«Aquí nadie viene a triunfar ni a obtener; solo un objetivo ha de guiarnos: el de acertar en la definición de lo que será mejor para México».
Manuel Gómez Morín
Ingresé a Acción Nacional en 1991, justo el año en el que Rosendo Villarreal Dávila contendía por la alcaldía de Saltillo. Fue la primera vez que el PAN ganó una elección municipal en la capital del estado. Me sumé a su empeño. Acudí, por motu proprio a su casa de campaña y manifesté mi deseo de colaborar. Maruca, la esposa de Rosendo me preguntó que qué sabía hacer, le dije que era abogada e impartía clases, «pues bienvenida —me dijo—, fíjate que necesitamos quien capacite a nuestros representantes generales y a los de casilla». Puso en mis manos la ley electoral de aquel entonces. Revisé los contenidos correspondientes y manos a la obra hice unas filminas para impartir la capacitación. Así fue mi ingreso. Me invitaron a hacerme miembro activo, tomé los cursos para ello, me los impartieron espléndidos panistas, de los de antaño, don Luís H. Álvarez, Carlos Castillo Peraza, Elena Álvarez de Vicencio, entre otros. La capacitación fue en un exconvento de Tlalpan, en el otrora Distrito Federal. Yo ya era panista de simpatía. Cuando conocí su doctrina, su historia, los hombres y las mujeres que le dieron vida institucional, cuando leí el pensamiento de Manuel Gómez Morín, de Efraín González Luna… me enamoré del PAN, y sigo enamorada, porque no hay otra explicación racional a mi permanencia.
A mí todavía me tocó vivir asambleas y convenciones en las que la democracia campeaba, se vestía de gala. Encuentros panistas para definir en absoluta libertad, en conciencia, a quienes queríamos como dirigentes o como nuestros candidatos a cargos de elección popular. Los discursos a favor o en contra de los temas que se debatían para asumir posición partidista eran verdaderas piezas oratorias. Todavía no sucumbíamos a las prácticas indignas que tanto señalábamos a los de enfrente. El grupismo nefasto no tenía adeptos, entonces éramos panistas, no séquito de ningún fulano o fulana con aires de iluminati. No había cacicazgos ni camarillas adueñados del partido, que ponen y disponen a su antojo el destino del mismo. Participar como candidato era un acto de heroicidad, de carácter bien templado y convicciones a prueba de «cañonazos$$$», de concesiones, de fiats notariales, de cargos públicos, y de todo ese largo etcétera que ha ido desdibujando a la institución que por tantas décadas gozó de la confianza de los mexicanos, a grado tal, que nos llevaron a convertirnos en la primera alternancia.
A mí me tocaron los tiempos en que los mítines se hacían a campo abierto, con unos cuantos vecinos valientes, en los que no nos faltaba un borrachito y perros ladrando, pegando propaganda electoral en los postes con engrudo hecho en casa, con panistas que consideraban un honor ir como representantes de casilla y una tragedia no poder asistir porque se enfermaban, con lonches pagados de la bolsa de los panistas y elaborados por muchas manos generosas para llevárselos a la casilla el día de la jornada electoral. Hoy muy pocos quieren ser representantes, me refiero a los panistas, cada elección —sobre todo de estas últimas— es un viacrucis conseguir quien asista, y acudir a los externos lleva el riesgo, como ya ha sucedido, que te dejen la casilla sola, porque como van pagados, si otro partido les ofrece más, «hasta la vista baby». Hoy día los candidatos por lo general, andan solos, tocando puertas, ya no hay panismo que los arrope, y la gente ve todo eso. Las fisuras cada día son más pronunciadas, la camaradería castrense que existió en otros días, es leyenda.
Hoy se inflan los padrones de miembros con acarreados del cacique en turno, porque lo que importa es tener votos para la siguiente elección interna —cuando hay—, de tal suerte que el número es lo que cuenta. Es bien difícil que alguien que es llevado al partido en esos términos le guarde lealtad y consideración. Convertirte en miembro de Acción Nacional debe partir de una decisión personal, de una convicción muy tuya, no del control de una nómina. El cariño comprado, como dice la canción, no suele ser fiel.
¿Cómo nos permitimos llegar a esta debacle?
Otrora, por ejemplo, las diputaciones de representación proporcional se asignaban a los mejores perfiles que tenía en sus filas el partido o se invitaba a personas honorables de la sociedad civil, hoy, infortunadamente, se privilegian las «lealtades», no las capacidades, y eso obra en demerito de la labor parlamentaria. El PAN se distinguía por tener a los mejores tribunos, basta ir al diario de debates del Poder Legislativo de la Unión para deslumbrarse con la categoría, con la riqueza de los contenidos vertidos en las intervenciones. Tristemente, hoy se ha llegado hasta la desvergüenza de presentar como candidatos con categoría de migrantes, a quien no lo es. Y esto es asunto público, porque se ha ventilado en las instancias del INE y nos los han echado abajo. Con toda razón.
«El PAN es una organización de todos aquellos que sin perjuicios, sin resentimientos ni apetitos personales, quieren hacer valer en la vida pública su convicción en una clara causa definida, coincidente con la naturaleza real de la y conforme con la dignidad de la persona humana.» ¿El PAN de hoy responde a esta concepción? La ambición desbordada, la voracidad de unos cuantos, la complicidad de otros tantos, la indiferencia de muchos, pero muchos… le han ido quitando al PAN su espíritu, su esencia, sus raíces que abrevan en la doctrina humanista traducida en los principios que un día nos hicieron distintos y distinguibles, y nos vamos quedando como un desolado cascarón hueco, porque la vida que anidó en él se perdió en la debacle de la mezquindad, de los intereses particulares y/o de grupo, le dieron categoría de catapulta para acceder al poder, pero llegar al poder sin alma, como ha venido ocurriendo, nos fue alejando de la gente que confiaba en nosotros; las ideas eran nuestras únicas armas para enfrentar al adversario, no teníamos otras, pero eran las mejores, como lo afirmaba don Manuel. ¿Dónde quedaron esas ideas, entre ellas, que la preeminencia siempre era el bien de México?
Este año tendremos dos elecciones, una para dirigente nacional, y en diferentes entidades federativas, para dirigente estatal, Coahuila entre ellas. A ver si nos sale la casta y votamos atendiendo a lo que el partido necesita. Para eso debemos enterarnos quien es quien, desde el primer momento, porque para empezar, para el registro se demanda un porcentaje determinado de firmas, y seguramente van a venir a pedírnosla. Seamos muy cuidadosos a quien se la damos, y nada más a uno. Hasta ahora hay tres que han levantado la mano para la nacional, los tres tienen trayectoria y en esa trayectoria están sus hechos, esos son los que hablan y te dicen de quien se trata. Lo mismo opera para la estatal, cuando publiquen la convocatoria.
El reto que tenemos es mayúsculo, la crisis por la que estamos atravesando, no obstante, no es nueva, ya ha vivido el panismo otras similares, y se han superado. Lo podemos entender, pensando en positivo, que es una oportunidad de oro para enderezar el rumbo y ser otra vez creíbles ante los mexicanos. Esta elección que acabamos de pasar, hablando en plata pura, no es para pararnos el cuello y echar las campanas a vuelo. Nuestra realidad es que somos segunda fuerza a nivel nacional, pero muy lejos de la primera. Y en estados como Coahuila, somos terceros y lejanos también, y hay municipios en los que descendimos a cuarta y hasta quinta. Y eso significa una baja muy importante en regidurías, por otro lado, nuestra presencia en el Congreso local se reduce a tres diputados plurinominales. Y en la Cámara de los Diputados del Congreso de la Unión, cero, ni un solo representante de Coahuila emanado del PAN.
Don Manuel apuntó que «la política no es una aventura, sino una ciencia difícil, una moral rígida, una ardua misión». Los panistas de hoy hemos hecho de esta disciplina tan rica para generar bien común, todo lo contrario. La hemos venido convirtiendo en un vodevil de quinta, en un amasijo de componendas en la cloaca, amoral hasta el tuétano y sin más misión que «arreglar» como llegamos yo y mis compinches a donde se reparte el queso… ah… y sin el menor sonrojo.
Nos derrotó la victoria, nunca debió pasar, pero así es. No tuvimos la reciedumbre para repeler los vicios que llegaron con los 12 años de alternancia, sucumbimos al embate por acción o por omisión. Y este es el PAN que tenemos hoy, fraccionado en grupúsculos que operan como una mafia, y quien no se cuadra se atiene. ¿A qué? Al olvido, a la marginación, al ostracismo. Nos tragó el sistema, el sistema que tanto criticábamos. ¿Tendremos la fuerza para sacar al partido de semejante abismo o vamos a mirar como se extingue? Una casa dividida, parafraseando a Abraham Lincoln, no puede sostenerse.