El hombre es el lobo del hombre

En 1928, un acontecimiento fortuito cambió el curso de la historia. En un pequeño laboratorio del hospital St. Mary’s en Londres, Alexander Fleming descubrió la penicilina, observando cuando una placa inoculada con estafilococos se había contaminado con un moho. El jugo de moho, como él lo llamó, había inhibido el crecimiento bacteriano a su alrededor, mostrando una zona de inhibición. Con la ayuda de Frederick Ridley, que tenía algunos conocimientos de química, descubrieron que el jugo del moho mataría las bacterias, pero no el tejido humano.

En 1940, en Oxford comenzaron a probar su eficacia clínica y en 1941, la primera persona en recibir penicilina fue un policía que presentaba una infección grave a la que se le administró penicilina con una sorprendente mejoría en su condición después de 24 horas. Sin embargo, el suministro se agotó antes de que el policía pudiera ser tratado por completo, y murió. En agosto de 1942, Fleming obtuvo parte del suministro del grupo de Oxford y trató con éxito a un paciente que estaba muriendo de meningitis. Cuando el paciente se recuperó, el acontecimiento fue objeto de un importante artículo en el periódico The Times de Gran Bretaña, que mencionaba a Oxford como la fuente de la penicilina. Sin embargo, ni Florey ni Fleming fueron reconocidos en el artículo, un descuido corregido por sir Almroth Wright su jefe que escribió una carta al Times exponiendo el trabajo de Fleming y sugiriendo que merecía una «corona de laureles».

A pesar de ello, las compañías farmacéuticas en Inglaterra no podían producir penicilina en masa debido a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el gobierno de los Estados Unidos y varias compañías farmacéuticas la produjeron en masa, lo que transformó la industria farmacéutica para siempre, por lo que hoy podemos decir el profundo impacto que tuvo la penicilina para salvar millones de vidas.

Respecto a la patente de la penicilina, Fleming y sus colegas de Oxford decidieron que obtener una patente era poco ético para un medicamento que salva vidas. De hecho, la penicilina desafió la noción básica de una patente, considerando que era un producto natural producido por otro microorganismo vivo.

La opinión predominante en Gran Bretaña en ese momento era que el proceso podía patentarse, pero el producto químico no. Merck y Andrew Jackson Moyer presentaron cada uno patentes, pero solo sobre el proceso de producción de penicilina. La producción de penicilina resultó ser más que de interés histórico y, sin ningún conflicto de patentes, su comercialización finalmente aumentó y disminuyó los precios.

Sus efectos llevaron a que, en 1945, se otorgara a Fleming y sus colegas Chain y Florey el Premio Nobel de Medicina. Los tres pasaron a la historia como seres humanos que prefirieron el bien común y la salvación de millones de vidas antes que su propia seguridad económica.

Menciono todo esto porque a medida que se ponen en marcha las campañas de vacunación contra la COVID-19 con una velocidad que podría describirse como mortal por su lentitud, aumenta la preocupación por que miles de millones de personas no la recibirán, un hecho que pone a la comunidad mundial en riesgo de prolongar esta pandemia y sus devastadores efectos. La escasez en su suministro, junto con lo que podríamos llamar ya el «nacionalismo de las vacunas», significará que la gran mayoría de las personas en países pobres no podremos acceder a una vacuna en 2021, y posiblemente durante varios años más. De acuerdo con los expertos, 3 millones de personas más morirán antes de que se pueda garantizar un acceso rápido y equitativo a las vacunas en todo el mundo.

Estamos pues ante el milagro de la vacuna, creada en tiempo récord, pero también ante la tragedia del lucro económico de las farmacéuticas y los países poderosos que las controlan. Con algo de generosidad, las fórmulas de las diferentes vacunas podrían considerarse como un bien público mundial, para que los países con capacidad de producción puedan distribuirlas antes de que muera más gente. La fórmula está ahí, pero no vamos a poder acceder a ella. Ya lo había escrito en 1651 el filósofo inglés Thomas Hobbes: «homo homini lupus», el hombre es el lobo del hombre.

Es editorialista de diversos medios de comunicación, entre ellos Espacio 4, Vanguardia y las revistas Metrópoli y Proyección Empresarial, donde escribe sobres temas culturales, religiosos y de ciencia, tecnología e innovación. Es comentarista del noticiero “Al 100” de la estación de Radio La Reina de FM en Saltillo.

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