Según estudios recientes, México es el sexto país más violento del mundo después de Ucrania, Gaza, Myanmar, Nigeria y Somalia. La diferencia con esos países es que sus conflictos armados son de carácter político, religioso, ideológico y racial. Aquí luchamos en contra de una delincuencia cerril, sin ideología, ni religión, de baja estofa, matona, viciosa y sanguinaria, la peor lepra que ha padecido este hermoso país. Y la peor respuesta del Estado mexicano a lo largo de toda su historia ha sido la de «abrazos, no balazos», amnistía, no enfrentamiento y dizque atención a la pobreza que incita la delincuencia y que muy difícilmente vamos a resolver. La impunidad al más alto nivel de nuestra historia.
En Estados Unidos y en el mundo hay protestas en contra de Israel por su férrea defensa y mano dura. Nadie dice nada de su historia milenaria de sufrimiento, cautiverio, esclavitud, diáspora y Holocausto. Es cierto, hay mucha crueldad, mucha injusticia, sevicia y barbarie, pero aquí tenemos exactamente lo mismo, no de parte del Estado sino de criminales primitivos y felones, la peor escoria que uno pueda imaginar. Lo más grave es que esa delincuencia poderosa e impune, ante la debilidad de los abrazos, se ha consolidado en un Estado paralelo que impone su terror en gran parte del país.
Necesitamos reflexionar respecto al humanismo mexicano de relumbrón. Hay una Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) de tendencia oficialista. Tenemos las comisiones estatales, universitarias, académicas y centros muy respetables en su función humanista. Todos vigilantes del Estado para que respete los derechos humanos, pero no vemos que se pronuncien en contra de la constante violación de derechos humanos que realizan los delincuentes constituidos, de facto, en un Estado paralelo. Ellos ejecutan, secuestran, torturan, mutilan, incineran y desaparecen personas todos los días y contabilizar, hacer visibles esas violaciones, nos pondría en una pésima situación mundial.
Y eso sería muy denigrante para nuestro humanismo de relumbrón que ostentamos con tanta flema. Ahí el ejemplo del primer debate electoral de la historia mexicana realizado en un penal, perdón, en un centro de readaptación, perdón, en un centro de reinserción, ¿cárcel? La de Santa Martha Acatitla. Porque hasta eso, nuestro humanismo ramplón nos ha prohibido palabras que puedan estigmatizar, ser ofensivas o incómodas para las buenas conciencias.
Ya lo hemos dicho que, así como Francisco Franco prohibió en el diccionario de España la palabra «exilio» y así como Augusto Pinochet proscribió en Chile la palabra «golpe», aquí en México Andrés Manuel López Obrador ha desterrado del oficialismo las palabras guerra, terrorismo, homicidios y desaparecidos. Es cuestión de escuchar las declaraciones de la siempre jovial, pero inútil secretaria de Seguridad, Rosa Icela Rodríguez, que sí menciona la palabra homicidios, pero siempre a la baja, como los desaparecidos que ellos vuelven a desaparecer. Rosa Icela nos dice que en ciertas regiones han bajado los homicidios, pero no como un logro del Gobierno sino como la «pax mafiosa» que se consolida e impone su paz a base del terror.
Un Estado fuerte siempre prevalece. El mejor o peor ejemplo, como usted guste, es el Estado de Israel. Y así se tendrá que convertir México si se pretende que prevalezca como una nación libre, soberana, democrática y pacífica.
Y nuestra última hazaña humanista: llevar a una madre buscadora de Sonora hasta Iztapalapa en plena campaña electoral para «descubrir» un cementerio clandestino. Perverso humanismo mexicano.