El inevitable precio de un libro

Una vez regalé un perro. A la semana me lo devolvieron sucio, flaco y con una larga y tristísima mirada que me taladró la conciencia desde sus ojos redondos. No tenían espacio, se disculpó el exdueño. Igual podría haber dicho que cagaba demasiado. Daba lo mismo pues antes de que me dedicara su tibia excusa ya había comprendido mi error.

Sabía bien que no podía quedarme con el cachorro pues contaba yo en ese entonces con tres perros y vivía —aún lo hago— en una de esas pequeñas madrigueras que conocemos como «casita de Infonavit». Por lo tanto, me dediqué a recomponer a la mascota pródiga. Con cuidados decentes muy pronto su pelo recobró el brillo, su piel escondió los huesos y la alegría hizo escala en su minúscula anatomía.

Era el momento para volver a cederlo. Pero ya no iba a regalarlo. Pedí un precio astronómico por él. Mismo que fue bajando pero que, en cierto número, le pareció correcto a una pareja de jóvenes que se lo llevó y, esta vez, para no traerlo de vuelta. La lección estaba aprendida. Lo que se regala, no siempre se aprecia.

Y ahora Amazon busca «regalar» sus libros. Claro que no es darlos gratis, pero el imperio del comercio electrónico aboga por bajar más y más los precios de los mismos. Alguien, lector como yo, podría decir: pues que así sea, para leer más y mejor.

Sin embargo, tengo mis reservas sobre esta inocente esperanza. Puede que leamos más, pero dudo que mejor. Amazon está en condiciones, de proponérselo, de regalarnos sus libros —ahora sí, literalmente— porque su verdadero interés es llamar la atención hacia otros productos que, por si no bastara, incluyen hasta plataforma de ventas para terceros.

No le importa en demasía los títulos que ofrece y pareciera que nos deja a nosotros la generosa tarea de escoger. Pero las opciones que nos muestran no siempre son las mejores. Mantener un monopolio sobre el comercio de los libros terminará por crear un filtro temerario sobre la literatura.

La diversidad de criterios que ofrecen las múltiples casas editoras se irían por el caño si éstas terminan por quebrar ante la despiadada competencia que les impone Amazon. Las editoriales necesitan dinero para sobrevivir y, contrario al gigante de Internet, son los libros su más importante fuente de ingresos cuando no la única.

Por lo tanto, aunque más de una vez he tenido que tragar en seco por los desorbitantes precios de algunos buenos títulos, prefiero que éstos existan, aunque mi bolsillo no esté siempre a la altura de los mismos. Pretender lo contrario, además de egoísta, se me antoja irrisorio. El mundo sería demasiado gris si cada uno de sus portentos se encuentra al alcance de la mano. Además, ¿qué sería de los buenos amigos a quienes les podemos arrebatar un libro de vez en cuando? E4

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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