«La solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo».
Eduardo Galeano
La frase con la que encabezo el presente texto fue pronunciada en la respuesta que la entonces embajadora de Finlandia en nuestro país, dio a pregunta expresa de «¿cómo es la educación de su país comparada con la que se imparte en México?». Yo era entonces diputada federal y acudí como invitada de la diplomática a una presentación de franquicias finlandesas en México. La embajadora expresó que ella iba a contar cómo era la educación en su tierra y que el interlocutor partiendo de eso hiciera el comparativo.
Muy puntualmente resaltó que en Finlandia el profesionista mejor pagado y más respetado, era el maestro; que los niños desde que acudían al kínder, tenían mentores especializados; que los grupos escolares no eran de más de 20 infantes, y que si uno de los 20 niños no iba al mismo nivel que sus compañeros en determinada asignatura, se convocaba inmediatamente a una reunión al director de la escuela, al profesor titular de la materia, al tutor académico del niño, a sus padres y a sus 19 compañeros, para que juntos acordaran cómo iban a ayudarlo a resolver la situación en cuestión, porque es su país se educaba no para ser competitivos, sino para ser solidarios.
Como me gustaría que esa filosofía imperara en nuestro México. No me cabe la menor duda que sería muy diferente nuestra historia. ¿Por qué? Porque la solidaridad es un principio ético que se engendra en la convicción de que no somos lobos esteparios, ni dioses, sino personas de carne y hueso, interdependientes, y por ende, tenemos el deber humano de darles la mano a aquellos que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad o necesidad.
La solidaridad es elemento sine qua non para que exista una sociedad justa e igualitaria. Y partiendo de este entendido todos tenemos la responsabilidad de cuidarnos y respetarnos, si actuamos bajo este principio, sin duda que estaremos coadyuvando a que el mundo en el que vivimos sea mejor.
Pero entiéndase, ser solidario no se reduce a que hagamos o demos algo a los demás, sino que ese algo nos hermanemos como seres humanos, que no nada más resulte beneficioso para quien recibe sino para nosotros mismos. Cobra vida la frase de Lao Tse: «…el sabio no atesora. Cuanto más ayuda a los demás, más se beneficia. Cuanto más da a los demás, más obtiene para él.».
La solidaridad produce felicidad, hace que nos sintamos mejor con nosotros mismos y con el mundo del que somos parte, también nos hace cobrar conciencia de que está en nuestras manos mejorarlo y esto nos empodera, nos da la convicción de que podemos afrontar nuevos retos. Cuando aprendes a dar de manera desinteresada hay un gozo interior inigualable.
Partamos de una realidad, no todo el mundo tiene la fortuna de nacer en un país desarrollado, en un sitio con oportunidades para todos. No todos somos parte de una familia bien cimentada y con economía desahogada, ni tampoco todos podemos ir a una universidad. Bueno, ni siquiera cursar los estudios básicos, ni gozar de servicios médicos de primer nivel, ni trabajos dignos, ni vivienda decorosa, aunque mucho de esto se reconozca como derecho humano en el propio texto de la Constitución de la República.
Hay millones de personas en todo el orbe que no tienen ni lo básico, y que de ribete, y lo estamos viendo, tienen que salir de sus países de origen, a buscar la vida en tierra extraña. Hay muchos desplazados por guerra o por desastres naturales, viviendo como excluidos. Hoy en México tenemos un problema enorme porque somos sitio de paso para miles de extranjeros que ven en Estados Unidos, su lugar de salvación. También hay personas con discapacidades físicas, que de no existir organizaciones solidarias, sin ánimo lucrativo, movidas solo por la solidaridad, estarían en el más absoluto desamparo.
El día 20 de diciembre se celebró el Día Internacional de la Solidaridad Humana, aprobado por la Asamblea General de Naciones Unidas con un objetivo contundente: promover este valor universal fundamental para la cooperación y el bienestar de los pueblos.
Quienes estamos claros de esto debemos esforzarnos por sembrarlo en las nuevas generaciones, o no habrá esperanza de un futuro mejor para la humanidad. Cada día se va perdiendo en este remolino de superficialidad y culto al individualismo irracional, nuestro sentido de humanidad. Todo indica que lo dicho por Thomas Hobbes en el siglo XVII hoy día está más vigente que nunca: el hombre es el lobo del hombre, homo homini lupus. Tenemos que cambiar esta debacle, debemos de empeñarnos en ello.
La solidaridad implica hacer algo de forma desinteresada por nuestros semejantes que lo requieren. Lo podemos hacer a título personal, verbi gratia, cuando estamos viendo lo que está pasando la familia de al lado, para la que resulta esencial nuestra ayuda. También podemos canalizarlo a través de organizaciones de ayuda humanitaria. Hay dos maneras de participar en estas asociaciones, con tu tiempo o con tu aportación monetaria. Participar con tu tiempo es una expresión genuina de generosidad, por ello el trabajo del voluntariado es digno de encomio.
El punto estriba en encontrar una causa con la que te sientas identificado y que congenie a lo que puedes aportar y a tu disponibilidad temporal. Es muy importante, cuando decidas donar, hacerlo de manera responsable, con información previa sobre la organización que elijas para colaborar asegurándote de que sea digna de confianza. Si vas a donar dinero, tienes el deber de asegurarte de que va a llegar efectivamente al lugar y/o a las personas que lo necesitan.
Ser solidario implica demostrar respeto por los otros, apoyo mutuo e interdependencia. Comúnmente se ha confundido el concepto de solidaridad con el de caridad. En nuestros días este último ha experimentado una desvalorización ya que, aunque pueda ayudar momentáneamente al receptor, no logra siempre abatir las causas que generan la desigualdad, no obstante, hay una relación sustantiva entre estos dos conceptos porque la caridad es el fundamento moral que alimenta el anhelo de solidaridad y justicia social.
Las personas solidarias contribuyen con sus semejantes a la realización del bien común, porque al participar individualmente o a través de una organización en la vida política, económica o cultural de su comunidad, superan el individualismo social y político, como ya lo apunté en párrafos anteriores. La solidaridad vincula a cada persona al destino de la sociedad, toca la conciencia de los individuos y los lleva a conjugar en plural y a interesarse realmente en el apoyo de otros menos favorecidos.
La solidaridad es también virtud porque nos lleva a importarnos en personas que necesitan bondad o una mano amiga en su vida. Es una bendición que saca lo mejor de nosotros mismos, porque muchas veces, sin siquiera tener vínculos de sangre o afectivos, nos importan su suerte, su destino. Cultivar el valor de la solidaridad desde la infancia, es uno de los mejores regalos que los padres le pueden dar a sus hijos, porque los están enseñando a crear un mundo mejor. Vivir en un entorno, familiar o social, donde siempre existen voluntad y ánimo para tender la mano a quienes lo necesitan, es cultivar esa parte intangible que nos lleva a ser mejores personas. Y es que ser solidario, como expresa el sociólogo español Joel Martí: «… ayudar a los demás es lo que hace que este valor domine y prospere. Ser solidario es compartir, ceder, tomar conciencia de que existe otra realidad social menos afortunada…». Amigos todos, la generosidad es el combustible que activa la solidaridad. Permitamos que nos aflore, necesitamos, ya, volver a tomar conciencia de nuestro sentido de humanidad y enseñar a las nuevas generaciones a que lo conozcan y lo cultiven.
Los abrazo con la fraternidad que nace de compartir espacio y tiempo y les deseo desde el corazón que tengan una espléndida Navidad en el amor y la calidez de sus seres queridos. Regocijémonos con la venida del Hijo de Dios, celebremos con alegría nuestro propio renacer.