¿Deveras…?

Aunque admiro profundamente el trabajo de mis colegas que, con sus trabajos iluminan para mejor comprender la complejidad de este país, no los entiendo cabalmente. Sé que el ejercicio periodístico exige especialistas en diversos temas, pero noto una tendencia y, en muchos casos no la comparto, que se inclina en favor de la reflexión teórica de la política que se ejerce en México. Una reflexión que se aparta de lo concreto.

Quizá sea su grado de especialización lo que los obliga a hilar fino en torno a ese quehacer malsano que una pequeña élite ha elegido para hacer de la nación un lienzo desgarrado a base de malas administraciones que la han gobernado a lo largo de su historia.

Así hilan fino mis colegas periodistas —y uno que otro intelectual— alrededor, por ejemplo, de la reforma judicial que por estos días ha impuesto desde Palacio Nacional a sus siervos en el Congreso el jefe de jefes.

He leído piezas periodísticas dignas del mejor marco para lucirlas como preseas deportivas; otras, con menores galas, pero igualmente dignísimas. Sin embargo, ninguna ha despejado las sombras que nublan mi razón para entender los beneficios y los perjuicios de tamaño cambio. De todos modos, los sigo leyendo con la misma admiración de siempre, tratando de comprender ese movimiento tan obsesivamente codiciado por el presidente.

Como yo no sé hilar fino en esos temas, prefiero el camino llano de lo obvio y lo que es urgente de manera inmediata, porque, además, esa es mi tendencia natural. Y me gustaría que, en un acto de humildad, mis colegas bajaran de la cumbre donde los ha instalado su especialización para bordar la trama de realidades con que se teje la vida cotidiana del pueblo (para estar a la moda con el vocablo).

Porque mientras ellos hilan fino sobre temas etéreos e inasibles, mi vecino, en un acto totalmente de mundo, dolorosamente concreto, perfectamente tangible, murió en el más completo abandono del sistema de salud mexicano, que no lo pudo asistir en su enfermedad porque nuestro sistema ya no atiende los problemas de cáncer pues dejaron de ser una prioridad.

Aunque era derechohabiente del sistema de salud mexicano, le fue negada sistemáticamente la consulta especializada y el acceso a las medicinas que requería para su tratamiento. En un gesto solidario, los vecinos logramos reunir una respetable cantidad de dinero, pero no fue suficiente porque el medicamento rebasaba los 47 mil pesos.

Es un crimen y quedó impune. Como impune quedan todos los actos criminales que ocurren en el sistema de salud que, en los sueños estériles del mandatario mexicano, es similar al de Dinamarca: falta de medicinas, carencia de los materiales más elementales para el primer encuentro con el paciente, ausencia de médicos especialistas y una infraestructura hospitalaria en deplorables condiciones. Y nadie es llevado a juicio por ello.

Por supuesto no es una sorpresa lo que le ocurrió a mi vecino; era lo esperado. El dinero que reunimos para su tratamiento no podía alcanzar porque, aunque fue un acto solidario de buen corazón, eso no sirve. Lo que sirve es que el Estado mexicano a través de sus gobernantes, establezca políticas públicas eficientes que incidan en el bienestar de la ciudadanía.

Naturalmente, políticas públicas que sean pasadas por el tamiz de la inteligencia y la razón, no por las vísceras, como ha sido el sello de la actual administración. Tienen que ser objetivas para poder visualizar sus logros separándolas de la grandilocuencia del discurso retórico que prefiere autoengañarse.

¿Cuántos más deben morir, en el hospital, en la casa o en la calle, para que alguien asuma la responsabilidad que le corresponde?

De eso no hablan mis colegas periodistas ni los intelectuales de mi patria. El bordado sutil de sus escritos teje con delicadeza los enroques de un juego de ajedrez que apunta hacia la nada. Mientras ellos despliegan su finura verbal en los medios y son premiados por sus opiniones, la realidad se impone con una contundencia de miedo sobre la ciudadanía y nadie quiere hablar de eso.

Con esos artículos, muchos de mis colegas periodistas alcanzan logros profesionales que los encumbran en una élite considerada como líderes de opinión. Merecido, es cierto, pero yo me pregunto: ¿deveras constituye una prioridad hablar, escribir en los medios de la Reforma Judicial mientras mueren mexicanos —como mi vecino— porque la salud no es prioridad, porque el combate a la violencia no es prioridad, porque los feminicidios no son prioridad, porque el problema migrante no es prioridad, porque la educación no es prioridad?…

Cuando percibo todo esto, se abre a veces el umbral de la sospecha y también me pregunto: ¿junto con los medios donde laboran, no será un coqueteo, un guiño con el poder, un elemento distractor para sustraerse de una realidad más apabullante? ¿Se benefician de eso?

A mi vecino no le ayudó el espejismo de la pensión universal. ¿Por qué mis colegas periodistas no iluminan mi cabeza para que yo pueda entender la utilidad del despropósito de ese dinero repartido sin ton ni son? ¿No sería mejor reencausarlo hacia políticas públicas en materia de salud para que muchos —como mi vecino— pudieran tener una asistencia de salud que también cuidara su dignidad?

Porque, mientras los medios de comunicación inundan de información sus espacios periodísticos con ese tema de la mentada Reforma Judicial, muere gente que, quizá, no debería morir todavía porque no fue asistida a tiempo en su precariedad.

Y entonces, me parece desde una perspectiva totalmente personal (que de ninguna manera significa que esto sea la verdad), que falta más garra, más conciencia y una autonomía intelectual que aleje a mis colegas de la seducción del poder.

Hoy, mi vecino falta en el barrio. Su ausencia me grita que, ciertamente, necesitamos piezas periodísticas que iluminen la complejidad de la vida política del país. Pero, junto a ese sol verbal, necesitamos una voz que refleje la dolorosa realidad de un ciudadano común y corriente.

Ojalá, porque me niego a seguir coleccionando maravillosas piezas periodísticas de solidez estructural envidiable y de un lenguaje riquísimo en matices, pero que apuntan hacia un horizonte vacío.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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