El 20 de enero pasado se cumplieron sesenta años de la fecha, en el ya remoto año capicúa de 1961, en que asumió por primera vez un católico el cargo de presidente de los Estados Unidos, que fue John F. Kennedy. Y en esta ocasión el segundo, Joseph Biden. El primero, hasta donde sé, el más joven en la historia de ese país en ocupar tan importante cargo, y ahora el de mayor edad. Este último era apenas un joven de dieciocho años cuando aquél se convertía en presidente de la nación más poderosa del mundo. Uno y otro, católicos.
El discurso inaugural de Kennedy fue una pieza oratoria magistral. En plena Guerra Fría, fue un espléndido discurso reivindicatorio de la libertad del hombre, de la democracia y los valores fundamentales del humanismo. Aún se recuerda aquel magnífico cierre de su alocución: «No se pregunten los norteamericanos qué va a hacer su país por ustedes, pregúntense qué van a hacer ustedes por su país».
Aunque por diversas razones no es posible comparar ambos mensajes, el discurso de Biden no va a la zaga del de Kennedy. Así han opinado sobre el punto por estos días varios conocedores. Cierto, no tuvo el de Biden —dicen— la elegancia y especial elocuencia de Kennedy, pero sí que dijo —bien y claro— lo que sus conciudadanos, víctimas de la discordia, y el resto del mundo, estaban esperando en estos calamitosos días que todos, todos, hemos estado viviendo.
Imposible hacer aquí, ni breve, un comentario sobre los diversos aspectos contenidos en el discurso inaugural de Biden el 20 de enero. Pero como me llamó más la atención la enérgica y muy crítica –también prudente— declaración que ese mismo día hizo pública el presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB, por sus siglas en inglés), el arzobispo de Los Ángeles, José Gómez, por cierto mexicano de nacimiento, sobre lo dicho en general por Biden, opté mejor por rastrear y referir aquí las alusiones de tinte religioso, vamos a llamarlas así, incluidas en el discurso del recién estrenado presidente norteamericano.
Hallé seis referencias. La primera, al inicio del discurso, al recordar los violentos acontecimientos ocurridos dos semanas antes ahí, en el Capitolio, dijo: «comparecemos unidos ante Dios como una sola nación, indivisible, para llevar a cabo el traspaso pacífico del poder, tal como hemos hecho a lo largo de más de dos siglos».
En la siguiente alusión, quizá la más específica y categórica, dijo así: «Hace muchos siglos, San Agustín, un santo de mi iglesia, escribió que un pueblo es una multitud definida por los objetos comunes de amor. ¿Cuáles son los objetos comunes que amamos y nos definen como estadounidenses? Creo que lo sé: oportunidad, seguridad, libertad, dignidad, respeto, honor y, sí, la verdad». A continuación, hizo una aplicación de este último objeto de amor, la verdad, a las situaciones de mentira que ha vivido su país en los últimos años «por motivos de poder».
La tercera mención, referida a los graves sucesos que enfrenta hoy el mundo y Estados Unidos no es por cierto la excepción, fue del tenor siguiente: «Debemos dejar de lado la política y enfrentarnos por fin a esta pandemia como nación. Y les prometo que, como dice la Biblia: “El llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría”. Superaremos esto, juntos».
En otro pasaje y sobre el mismo punto, Biden dijo: «…en mi primer acto como presidente, me gustaría pedirles que se unan a mí en un momento de oración silenciosa para recordar a todos aquellos que perdimos el año pasado por culpa de la pandemia».
En otra parte de su discurso inaugural, la número cuatro del recuento, el Presidente dijo: «en una canción que significa mucho para mí, llamada “Himno de América”, hay una estrofa relevante, al menos para mí, que dice así: “El trabajo y las oraciones durante siglos nos han traído hasta hoy”. Trabajo y oraciones», afirmó que es la fórmula como su país ha progresado.
Como quinta referencia, en una especie de variante de la anterior, Biden expresó: «Sumemos nuestro trabajo y nuestras oraciones a la historia en marcha de nuestra nación».
Y en una sexta y última, con la que concluyó su discurso, proclamó: «Que Dios bendiga a Estados Unidos y que Dios proteja a nuestras tropas».
Hasta aquí las frases encontradas sobre el tema. Procede recordar al lector que lo arriba transcrito corresponde a lo dicho, en un momento de gran solemnidad, por el líder de una nación democrática y no de un Estado teocrático.