Nunca lo nombré como Felipe Rodríguez Maldonado. Es más, jamás lo conocí por su nombre completo. Escuché su nombre resaltar en mi etapa de mozo, o pre-adolescente; cuando mi padre lo nombraba en reiteradas ocasiones, incluso, sé que apadrinó a un hijo de uno de los amigos de mi viejo.
Y que Felipe pa’cá y que Felipe pa’llá. Un día hay que invitar al Felipe y su esposa (Socorro), decían cuando andaba de intruso. Esos recuerdos, se me vuelven recurrentes, porque me gustaba ser metiche a las pláticas de adultos, aunque hubiese sido solo para escuchar.
Yo ya me encontraba en mi época de universitario. Estudié ahí, en la inmortal Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila. Tengo una pasión por la política, heredada por mi padre o, siendo idealista, algunos creemos que, por medio de la política, se pueden transformar injusticias, se logra un bienestar social y todas las utopías que se ocurran. La línea del tiempo, te hace entender que no todo es miel sobre hojuelas.
En ese entonces, involucrado en un movimiento político-universitario, para elegir coordinador de la Unidad Saltillo, surgió nuevamente la figura de Felipe. Íbamos a contramarea, en contra de todo el aparato burocrático de la universidad pública —que dicen que se fue, pero yo creo que solo cambió de grupos de poder—. Hostigamiento por parte de los famosos porros, voto itinerante, compra de votos, amenazas y todo tipo de zalamería para convencer incautos alumnos.
A Felipe Rodríguez solo una llamada le bastó para que él asumiera su postura de la búsqueda de la verdad, porque, al día de hoy, conozco pocos hombres leales, congruentes con sus principios, con lo que dice y lo que hace… (me cuesta trabajo hablar en pasado). En el frontispicio de la Facultad de Jurisprudencia, mandó reporteros para documentar las anomalías y trapicheos que hacía la Universidad, para su candidato a modo.
Felipe trabajaba para el proyecto Palabra (del grupo Reforma), una iniciativa periodística que no terminó de fraguar. Fuimos entrevistados; y un par de reporteros, tenían la tarea de acompañarnos —dentro de su labor periodística— en nuestra campaña encabezada por el maestro José María González Lara, en contra del stablishment.
Otro momento que me marcó y en el que tuve la oportunidad de constatar lo que decían de él, fue en una reunión de Espacio 4. Ahí se encontraba con Gerardo Hernández, quien siempre fue su amigo y trabajaron en conjunto en varios proyectos. Era «parvulito» frente a dos expertos en el periodismo. Pero la broma ocurrente de Felipe y la gentileza de Gerardo me hicieron sentir entre iguales.
El último momento —y el más importante— fue cuando, se pudiese decir, entable una especie de amistad, fraternidad o, quizá, mentoría periodística. Me invitaron, gracias a él y a un gran amigo, a escribir en el periódico Vanguardia, medio en el que Felipe tenía años disertando y decidiendo día con día lo que serían las publicaciones.
A Felipe lo aquejaba una enfermedad que lo acompañó durante muchos años; lo entendí, con cercanía por un proceso de salud que padezco y nos empataba esa condición.
En los días en que la enfermedad lo imposibilitó de una manera más fuerte, lo visité en su casa, donde su familia me abrió las puertas con gran cariño y bondad. Conocí a su hijo, a quien él orgullosamente presumía que estaba por terminar su maestría en la Academia Interamericana de Derechos Humanos; conocí a su esposa, qué con solo verla, transmite tranquilidad. Saludé desde su auto, a una de sus hijas, quien lo movía en sus pendientes diarios, y lo recogía en las tardes-noches de su trabajo. Siempre estoico, como si la enfermedad era algo con lo que nació y aprendió a vivir. Una pecata minuta.
Hombre en toda la extensión de la palabra, caballero, apegado a su familia como su gran motor y deseoso de compartir su conocimiento —que era mucho—. Felipe, dejas ejemplo y huella en muchos periodistas, en infinidades de amigos y hermanos; queda el orgullo de que tu familia nuclear y la extendida, siempre va presumir a su padre como un orgullo.
Qué la eternidad te dé, todo lo que realmente mereces Felipe, sé que sí… hasta ahora.