Fuegos artificiales

Me he puesto a pensar en la manera en que se acelera mi pulso al escuchar fuegos artificiales. Mi respiración parece olvidar a mis pulmones haciendo que mis ojos empiecen a cristalizarse para después ser fuentes de sal. Sé que no es un problema auditivo, no es autismo sino un pequeño rasguño de aquellos días. Días en los que mis papás decidieron olvidar que yo tenía seis años y reclamarme como si tuviera veintitrés. Los gritos retumbaban en mi cabeza como bombas, subía las manos hasta mis oídos para cubrir el ruido que muchas veces me hacía llorar. No era su culpa, pero tampoco mía, era una niña que hacía mal y tenían que ponerme en mi lugar. Después de todo solo era un «simple regaño». Un regaño que marcaba sin golpes mi infancia. Después de diez años aún sigo sin poder escuchar el sonido de las multitudes, un disparo es el colapso y un grito la muerte de un corazón. Solo requiero encerrarme y ahogar mis sollozos para que mis padres vuelvan a culparse. Por eso cada vez que me preguntan si me gustan los fuegos artificiales respondo: «verlos sí, escucharlos duele»

(Saltillo) Desde muy joven sintió interés por la literatura, especialmente por la poesía. El texto «Tristeza» forma parte de un libro en desarrollo. En 2022, obtuvo el segundo lugar en el Concurso de Fotografía «Perspectiva Albatros». Actualmente es integrante de la Academia de Comunicación Albatros.

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