El pataleo de los ahorcados

Si este espectáculo post electoral sucediera en un país Latinoamericano —menos en Cuba, claro, donde los comicios presidenciales, por falsos, no permiten tales arrebatos— estuviéramos ante un fenómeno común y, realmente, ni siquiera ameritaría una nota, pero resulta que el show tiene lugar en Estados Unidos, puritanos de la democracia y país del primer mundo. Que un contendiente electoral despotrique cuando los resultados le son adversos representa una de las imágenes más patéticas dentro del sistema democrático al que la mayoría de las naciones aspiran y se ha convertido en sello distintivo de buena parte de las elecciones al sur del Río Bravo.

Lo curioso, anecdótico casi, es que ahora sea eso, justamente, lo que se encuentra haciendo Donald Trump, cuya personalidad narcisista no le permite aceptar que esta vez le tocó perder… y punto. Presentar una demanda para evitar que Pensilvania certifique oficialmente la victoria de Biden, sin contar con pruebas contundentes, raya en lo ridículo.

Su tirria a causa de los votos por correos no pasa de ser una simple excusa que hoy le permite alargar su pataleo. Está claro que a Trump le gusta tener encima los reflectores y que le tiene sin cuidado el método a usar con tal de ser el centro de atención. Sin embargo, en esta ocasión, arrastra a Estados Unidos a un lodazal que, realmente, no merece.

Si bien en 2000, Al Gore y George W. Bush se enfrentaron de manera similar y muchos lo usan como punto de comparación, debemos advertir que, en aquella contienda electoral, ambos se disputaban la victoria en un solo estado: Florida, y la diferencia de votos, que entonces favorecía al republicano, era menos de 400. Algo que parece sacado de una película.

Ahora, aunque Trump apunta sus cañones hacia Pensilvania, por la decisiva cantidad de votos electorales que representa, en realidad otros estados también exhibieron pequeñas diferencias en el conteo, el detalle es que esas pequeñas diferencias siempre favorecían a Joe Biden.

Sin ánimos de parecer didáctico, la moraleja está más que clara. No importa el cargo que ocupe una persona, siempre será un ser humano y, por tanto, proclive a ceder ante sus propias debilidades. En el caso de Trump: su enorme ego. Como si viviera en un universo paralelo, recrea su propia historia y no le importa —o ni siquiera comprende— que su posición es, en realidad, un reflejo de un sistema que por siglos ha respetado —en la medida de lo posible y publicable— los pilares que fundaron la nación.

Estoy convencido de que a Donald Trump le importa un bledo destruir el ensamblaje del sistema democrático estadounidense con tal de salirse con la suya. Y eso me lleva a otra preocupación. ¿Qué hará en el tiempo que le resta como inquilino de la Casa Blanca?

Es harto sabido que, poco antes de entregar el cargo, los mandatarios suelen hacer sus movidas más temerarias. Recuerdo que, en Panamá, el 25 de agosto de 2004, cuando faltaban seis días para terminar su administración, la presidenta saliente de ese país, Mireya Moscoso, firmó un decreto ejecutivo donde perdonaba a cuatro anticastristas cubanos presos, entre ellos al exagente de la CIA, Luis Posada Carriles, quien había sido sentenciado culpable por haber planificado un atentado contra Fidel Castro en tierras panameñas.

También, Barack Obama, apenas tres días antes de ceder su cargo, puso fin a la política de «pies secos, pies mojados» por la que los cubanos podían quedarse en Estados Unidos, aunque entraran de forma ilegal.

¿Qué sorpresa nos tiene guardada, Donald Trump, como despedida de la presidencia en Estados Unidos? No lo sé, pero tampoco me gustan las opciones que imagino. Ojalá, durante su pataleo por la derrota, la cuerda se cierre rápido sobre su cuello y la mano no llegue a firmar ningún decreto que debamos lamentar. Solo nos queda mantenernos preparados y atentos. Tampoco esperemos lo mejor.

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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