El escritor español Juan Goytisolo, escribió que que «El hombre no es un árbol: carece de raíces, tiene pies, camina. Desde los tiempos del homo erectus circula en busca de pastos, de climas más benignos, de lugares en los que resguardarse de las inclemencias del tiempo y de la brutalidad de sus semejantes».
Y es verdad, pues la migración de los humanos comenzó con el homo erectus que salió de África hace aproximadamente un millón de años. El homo sapiens parece haber colonizado todo África hace unos 150 mil años, para mudarse del continente negro hace unos 80 mil años y extenderse por Europa, Asia. La migración hacia América se dio alrededor de hace 20 mil años.
Los movimientos posteriores de la población incluyen la revolución neolítica, la expansión indoeuropea y las primeras migraciones medievales tempranas. La Era de la Exploración y el Colonialismo Europeo condujo a un ritmo acelerado de migración hacia territorios por conquistar. Del éxodo judío, la huida de Egipto, mejor ni hablar, la evidencia arqueológica no lo sustenta.
Pero antes, como ahora, la gente migraba para buscar una vida mejor. Sin embargo, en estos tiempos no siempre es una opción. Hoy, millones escapan de la persecución debido a su condición étnica o religiosa. Lo hacen para alejarse de las zonas de conflicto como Afganistán, Siria, Irak, Palestina. Otras, en busca de la libertad que les prohíben algunos regímenes políticos opresivos.
Además, la guerra y la pobreza en Oriente Medio y África han obligado a miles de seres humanos —hoy se registran cifras récord— a huir de sus hogares. Esto alimenta la mayor crisis de refugiados y migrantes de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Alrededor de 2 millones de personas se han dirigido a Europa en los últimos años, provocando disputas entre países sobre cómo manejar la afluencia y el aumento del apoyo a los populistas anti-inmigración, en especial en Francia e Inglaterra.
Lo mismo sucede en Estados Unidos, país donde confluye una sociedad en que el racismo es frecuente, con un nuevo presidente que no se ha alejado mucho del anterior que sigue construyendo un muro, ahora humano y legal a lo largo de la frontera con México y ahora con una retórica respecto al intento una de tantas caravanas migrantes por llegar a ese país.
Sin embargo, a pesar de todo, las personas siguen tomando el riesgo de migrar, aunque se convierten en las víctimas de los fracasos políticos y económicos. Uno en el que se demanda mano de obra y productos baratos, y para eso están los migrantes, quienes al final, con sus bajos sueldos, subsidian los privilegios de los grupos que los satanizan y persiguen.
Ayer videos compartidos en redes sociales, mostraron la violencia que despierta a su paso las caravanas de migrantes en Chiapas, golpeados por elementos de la Guardia Nacional y del Instituto Nacional de Migración.
Olvidamos que se son seres humanos que dejan su patria para integrarse a un éxodo como el que —dice la Biblia— sufrió el pueblo de Dios en busca de la tierra prometida, adultos y niños que deambulan con sus pies desgarrados por infinitas caminatas en su intento de huir de «La Migra» y el crimen organizado. Los que soportan el infierno del sol del desierto.
Los extranjeros de su patria, los que huyen de la violencia y la miseria, para encontrar racismo y xenofobia. Las víctimas del neoliberalismo que les ha negado cualquier oportunidad, los expulsados de su tierra condenados al sufrimiento y que cuando logran llegar con éxito a su destino, comienza un desafío que consiste en encontrar aceptación en su nuevo país. Y es que los migrantes casi siempre son vistos como forasteros y se les exige integrarse a la cultura local, en lugar de tratar de entender la suya. Es ahí donde se da un choque terrible, una lucha por la asimilación y la necesidad de preservar la identidad y su patrimonio cultural, y otros para que dejen eso atrás y se integren.
Estamos ante una de las más grandes expresiones de las aspiraciones humanas de dignidad, seguridad y buscar un mejor futuro. El propio Goytisolo utiliza una frase de Las mil y una noches: «El mundo es la casa de los que no la tienen».