El transformador

A finales del 2017 aventé al mar, junto con otras plumas, un mensaje en una botella, con la pretensión de ser leído por el siguiente mandatario del país, el libro ¡Es la reforma cultural, Presidente! Propuestas para el sexenio 2018-2024, bajo la coordinación de Eduardo Cruz Vázquez, experto en análisis económico de la cultura y cabeza del Grecu (Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura). Participaron Néstor García Canclini, Eduardo Matos Moctezuma, Alberto Ruy Sánchez, entre otras voces calificadas.

Por las mismas fechas, cuando sonaban los tambores de las elecciones federales del 2018, me invitaron a participar en el foro «Ciudadanos Opinan», organizado por el Frente Ciudadano por México. De pronto estaba en una mesa con los líderes de las organizaciones políticas integrantes de dicha agrupación: Ricardo Anaya (PAN), Alejandra Barrales (PRD) y Dante Delgado (MC), junto a otros ciudadanos; éramos ocho en la mesa de diálogo. Ahí comuniqué una síntesis de mi colaboración en el mencionado libro, haciendo énfasis en el papel que tienen las industrias creativas y culturales como palanca de desarrollo económico y social. Una de las personas de la mesa entendía, mejor que nadie, lo que estaba hablando: Raúl Padilla López.

Yo sabía de la vocación de Raúl como empresario cultural, no sólo por el FICG y la FIL, también por mi participación en un libro conmemorativo del Centro Cultural Universitario (CCU), que me permitió conocer tras bambalinas –literalmente– el complejo urbano cultural más espectacular de México. Solicité hablar con las mentes que habían sido convocadas para la gestación y ejecución de aquella obra, arquitectos, diseñadores, urbanistas, profesionales de la más alta especialidad en iluminación, acústica, isóptica, bibliotecarios, intelectuales, artistas, promotores culturales, nacionales y extranjeros. Pronto me resultaron evidentes varias cosas de ese ambicioso proyecto ideado en 1993 por el arquitecto Mauricio de Font-Réaulx e impulsado por Raúl Padilla, entonces rector de la Universidad de Guadalajara. En primer lugar, la enorme capacidad de realización para pasar de los dichos a las acciones; en segundo lugar, que hubieran reclutado al mejor talento del mundo para intervenir en cada especialidad. Es así como conversé con el gran César Pelli, autor del plan maestro del CCU, y con otras personas igualmente destacadas.

Uno de los grandes activos de Raúl Padilla fue rodearse de gente con talento. Sólo así se explica que el mejor auditorio de espectáculos de México (y uno de los más taquilleros del mundo) esté en Zapopan (por cierto, en sus 16 años de existencia se calcula que la derrama económica que ha dejado a la ciudad es de alrededor de 30 mil millones de pesos) y que haya servido para hacer de Guadalajara un polo de turismo cultural y de espectáculos en México. Sólo así se explica que el CCU tenga el ecosistema de salas de espectáculos de mejor calidad en todo el país. Y sólo así se explica que cuando se inaugure el Museo de Ciencias Ambientales, será uno de los más espectaculares de México (y del mundo).

Raúl Padilla, talentoso, visionario y controversial (de quien no soy ni su defensor ni su biógrafo) puso a Guadalajara y a México en la conversación internacional del cine, la literatura y otras industrias afines. Entendió, como ningún otro mexicano contemporáneo, que la economía cultural no sólo es fuente de desarrollo, también de transformación social. La clase empresarial, particularmente la de su ciudad natal, tiene (con contadas excepciones) un déficit de reconocimiento al legado de un hombre que, para transformar, se transformó. Valorar su legado implica ver su vida como una película, no como fotografías aisladas.

Hace un par de meses, la última vez que conversé con él, me habló de un tren elevado que uniría al CCU con el centro de Zapopan; en su cara brillaba el entusiasmo y la convicción de quienes al hablar en presente, construyen el futuro. Deja no sólo realidades en su incansable promotoría cultural, deja también la estafeta en un equipo que tiene el reto de continuar su legado, enmendar algunas páginas y escribir otras.

Hubo un tiempo en el que los locos convertían fantásticas maquetas en realidad, de la que la comunidad se sentía orgullosa; existió Raúl Padilla.

Fuente: Reforma

Columnista.

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