«Ser periodista es tener el privilegio de cambiar algo todos los días».
Gabriel García Márquez
El Comité Noruego del Premio Nobel nos sorprendió gratamente al conceder, por primera vez en la historia el Premio Nobel de la Paz a dos periodistas por sus esfuerzos para salvaguardar la libertad de expresión, condición previa para la democracia y la paz duradera.
María Ressa y Dmitry Muratov se hicieron merecedores del mundialmente reconocido galardón por su lucha valiente y sin tregua en Filipinas y en Rusia, respectivamente; la presentadora del Premio aclaró que ellos representan a todos los periodistas en el mundo en el que la democracia y la libertad de prensa se enfrentan a condiciones cada vez más adversas.
María Ressa es una periodista filipina, que a los 10 años emigró con sus padres a los Estados Unidos, laboró casi dos décadas para la empresa de comunicación CNN. Al terminar la universidad volvió al sudeste asiático donde trabaja desde hace más de 30 años, fundó la organización de noticias Rappler en Filipinas en 2012, desde entonces el presidente Rodrigo Duterte se ha encargado de acosarla y perseguirla para silenciarla y sacarla de su periódico por informar abiertamente de la brutalidad de ese gobierno, éste ha emitido 10 órdenes de arresto en su contra, pero ella es ahora una luchadora por el derecho a elaborar su trabajo en pro de los periodistas perseguidos, defendiendo el derecho de todos ellos a trabajar en libertad, lo que la ha convertido en una figura en defensa de la democracia, en contra de la autocracia que pretende manipular a la opinión pública colmando a la sociedad con noticias falsas, acusando a los que dicen la verdad de mentir, en pocas palabras, ella da la pelea por todos los periodistas, lo que ha acrecentado su perfil mundial por una prensa libre y veraz.
María Ressa dijo, «Un mundo sin hechos significa un mundo sin verdad y sin confianza», declaró en una entrevista transmitida por su medio Rappler. Emitió denuncias y críticas hacia el gobierno de Duterte, fuertemente cuestionado por su sangrienta campaña policial contra el tráfico de drogas (cualquier parecido con la guerra iniciada por Calderón Hinojosa es mera coincidencia), desde junio de 2016 causó miles de muertos, mientras que abundan las denuncias de que hay escuadrones de la muerte y las organizaciones de derechos humanos afirman que las víctimas al menos triplican las cifras oficiales. «En Filipinas ahora estamos luchando por nuestra democracia; lo que está en juego determinará si nos convertiremos en una dictadura o seguiremos siendo una democracia. Esto está sucediendo ahora mismo. La batalla es ahora. Es difícil luchar contra un gobierno, pero tenemos que hacerlo como si pudiéramos ganar la pelea».
Por su parte, el ruso Dmitry Muratov de 59 años, según sus detractores, es el periodista que, contra todo pronóstico, mantuvo abierto un molesto periódico de la oposición en Rusia, el Novaya Gazeta, que desde los años 90 del siglo pasado le ha dado rostro al periodismo de investigación ruso, en su carrera ha enfrentado la muerte de seis de sus periodistas a quienes dedicó el premio que ha recibido.
La Gazeta Novaya ha publicado hechos que ningún periódico se atrevía a divulgar, ahí se dio la noticia de una purga gay en Chechenia, también cubrió la tortura en las cárceles y sobre la guerra clandestina de Rusia en Ucrania, hechos que lo colocaron en el foco del mundo, lo cual Dimitry veía como poco conveniente para su medio.
El acoso contra la Gaceta ha sido constante y en cierta forma macabra, hace tres años ese periódico recibió la cabeza de un carnero cortada, dirigida a un periodista que investigaba sobre grupos mercenarios relacionados con el Kremlin; Kadyrov, el ultraviolento presidente de Chechenia calificó a los periodistas de Novaya como, «no personas».
La lucha de los dos periodistas premiados es un claro testimonio de que la libertad de expresión es posible, no es para mañana o cuando se pueda, es para ahora, en muchas regiones de este país se está incrementando, lo medios digitales abrieron la puerta. Felicidades a los galardonados.
La dignidad
La dignidad es parte de la condición humana e involucra un conjunto de valores que la hacen apreciable, eficaz, útil y provechosa, hasta insustituible, se la ve como el centro del cambio social positivo, por eso no es una efeméride trivial, en 2005 se invitó a niños y jóvenes a deliberar sobre su significado e importancia en la vida humana, de ahí que el 20 de octubre de 2008 se realizó la celebración oficial de este día mundial por parte de la Organización de las Naciones Unidas a fin de que se la promueva continuamente como parte sustancial de los derechos y las relaciones humanas.
La dignidad es una cualidad inherente al ser humano, parte de su racionalidad, de su libertad y libre albedrío, toda persona tiene derecho a una vida digna, esto se repite como un estribillo o un mantra que por obvio no se entiende, cuando debiera ser al contrario ahora que los derechos humanos son parte de nuestras leyes constitucionales, a fin de evitar cualquier forma de segregación y de darle vigencia a la dignidad en todos los entornos y ambientes.
Aunque parezca indiscutible es preciso darles reglamentación y exigibilidad a los compromisos del estado en materia de salud, educación, vivienda, alimentación y trabajo mediante leyes constitucionales, porque sin ellos la dignidad humana rompe su núcleo.
El centro de ese día mundial se establece en las aulas ya que dignidad humana debe estar en la conciencia de todo ser humano y esto se aprende mediante la socialización para fijarla en sí mismo y para consagrarse a administrarla a sus semejantes, mediante el respeto a la libertad del otro, la consideración, la compasión, la bondad, la responsabilidad, la felicidad, el amor, el bienestar, la amistad, el compromiso, la solidaridad y el altruismo.
Como puede verse, la dignidad humana es el fundamento de la ética pública ya que se presenta como el referente principal de los valores políticos y jurídicos de la modernidad, y de los principios y derechos que de ellos derivan. Por tanto, la idea de dignidad humana constituye igualmente el fundamento de los derechos humanos.
La progresiva influencia de los elementos externos puede incluso difuminar u obscurecer las dimensiones personales de la dignidad haciéndola depender en exceso de esos elementos exógenos. La hipertrofia del rango y de la jerarquía privará de dignidad a los inferiores, por eso en las sociedades muy jerarquizadas u organizadas en estamentos, en castas o en órdenes no es posible la igual dignidad si esta pretende ser un mínimo de autonomía personal, un coto vedado a las intromisiones externas. Estas ideas no desaparecen totalmente en el mundo moderno.
Durante la Edad Media la idea de dignidad es obscurecida, pero recuperará su impulso en el siglo 18. La modernidad producirá como reacción el proceso de liberación de esas ataduras, como humanización y racionalización, que tendrán como objeto principal la devolución de la autonomía de la dignidad humana, en lo que será denominado el siglo de las luces. Es el siglo de la devolución de la luz al ser humano, así como de su dignidad propia.
La dignidad humana en la modernidad y también en este siglo XXI aparece pues en un contexto intelectual que arranca del tránsito a la modernidad, que ha superado avatares históricos y confrontaciones intelectuales y que se sitúa en el proceso de humanización y de racionalización.
La dignidad de la persona y de la humanidad son dos aspectos de una misma mentalidad, la del antropocentrismo y de la laicidad, dos coordenadas que encuadran todo el proceso. Comienzan así a edificarse los cimientos de una gran construcción intelectual con vocación de realización social, donde esa nueva idea de dignidad va a convertirse en el fundamento de la ética pública de la modernidad y del sistema jurídico que deriva de ella planteándose desde el humanismo, es el ser humano centro del mundo, aparece también centrado en el mundo, es la dignidad humana —es un individuo secularizado— independiente, que decide por sí mismo, que piensa y crea por sí mismo, que se comunica y dialoga con los demás y que decide libremente sobre su moralidad privada, pero que olvida la dignidad del planeta y de la vida animal y vegetal.