El presidente en 60 Minutos

El 24 de marzo, la CBS, cadena televisiva norteamericana en su programa de gran audiencia «60 Minutos» presentó la entrevista al presidente López Obrador por la periodista Sharyn Alfonsi. En poco más de 12 minutos el mandatario aborda diferentes temas de interés para la opinión pública norteamericana como la migración, el tráfico ilegal de drogas —referencia especial al fentanilo—, la corrupción, la economía, el clientelismo y la violencia en el marco de la elección en puerta.

El presidente se muestra, como siempre, seguro de sí mismo, de lo que dice y ha hecho. Reconoce que la divulgación del dato personal, su número telefónico, de la periodista del The New York Times, Natalie Kitroeff, jefa de la corresponsalía del Times para México, Centroamérica y el Caribe fue una reprimenda por lo que él considera una mentira, la investigación de la DEA de que cercanos suyos se habían reunido con cárteles de la droga y recibidos millones de dólares.

En su opinión, no la puso en riesgo, simplemente fue un derecho que él se concede, aunque la ley se lo prohíbe, para responder algo que ni siquiera es una afirmación de ella, sino la divulgación de una investigación de las autoridades norteamericanas, que fue suspendida. Deja claro así su desdén al periodismo y su actitud pendenciera contra los periodistas, sin importar las consecuencias. Su proclama de respeto a la libertad de expresión se viene al piso.

El presidente tiene la convicción de un éxito mayor en todos los terrenos. Afirma, por ejemplo, para fundamentar los logros en materia de seguridad que los homicidios dolosos han disminuido 20% respecto al inicio de su Gobierno, y que se está atacando la impunidad, aunque la periodista revela que sólo 5 de 100 de las fatalidades dolosas son resueltas. La realidad es que este Gobierno es el que más homicidios acumula, 182 mil hasta el momento, cifra significativamente superior que la del anterior de 156 mil 66 o que la gestión de Calderón de 120 mil 433; sin considerar al menos 50 mil desaparecidos en este régimen, muchos de ellos asesinados, cifra sin precedente. Los homicidios deberán de llegar a más de doscientos cincuenta mil al cierre del Gobierno, cifras propias de un país en guerra civil.

En la circunstancia, más preocupante es su respuesta a la violencia en el marco de las elecciones. Ante el señalamiento de los crímenes que enfrentan candidatos amedrentados o asesinados, el presidente responde como el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha con los secuestros, no hay razón para preocupar ni preocuparse. Las cosas están muy bien, con todo y que día a día se acumulan las cifras de candidatos asesinados. La respuesta deja al descubierto que no habrá acción para blindar a las elecciones y que los territorios en donde manda el crimen seguirán igual.

El presidente reconoció que México produce fentanilo, a su decir, igual que Canadá y Estados Unidos, pero que los precursores químicos vienen de Asia. Verdad parcial que se vuelve mentira cuando afirma que en México no hay consumo de drogas que importe, porque los mexicanos tienen valores que los blindan de tal amenaza, entre otros, que no hay desintegración familiar, afirmación que muestra, además de ignorancia (se suspendió la encuesta sobre adicciones), su vena conservadora chovinista acerca de la familia. El presidente piensa en el México de 40 años atrás; las familias hoy proyectan una realidad dramáticamente diferente: violencia familiar, desintegración, embarazos de adolescentes, pobreza, así como pérdida de autoestima y dignidad en sus integrantes.

Para el presidente la corrupción se ha acabado, pero nada abona a esa tesis, sólo su convicción de que como él no es corrupto tampoco son los demás en su círculo cercano y en su Gobierno. Con ello se entiende la manera en que responde a las denuncias de venalidad en su Gobierno y volverlas una embestida de los medios corruptos y de los conservadores ante el éxito por él alcanzado.

Una entrevista que dibuja el fin de un Gobierno, seguramente también el final de una época independientemente de los resultados de la elección. La experiencia vivida por el país es irrepetible debido a la singularidad del presidente; lamentablemente deja una mala herencia: naturalizar el clientelismo y el grave deterioro en la vida pública —difícil de revertir—, al igual que en las instituciones fundamentales de la República.

La traición de las palabras

Es costumbre de las personas poco avenidas a la responsabilidad desvirtuar cualquier asunto adverso, sobre todo si es por causa propia. Sucede en la vida cotidiana y también en las actividades productivas. A manera de eludir culpa, para ellos es causa de otros, del infortunio o de la voluntad divina,. Afecta a la persona y quizá a los de su entorno inmediato. El problema se vuelve mayor cuando se presenta en la política y más en el servicio público.

Después de cinco años y meses de Gobierno, la versión oficial comprada por no pocos es que el origen de mucho de lo malo se remonta a un pasado no tan lejano. En materia de seguridad —herida mayor y producto de la impunidad—, la culpa es de Calderón, quien dejó el poder una decena de años atrás y declaró la guerra al crimen organizado hace más de 15 años, en 2007. La candidata presidencial Claudia Sheinbaum reitera que Calderón es responsable de la inseguridad actual por la connivencia con el crimen de su secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna.

Aunque fuera cierto el señalamiento de dicha relación, para el régimen tiene un doble propósito político: eludir responsabilidad por el desastre en la materia y el fracaso rotundo y doloroso para muchas familias por la política de abrazos y no balazos. El otro, utilizar el agravio social para trasladar al competidor la causa del deterioro de la situación. Las palabras de Sheinbaum son concluyentes, dice que su adversaria está acompañada por los responsables de la inseguridad que se padece, como si García Luna fuera coordinador de campaña.

No se puede esperar de los candidatos en campaña franqueza y menos honestidad intelectual. Están en eso de ganar votos y en ese empeño casi todo es válido. El problema es que la elección se trata no sólo de la grosera manipulación de los agravios y de las emociones negativas que resultan por el mal estado de cosas, también debe haber un piso básico para encarar la realidad y asumir posición al respecto. Si se señala que las cosas en seguridad van muy bien, entonces no hay razón para cambiar y lo razonable es continuar por la misma ruta.

Sheinbaum utiliza un argumento para muchos convincente respecto a cuando ella gobernó la Ciudad de México, particularmente la baja en homicidios. ¿Por qué en el país fue al contrario? ¿Por qué prácticamente todos los gobernantes de Morena han fracasado, como muestran las cifras de percepción o las mediciones oficiales sobre el delito?

Las palabras y las cifras de la candidata, desde luego opinables, señalan que ella hizo las cosas de manera diferente a las del Gobierno nacional y a sus correligionarios en los Gobiernos locales, consideración que le dio mejores resultados. De llamar la atención que el operador de la estrategia de seguridad a quien se le adjudica el éxito no fue un militar o un funcionario subordinado a la estructura nacional militarizada. Las palabras de Sheinbaum abonan a la idea de un giro radical en materia de seguridad, esto es, los militares han fracasado y la mejor solución, única para el caso de los gobernantes de Morena, es depositar la seguridad bajo mando y operación civil. Un giro de 180 grados a los logros del presidente, incluso a contrapelo de su iniciativa de reforma constitucional para que la Guardia Nacional quede adscrita a la Sedena.

Los mejores gobernantes son aquellos que cuidan con esmero qué dicen porque saben que las palabras son impredecibles y a veces traicioneras, excediendo en pretensión o intención al emisor. Pero un gobernante que habla obtiene capacidad de generar consenso, incluso editar la realidad y modelar las percepciones públicas, como ha sucedido con el presidente López Obrador; aunque la cuestión no es el consenso ni la popularidad, sino los resultados, donde el déficit es monumental.

A los candidatos no les es permisible callar. Hablar es tan necesario como inevitable. Es útil atender qué dicen, omiten y señalan. La evaluación de la oferta tiene que ver más con lo que han hecho y son, que con lo que dicen. Además, los votos no resultan de las elaboradas y rigurosas propuestas, sino de la capacidad de mover emociones. La mayor debilidad del régimen y de su candidata es en el plano de la seguridad, siendo relevante entender el dilema entre continuidad y cambio, presente entre las candidatas como entre el presidente y su favorita.

Autor invitado.

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