabilidad económica global. A continuación, algunas de sus consecuencias más peligrosas.
1. Impacto en la seguridad alimentaria: La desertificación reduce la productividad del suelo, lo que impacta negativamente la producción agrícola. Esto pone en riesgo la seguridad alimentaria, especialmente en regiones dependientes de la agricultura de subsistencia. La disminución de las tierras cultivables puede llevar a la escasez de alimentos y al aumento de los precios, afectando tanto a las economías locales como a la estabilidad global de los mercados alimentarios.
2. Pobreza y desigualdad: Las áreas más afectadas por la desertificación suelen ser también las más pobres. La degradación de la tierra agrava la pobreza al reducir las oportunidades económicas y los medios de subsistencia. Esto crea un ciclo vicioso donde la pobreza conduce a prácticas agrícolas no sostenibles, que a su vez aceleran la desertificación.
3. Migración y conflicto: La aridez de los suelos y la disminución de los recursos naturales pueden forzar a las comunidades a migrar en busca de mejores condiciones de vida. Esto puede resultar en desplazamientos masivos de personas, creando tensiones sociales y conflictos por los recursos en las áreas receptoras. La competencia por el agua y la tierra fértil puede exacerbar conflictos existentes o desencadenar nuevos.
4. Pérdida de biodiversidad: La desertificación aqueja gravemente los ecosistemas y la biodiversidad. Los suelos degradados merman su capacidad para sustentar plantas y animales, lo que lleva a la pérdida de especies y a la disminución de la biodiversidad. Esto no solo tiene implicaciones ecológicas, sino también económicas, ya que muchas comunidades dependen de la biodiversidad para sus medios de vida.
5. Cambio climático: La desertificación y el cambio climático están interrelacionados. La degradación de la tierra contribuye a las emisiones de gases de efecto invernadero, ya que los suelos degradados liberan carbono almacenado. A su vez, el cambio climático exacerba la desertificación mediante el aumento de la temperatura, la disminución de las precipitaciones y la ocurrencia de eventos climáticos extremos. Combatir la desertificación es esencial para mitigar los efectos del cambio climático y viceversa.
6. Erosión del suelo y ciclo hidrológico: La desertificación contribuye a la erosión del suelo, lo que reduce la capacidad del suelo para retener agua y nutrientes. Esto afecta el ciclo hidrológico, llevando a la escasez de agua y la disminución de la calidad del agua disponible. Las regiones áridas y semiáridas son especialmente vulnerables a estos cambios, que pueden tener efectos devastadores en la agricultura y el suministro de agua.
7. Dimensiones económicas globales: La desertificación tiene un impacto significativo en la economía global. La pérdida de tierras productivas y la disminución de la producción agrícola afectan los mercados internacionales y pueden llevar a la inestabilidad económica. Las inversiones en la recuperación de tierras y la implementación de prácticas sostenibles requieren cooperación y financiamiento a nivel mundial.
8. Interconexión global: La desertificación es un problema que trasciende fronteras. Su incidencia en una región puede tener repercusiones globales, como la migración masiva y la pérdida de biodiversidad, que afectan a todo el planeta. En este sentido, la cooperación internacional resulta esencial para compartir conocimientos, tecnologías y recursos necesarios para combatir la desertificación de manera efectiva. E4