Integridad es respeto a sí mismo

1867. A la caída en Querétaro del Imperio de Maximiliano, quedó prisionero de los republicanos el general don Severo del Castillo, jefe del estado mayor imperial y que había luchado en la Guerra de Reforma siempre del lado de los conservadores. Tras su captura fue condenado a muerte. Al coronel Carlos Fuero se encomendó custodiarlo.

La víspera de su ejecución, el general Del Castillo pidió a Fuero un favor doble: confesarse y hacer testamento. Para ello solicitó llamar a un sacerdote y un notario.

—Mi general, no creo que sea necesario que vengan esos señores, aseveró el coronel Fuero.

—¿Cómo? —contestó irritado Del Castillo—. Deseo arreglar las cosas de mi alma y de mi familia y tú me lo niegas…

—Mi general, no hay necesidad de mandarlos llamar. Vaya usted personalmente a arreglar sus asuntos y yo me quedaré en su lugar hasta que usted regrese.

—Pero, Carlos: ¿Qué garantía tienes de que regresaré para enfrentarme al pelotón de fusilamiento?

—Su palabra de honor, mi general—, contestó Fuero.

—Ya la tienes—, dijo don Severo abrazando al joven coronel.

Al día siguiente, cuando el general Sóstenes Rocha se enteró, cuestionó:

—¿Qué hiciste Carlos?, ¿por qué dejaste ir al general?

—Ya volverá —contestó Fuero—. Y si no, entonces me fusilas a mí.

Al alba se escucharon pasos en la acera y el guardia preguntó: ¿Quién vive?

Era el general Del Castillo cumpliendo su palabra de honor; retornaba para ser fusilado.

«De tal integridad se enteró Benito Juárez; en reconocimiento al cumplimiento de la palabra de honor empeñada, el liberal presidente conmutó la pena de muerte al general conservador».

Integridad es una conducta virtuosa que se ajusta a la verdad y la justicia; determina que una persona es honesta, tiene firmeza en sus acciones y actúa, ante todo, de manera correcta; esencialmente posee respeto a sí misma; detenta autoestima. Ser íntegro es ser sincero, franco, no tener intenciones ocultas para con las otras personas. Se trata de evaluar el alcance de nuestras palabras y decir lo necesario, ni más ni menos. Resulta realmente ridículo expresarle a las personas mentiras atroces de hechos que ellos vivieron, llamarles irresponsables cuando ellos realizan actos por convicción y sentimientos firmes o intentar engañarlos con encuestas falsas o cuchareadas.

Sócrates entiende que la integridad es un valor o cualidad propia de los seres humanos y se expresa principalmente en la honestidad. Deshonesto es quien conociendo las virtudes de un contrincante ya sea comercial, político o religioso, no solamente se las niega, sino que le atribuye vicios inexistentes. Peor son quienes aplauden tal actitud y la difunden impunemente; viven intensamente un espíritu de farsantes; lo cierto es que, una vez descubierta la deshonestidad, ya nadie les cree; no hay vuelta atrás. Máxima deshonestidad es la de aquella persona que habiendo recibido beneficios y/o prebendas de alguien; se vuelca contra él y lo blasfema; o aquel que proviniendo de una casta corrupta pregona que respeta la ley por la ley.

El valor de la honestidad es indispensable para que exista confianza y armonía entre los seres humanos; incluye congruencia entre lo que se piensa, se dice y lo que finalmente se hace. Es imposible hablar de integridad entre enemigos ideológicos históricamente, quienes con ligereza por razones espurias unen intereses abyectos. Asumir errores propios asegurándose de no inculpar por ellos a terceros es parte fundamental de la honestidad porque «quien acepta mentirillas blancas, termina daltónico».

Deshonestidad impúdica es acusar al otro (cierto o falso) de algo que el mismo acusador y su séquito realizan de manera innegable —la viga en el ojo ajeno— o mentir sobre su real capacidad; utilizar fotografías de eventos sociales intentando hacer creer que corresponde al momento político que critican. Ciertamente algunos pueden creerles, otros muchos van a reírse de ellos, pero lo más trascendente es que quien lo afirma sabe perfectamente que es persona indigna, y peor aún, hasta se atreve a escribir, comunicar y presumir que la falta es de otros y no propia; perdiendo el respeto por sí mismo; careciendo de auténtica autoestima.

Gandhi sentenció: «No puedo concebir una pérdida mayor, que la pérdida del respeto hacia uno mismo».

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