Fuenteovejuna es un municipio de no más de 5 mil habitantes localizado en la provincia de Córdoba, España. Fue ahí en donde el 22 de abril de 1476 sus pobladores se convirtieron en una pandilla tirana y justiciera que acabó con el yugo que los azotaba, linchando y matando al Comendador, don Fernán Gómez de Guzmán, un truhán que abusaba de su poder.
Este hecho dio pie a una investigación ordenada por Fernando V de Castilla, Rey de España, para dar con él o los responsables del crimen. En las audiencias, la totalidad de la villa asumió la responsabilidad y en los interrogatorios sobre ¿Quién mató al Comendador?, el Pueblo contestaba al unísono: ¡Fuenteovejuna, señor!
El drama inspiró a Lope Félix de Vega Carpio, el creador del teatro español y uno de los más prolíficos dramaturgos de habla hispana, a escribir su principal obra, Fuenteovejuna, la historia del levantamiento de un pueblo que consideraba que esta acción «ilegal» restituía la justicia y acababa con la impunidad.
Menciono la obra de Lope de Vega por lo sucedido hace unos días en el Municipio de Huachinango, Puebla, cuando habitantes comenzaron un rumor asegurando haber identificado a un «robachicos» y, por error, Daniel Picazo, exasesor político que iba pasando por ahí, fue señalado toda vez que el auto en el que viajaba era «sospechoso», por lo que gente del pueblo lo detuvo, lo golpeó y posteriormente fue quemado vivo.
Todo se hizo por supuesto sin juicio legal de por medio, cuando desesperados y fuera de control los habitantes de Huauchinango se convirtieron en jueces y verdugos, provocando que una horda golpeara y quemara hasta la muerte a los presuntos secuestradores y, como escribió Lope de Vega, «Fue Fuenteovejuna»: Todos y nadie mataron a este joven.
Pero esto no es nuevo, sucede con cierta regularidad y fue abordado en un estudio elaborado por Raúl Rodríguez Guillén y Norma Ilse Veloz Ávila, investigadores de la Universidad Autónoma Metropolitana y publicado en la Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal, bajo el nombre de «Linchamientos en México: recuento de un periodo largo». El estudio registra al menos 366 casos de linchamiento durante los últimos 25 años. El 80% de los casos se concentran en siete entidades: Estado de México, Ciudad de México, Puebla, Morelos, Oaxaca, Chiapas y Guerrero.
Yo entiendo, o quisiera entender, la frustración que genera ver la impunidad de los delincuentes y la negligencia y lentitud del sistema judicial. Pero si algo ha quedado demostrado a lo largo de la historia, es que cuando los ciudadanos ejercen una acción supletoria para combatir la violencia, ésta sólo genera más violencia. Además, los llamados «linchamientos» se hacen sin la menor intención de preservar la vida de los acusados. Así que, imagínese usted, que si en el sistema judicial vemos a inocentes sentenciados y a culpables exonerados, qué pueden esperar de quienes quedan en medio de la locura colectiva. Se trata pues de actos iguales o peores que provocaron los linchamientos.
Estamos regresando a tiempos que creíamos superados, en donde cada quien tomaba justicia por su propia mano, a las épocas del «ojo por ojo», a la irracionalidad, la pasión y el deseo de sangre, todo en aras de procurarse una justicia que creen no llegará por los canales institucionales. Esto es intolerable, injustificable y a todas luces atenta contra las normas mínimas de convivencia social.
Sigmund Freud, en su obra Psicología de las masas y análisis del yo, asegura que la multitud es impulsiva, cambiante e irritable, y se deja guiar casi exclusivamente por lo inconsciente. La masa posee un sentimiento de omnipotencia, y al mismo tiempo es influenciable y crédula. Sus sentimientos son simples y llegan rápidamente a los extremos. Por el contrario, los individuos son inteligentes y reflexionan y actúan menos por instinto. Así que tengamos cuidado, pues existe un hilo muy delgado que en medio de este ambiente de hostilidad social nos puede conducir a caminos inesperados. Ahí está la frase de Shakespeare: «Si las masas pueden amar sin saber por qué, también pueden odiar sin mayor fundamento».