Hace unos días murió William Friedkin, director de El Exorcista, la adaptación cinematográfica de 1973 de la novela del mismo título de William Peter Blatty, un filme que, a 50 años de su estreno, sigue siendo aclamada como la mejor película de terror jamás realizada. Y aunque existen muchas opiniones del porqué de su éxito, creo que acercarnos al misterio del mal sobrenatural, el del Diablo, Satanás, los demonios y la coexistencia entre lo divino y lo demoníaco, ambos luchando por hacerse de las almas humanas hizo la gran diferencia. Pues retrata a un dios que reina en el cielo y un diablo en el infierno. En el cristianismo se le conoce como Satanás, Luzbel, príncipe de las Tinieblas, Belcebú, Lucifer, Baal o Mefistófeles. En el Islam es Shaitan o Iblis y en el budismo es Mara, el «portador de la muerte».
El Exorcista trata sobre una niña poseída por un demonio que luego es exorcizada por dos sacerdotes. Pero, en lo personal, el debate es más profundo, pues trata realmente de la lucha constante dentro de todos nosotros entre el bien y el mal. Esa batalla y su resultado, por lo tanto, son fundamentales para comprenderla. Pero, para analizar esta lucha, es necesario establecer qué constituye en esta película lo “bueno”, qué constituye el “mal”, y quizás lo más importante: ¿Qué lado gana?
El Exorcista presentó un retrato creíble del mundo urbano moderno, desgarrado por un mal obsceno y antiguo. Por primera vez en una película, el público fue testigo de la profanación de todo lo que se consideraba sano y bueno, y que se desvanecía: el hogar, la familia, la iglesia y una niña, interpretada por la actriz Linda Blair —Regan—, cuya entrañable personalidad desaparece cuando un demonio malvado la posee, mostrándola llena de llagas supurantes y moretones que cubren su cuerpo, con y que muestra un color blanco pálido y vomitando amarillo verdoso. Su apariencia repugnante, señala su corrupción moral y, en ese tiempo, la gente se impactó por su degeneración física.
Para aquellos que nunca la han visto, la historia comienza en Nínive, la antigua capital del poderoso Imperio Asirio, hoy Irak, donde el sacerdote y exorcista Lankester Merrin (el difunto Max von Sydow) quien descubre una antigua figura hecha de arcilla del demonio Pazuzu en una excavación arqueológica. Luego, la película pasa a Georgetown en Washington, donde Regan, una niña de 12 años, comienza a exhibir un comportamiento extraño y errático. Se vuelve inmoral, empieza a maldecir y orinar en el suelo en una fiesta. en una casa y En una escena que conmocionó en su momento, se viola a sí misma con una cruz. Regan ataca a su madre y asesina a dos personas.
Los médicos que la analizan, no logran atinar sus síntomas, ninguna patología conocida. De esta manera, se sugiere al espectador que la causa de su malestar sus síntomas puede ser de naturaleza espiritual o moral. Su comportamiento, que trasciende los alcances de la ciencia, llevan a un médico a recomendarle a la madre un exorcismo.
La iglesia católica designa para como exorcista al padre Merrin que tiene experiencia y se ha enfrentado a este demonio antes, sin embargo, está deteriorado físicamente y quien lo auxilia, el padre Karras, es físicamente fuerte, pero es una herida abierta. Se siente culpable por la muerte de su madre y está en medio de una crisis de fe. Del otro lado, el demonio que posee a Regan, es una criatura sobrenatural y los humanos a los que se enfrenta no son rival y los dos sacerdotes que realizan el exorcismo, ninguno de ellos está a la altura de la tarea. Ambos son presas frágiles para el demonio, para mí, la verdadera la estrella de la película y cuya monstruosa crueldad, no tiene comparación con algún tipo de acto igual y opuesto del lado «bueno».
Y aunque, al final, el ente maligno es expulsado de Regan, los dos sacerdotes que realizaron el exorcismo terminaron muertos; Karras mismo poseído por el demonio al que se enfrentaban. Al final, desconocemos por qué existe el mal y el sufrimiento en el mundo y por qué un Dios supuestamente bueno, poderoso, sabio y amoroso continúa permitiéndolo. El Exorcista sugiere que la culpa debe ser del diablo, Satanás y los demonios. La verdad es que no hay nadie que sepa mejor quién o qué creó o causó el mal y el sufrimiento de los humanos… más que los propios humanos.