El eminente historiador norteamericano Joseph Schlarman publicó hace siete décadas un voluminoso e interesante libro sobre la historia de México, cuya preparación le llevó diez años de investigación. Le dio su autor el título de México, tierra de volcanes y como subtítulo: De Hernán Cortés a Miguel Alemán.
El libro de Schlarman, obispo católico de Peoria, Illinois, ya fallecido, se publicó en español por primera vez en 1950 y posteriormente ha sido objeto de numerosas ediciones, más de veinte por Porrúa, y en las más recientes fue puesto al día por José Gutiérrez Casillas y se le modificó el subtítulo, que ahora reza: De Hernán Cortés a Ernesto Zedillo.
En un tiempo, hace décadas, México, tierra de volcanes fue un libro bastante leído y comentado. Era objeto de numerosas referencias y muy citado. En particular a muchos nos llamaba la atención cómo Schlarman, después de recorrer la historia de nuestro país a lo largo de más de cuatro siglos, concluyó su abundante texto con una frase que dice así: «Dad al pueblo de México unas elecciones honradas, y todo lo demás le vendrá por añadidura» (pág. 732).
A quienes nos entusiasmaba esa frase, la entendíamos en el sentido de que si México, caracterizado —en el largo periodo de la hegemonía priista— por comicios sistemáticamente fraudulentos, llegaba a tener elecciones imparciales, limpias y respetadas, democráticas pues, «todo lo demás le vendría por añadidura», frase bíblica por cierto. Es decir, quedaría montada la plataforma para que México entrara en un acelerado proceso de desarrollo, con distribución equitativa y justa entre toda su población de los beneficios del progreso social.
Hoy sabemos que no es así. O cuando menos que no es así de fácil y en automático como lo planteó monseñor Schlarman, de buena fe por supuesto. En primer lugar, porque la democracia —que por cierto no es a la que hace referencia expresa el autor sino a las elecciones— es algo más que comicios honrados. Entre otras razones porque hoy, como también ya sabemos, se pueden realizar procesos electorales que aparentan ser limpios y genuinos pero que en realidad no lo son.
Ahora la dádiva humillante —o incluso la simple promesa de ésta— a millones de votantes, han hecho innecesarios los asaltos a las casillas, el robo de urnas, la alteración de actas de escrutinio y demás maniobras fraudulentas del pasado. Ahora todo es más sofisticado. Pero éste, en realidad, es otro tema.
Ahora queda claro que el voto verdaderamente libre y respetado de los ciudadanos es condición necesaria pero no suficiente para la instauración y vigencia de la democracia. Y a su vez la democracia es condición necesaria, pero tampoco suficiente, para impulsar el desarrollo integral y justo de la sociedad. Parece que aquí está la clave que permite entender correctamente lo que en realidad quiso decir el historiador.
Discuten aún los analistas si el país realizó y consolidó ya su transición a la democracia. Esto podrá ser discutible, pero lo que es un hecho no sujeto a debate es que desde el inicio de este siglo México ha registrado tres alternancias, que muchos interpretan como la prueba máxima de que la democracia es una realidad viva y vigente. Se confunde «alternancia» con «transición concluida a la democracia», que no son lo mismo.
Hecha la anterior aclaración, lo que sucedió es para muchos la sola alternancia era igual a la implantación total de la democracia, lo cual explica a su vez la decepción de millones de mexicanos, al no haber visto ya los frutos esperados de la democracia, los que según Schlarman habrían «de llegar por añadidura».
Nada puede haber más grave que la democracia produzca un generalizado desencanto ciudadano. Algunas encuestas sugieren que eso ya ha ocurrido en México. Y que consecuencia de tal desencanto fue la reacción electoral de 2018 que nos llevó al régimen de pesadilla que está padeciendo ahora el país y que nadie sabe en qué y cómo va a terminar. Ojalá que no en una tragedia histórica, aunque lamentablemente todo parece indicar que hacia allá va. Si no se actúa a tiempo, entonces una o dos generaciones sufrirán las consecuencias. Y la democracia también.