El aliento del lobo. La Stasi, el Muro de Berlín y la vida de nosotros

Un libro singular sobre el horror de la policía política de la Alemania comunista

El aullido del lobo en la distancia

Mucho se ha escrito sobre la Stasi, apelativo que se refiere a uno de los servicios de inteligencia más efectivos del mundo, desde que fuera fundado en 1950 en la entonces República Democrática Alemana, hasta su disolución en 1990, tras la caída del Muro de Berlín: el temido y todopoderoso Ministerium für Staatssicherheit (o Ministerio para la Seguridad del Estado). Pero El aliento del lobo. La Stasi, el Muro de Berlín y la vida de nosotros, libro de no ficción del escritor y periodista cubano Amir Valle, es un aporte singular a la comprensión del horror imperante en la Alemania comunista por las inconcebibles estrategias represivas de todo pensamiento opositor instauradas por este aparato represivo durante casi cuatro décadas.

El trabajo de la Stasi, sus ramificaciones en la política y la sociedad de la hoy extinta RDA y sus vínculos siniestros con otras policías políticas del llamado «campo socialista» es desgranado en este libro de un modo muy diferente a cómo ha sido abordado en otras obras. Tan compleja fue la existencia de la Stasi que la mayoría de los libros se han visto forzados a concentrarse en una o en solo algunas aristas de este perverso fenómeno del control social. Amir Valle, sin embargo, se lanza al reto de presentar al lector una mirada completa sobre el entramado de vigilancia, represión, manipulación, negocios sucios y contubernios de la Stasi mediante una estructura muy inteligente: en estas páginas se entrecruzan el análisis sobre la historia de la Stasi, las maquiavélicas trayectorias de los principales cabecillas e ideólogos políticos y militares gestores de esta estrategia de terror, y los dolorosos testimonios de las víctimas. Todo ello unificado por una columna vertebral: la investigación que durante varios años hizo el autor en Alemania y sus vivencias como víctima de la policía política de Cuba, órgano de represión adiestrado durante décadas por la Stasi.

Esta radiografía del horror no se queda solamente en las marcas que dejó la Stasi dentro de la población y la sociedad civil de la Alemania comunista. También se develan las oscuras tramas de poder tejidas por los altos jerarcas de la Stasi en contubernio con la siniestra KGB soviética, en su lucha por extender la égida del totalitarismo, mediante operaciones de inteligencia y contrainteligencia, hacia las dos Alemanias, hacia el entonces llamado «campo socialista», hacia los satélites del poder de la URSS en otras regiones del mundo y hacia el resto de los «enemigos capitalistas». Aquí se revela la estrategia oportunista de la Stasi, que incluía alianzas con cualquier enemigo de Estados Unidos y Occidente, e incluso con renombrados grupos y personajes del terrorismo internacional. Todo, además, documentado en las fuentes vivas —los testigos y las víctimas—, así como en las historias que los propios oficiales de la policía política recogían en los millones de expedientes que lograron sobrevivir al intento de quemarlos y destruirlos cuando los jefes comunistas alemanes constataron que su poder se había derrumbado, del mismo modo estrepitoso que el muro que ellos habían levantado en 1961 para dividir Alemania en dos absurdos feudos: el comunista (la RDA) y el capitalista (la RFA).

Amir Valle, desde la publicación de su libro más conocido: Habana Babilonia o prostitutas en Cuba, el más amplio estudio conocido sobre la prostitución en la mayor de las Antillas, es considerado un autor clásico del género No Ficción en lengua española. En una entrevista a raíz de la publicación de este libro me comenta un valor de este libro: denunciar el engaño lanzado por algunos regímenes e ideologías que se presentan como humanistas y defensores de un mundo mejor. En su investigación deja claro que los jerarcas de la Stasi y del partido comunista alemán «decían defender un mundo más humano utilizando contra su propio pueblo métodos absolutamente inhumanos, bárbaros, maquiavélicos, sádicos. La horrenda represión que leemos en la novela 1984 de George Orwell, que consideramos la que mejor refleja el control social extremo al que pueden llegar las dictaduras, parece una ingenua novela infantil comparada con el método de control concebido por los cerebros enfermos de poder de la Stasi. Los partidos políticos que intentaron imponer ese humanísimo sistema, supuestamente menos cruel y salvaje que el capitalismo contra el que luchaban, concibieron instrumentos de represión que han dejado una larga estela de crueldad y salvajismo que alcanzó a millones de víctimas. Eso explica que, desde que en 1989 cayó el muro de Berlín y, poco después, se hizo añicos el modelo de socialismo impuesto por la entonces Unión Soviética en Europa del Este, incluso los más rabiosos y ciegos defensores de ese sistema hacen mutis por el foro cuando se les echa en cara las heridas humanas y sociales provocadas por las sofisticadas estrategias de represión que se impusieron en todos esos países bajo la asesoría de los dos cabecillas de ese engendro: la KGB, la policía política soviética, y la Stasi alemana».

El aliento del lobo. La Stasi, el Muro de Berlín y la vida de nosotros, libro publicado por la prestigiosa editorial Anaya a través de su sello Oberón, tiene otra singularidad: las víctimas de la Stasi pertenecían precisamente a eso que los líderes comunistas alemanes y el resto de los servicios de inteligencia de sistemas totalitarios en el mundo decían defender: el pueblo. Este libro también les da voz. E4


El aullido del lobo en la distancia

Aquel era el rostro de su verdugo. Jamás podría olvidar esa cara. Tampoco había querido olvidarla. Desde que lo sacaron de su celda en la prisión de la Stasi en Hohenschönhausen, aquel barrio exclusivo en Berlín para instalaciones del Ministerio para la Seguridad del Estado y viviendas de oficiales de esa institución, lo condujeron en un silencio sepulcral a lo largo de aquellos pasillos franqueados por puertas de celdas que él tan bien conocía, lo empujaron de cabeza y con las manos atadas a la espalda en el asiento trasero de un Travant gris, dejaron atrás el control de seguridad de la puerta y se adentraron en esa parte de la ciudad que tanto había extrañado, el viejo profesor de historia Ulrich Werner se propuso no borrar de su mente ni el más mínimo detalle de todo el horror que había padecido en ese edificio siniestro del que, al fin, lograba salir, y donde estuvo detenido poco más de nueve meses por un delito que consideraba ridículo: comentar con un colega del claustro de profesores que una de las vías de escape de los antiguos torturadores nazis era la colaboración con la policía política de algunos países socialistas y que, sin dudas, eso llegaría a convertirse en el futuro en un tema vital para autores y obras de esa literatura alemana que ellos enseñaban allí, en la universidad.

El anciano paseaba por el parque, acompañado de un hermoso husky siberiano albino, que saltaba de alegría y daba carreritas alocadas, como hacen los perros cuando los sacan de un encierro largo en sus casas. Iba tranquilo, sonriendo ante las travesuras de su mascota. El profesor Werner notó que muchas personas —quienes caminaban por las cuidadas callejuelas que bordeaban el pequeño lago Ober o los que hacían jogging siguiendo los senderos entre los árboles—, al encontrarse con aquel apacible anciano, lo saludaban con un respeto incluso reverencial. Y ese detalle lo lanzó al escabroso territorio de la duda: ¿sería esa la persona que él tanto había soñado encontrar durante los últimos 20 años? ¿Era posible que algún ser humano en la tierra osara saludar con tanta afabilidad a esa persona que no había abandonado nunca sus pesadillas en aquellas dos décadas desde que cayó el Muro de Berlín? ¿No era alocado pensar que podría reconocerse a alguien, especialmente después de tanto tiempo, solamente por el modo de caminar?

Por eso decidió acercarse. Y cuando estuvo a solo unos pasos del anciano que, al parecer cansado, se había sentado en uno de los pocos bancos de madera que, a esa hora de la tarde y bajo el sol tórrido de Berlín, estaban desocupados, y pudo distinguir mejor aquella frente de grandes entradas, aquellos pómulos marcados por las heridas de un acné mal tratado en la juventud, aquellos ojos…, un manto pesadísimo de sombríos recuerdos congeló su cuerpo… y esas palabras que, para si sucedía el anhelado encuentro, practicó hasta aprendérselas de memoria, y que ahora, frías, hirientes, pegajosas, se negaban a desprenderse de su lengua.

—¿De verdad creíste alguna vez que una garrapata como tú se pondría a chuparnos la sangre así, sin que la descubriéramos y la aplastáramos? —se llamaba Matías y sus ojos escupían cinismo y prepotencia.

Le gustaba mucho utilizar esa imagen: la garrapata aplastada. Muchas veces, el profesor Werner se dijo que justo esa era la evidencia de la falta de imaginación del oficial Stasi encargado de su caso, porque cualquiera sabría que los alemanes están acostumbrados a convivir y combatir a las garrapatas, que campeaban a sus anchas en los parques y, si no se las controlaba, en las casas. Por ello, junto a los líquidos y peines especiales contra los piojos, uno de los productos más vendidos en todos los tiempos en las tiendas y mercados alemanes eran los kits de herramientas para extraer aquellos bichejos. Sin embargo, la recurrencia de su torturador en usar aquella imagen era la más perfecta metáfora del trabajo que hacían en ese edificio al cual había sido conducido para ser interrogado «gracias al aviso que sobre tu desacertado comentario nos hizo llegar tu colega, un verdadero héroe alemán, que se alarmó con esa estupidez de que nosotros trabajamos con los nazis. ¿Tengo yo cara de nazi?», le había preguntado en el primer interrogatorio, con esa ecuanimidad gélida y despojada de cualquier gesto de sensibilidad humana, casi robótica, que mantuvo durante meses en sus encuentros semanales, como una fórmula practicada hasta encontrar la perfección.

 —¿Y sabes qué le hacemos aquí a las garrapatas? —y esta vez, el cinismo le llegó con el tufo patibulario de la amenaza—. Las exprimimos —y escenificó el acto apretando la mano y con una mueca de asco—, para que suelten hasta la última gota de la sangre que han chupado, porque las garrapatas malagradecidas como tú ni alimentarse merecen. Y a ti, escúchame bien, 86/86, te voy a aplastar y lo único que voy a dejar es tu apestoso cascarón. E4

(Karlruhe, Alemania, 2000). Periodista. Realizó la licenciatura en Estudios latinoamericanos en La Sorbona. Colabora como periodista independiente en diversos medios de la prensa escrita y digital en Alemania. Autor del libro Die lateinamerikanische Diaspora in der deutschen Gesellschaft des 20. und 21. Jahrhunderts (La diáspora latinoamericana en la sociedad alemana del siglo XX y XXI). Luego de varios años de residencia en París, desde 2019 se radicó en Berlín donde dirige el proyecto cinematográfico independiente FilmINA.

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