Espeluznante

El Diccionario de la Real Academia Española define «espeluznante»como poner el pelo erizado por efecto del miedo. Hoy quiero referirme a ese estado de emoción del individuo en que éste se encuentra a merced de una situación de amenaza.

Y de miedo resultan los dichos del presidente de la república respecto al regreso a clases a finales de agosto. Y son de miedo porque esos dichos no provienen de un Pérez cualquiera sino del presidente del país; dichos que pueden, en sí mismos, construir una narrativa para imponer líneas de acción en la conducta del ciudadano común, llamado por él con el eufemismo de pueblo.

Dice el señor desde sus dos horas de gloria por las mañanas, que llueve, truene o relampaguee, las clases se reiniciarán en el tiempo señalado para la apertura del próximo ciclo escolar. La declaración no representaría ningún problema si no fuera porque, justo en este momento y seguramente hasta esa fecha, el país sufre los embates de una tercera ola de coronavirus que presagia ser de mayores dimensiones que las dos anteriores.

No ignora eso el presidente, pero, a pesar de eso, con una terquedad que raya en lo irracional, prefiere mantener sus dichos contra viento y marea basándose sólo en argumentos de orden anecdótico y no de razón. Poner de ejemplo a su hijo para demostrar que el virus es inofensivo resulta por demás ridículo y no vale la pena, desde luego, profundizar en ello; tampoco resulta suficientemente válido el hecho de que, según él, los contagios van en aumento, pero las hospitalizaciones y los decesos, no. A la hora en que escribo este artículo se han sostenido por tres días un nivel de contagio que ronda los veinte mil.

Desde luego, no todo son puras fallas del presidente. No le falta razón al decir que a los niños los ha puesto la pandemia en una situación donde los daños se pueden contar por muchos y de suma gravedad. De hecho, cuando en el futuro cercano se hagan los estudios para evaluar los impactos en su desarrollo intelectual y emocional, seguramente los resultados serán los que hoy sólo se intuyen.

Pero hay formas para enfrentar esos desafíos. Para el jefe de un Estado, que cuenta con asesores especializados en todos los ámbitos de problemas que puede enfrentar una sociedad, la percepción de los problemas debiera de estar marcado por la claridad después de haberlos discutido con sus colaboradores.

Sabemos, sin embargo, que esa práctica no ocurre en nuestro país donde el presidente, este en particular, es enemigo de la crítica y la discusión pública de los problemas. Su autoritarismo le cuesta mucho al país; su visión particular de una democracia que no admite réplicas es un obstáculo para la solución de los inconvenientes que se presentan de manera normal en cualquier administración.

El llueve, truene o relampaguee se oye, más bien, como un desprecio al bienestar de la sociedad que gobierna, como una negación a la salud del pueblo al que dice privilegiar. Ese dicho se traduce como: no me importa lo que les pase a los niños, volvemos a clase porque volvemos. Y esto no es una fantasía ni producto de mi imaginación, cuando escribo mi colaboración leo su última declaración en este sentido: los papás que no quieran enviar a sus hijos a la escuela, pues que no los manden. Así dijo.

Y tampoco es así. En mi opinión debe privilegiarse la sensatez y la prudencia. La sensatez para discutir a fondo las condiciones en que se pretende el regreso y la prudencia para no poner en riesgo la salud de lo mejor de este país: su juventud.

No ignoro que la economía se ha visto afectada enormemente y que una economía afectada pone en crisis la estabilidad, el desarrollo y la sobrevivencia de la sociedad misma. Pero también me queda claro que una economía se puede reactivar aún en situaciones muy severas, que un rezago educativo se puede revertir con disciplina y trabajo conjunto, que la salud emocional se puede tratar echando mano de personal capacitado, pero si se va la vida entonces ya no hay nada que hacer.

Nuestro presidente pierde demasiado tiempo en sus conferencias matutinas; su monólogo resulta ya inaceptable. Entiendo que hay formas muy personales de gobernar, pero esto en particular no es gobernar.

Ocupado como está en su consulta para consumar su venganza en contra de Felipe Calderón, en la desarticulación de las instituciones de este país porque forman parte del legado neoliberal, en su idílico sueño que le otorga la irrefutable certeza de que ha llegado el fin de la violencia promovida por el crimen organizado; ocupado también en la negación de los feminicidios porque la misoginia es su sello de distinción.

Ocupado en todo, en sólo escuchar ese ruido no le entra a fondo a los verdaderos problemas del país que gobierna.

Ya he dicho en otras ocasiones que Andrés Manuel López Obrador no es un líder que despliegue virtudes sino un simple dirigente formal surgido de un protocolo administrativo que imita a la democracia, pero aún el dirigente más simple y de más escaso talento político, puede desempeñar un decoroso y digno papel al frente de un Estado.

Y yo sólo le pido eso, un decoroso y digno papel al frente de este país que le confió su destino. Me resisto a aceptar a un presidente que se rige por dichos forjados en ocurrencias; que dirige sus acciones bajo los impulsos de la ira y el rencor.

Por años he mantenido la ilusión de que aparezca no el dirigente providencialista y mesiánico que se nos apareció hace casi tres años, sino el otro, el que, fundado en la razón, el diálogo abierto con las diferentes fuerzas de la sociedad, sea capaz de concebir políticas públicas que nos permitan a los mexicanos afrontar los problemas, a los que una sociedad viva como la nuestra se enfrenta de manera cotidiana.

Sé que estamos lejos de un presidente así, que mantenga una visión de Estado fundado en proyectos para fundar una nación consolidada. Esa certeza me la otorga esos dichos mañaneros de poca jerarquía política. Porque llueva, truene o relampaguee, se regresa a clases, me suena a desplante autoritario, sobre todo si no hay abordamiento y discusión de las condiciones de un entorno favorable.

En el curso de una pandemia que sigue en ascenso, esa idea me resulta, además de irresponsable, verdaderamente espeluznante.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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