La argumentación como interacción política-social

Históricamente se ha conceptuado la argumentación como una clase específica de relación o encuentro social que permite el desarrollo de las ideas de personas soberanas quienes se comunican libremente para servir al bien común. Algunos pensadores establecen que «un buen argumento consiste en la organización sistemática de la interacción para producir las mejores decisiones posibles». Es también un «encuentro» con la acepción general de «argumento» que permite, libremente, que el pueblo se comprometa y/o realice algo que beneficia a todos, produciendo buenas decisiones para lograr proximidad comunitaria.

Para Aristóteles la ciencia del discurso era la retórica cuya finalidad sería la persuasión ética que tenía como objeto los asuntos generales. Sin embargo, desde la antigüedad se ha mantenido un sentido peyorativo de la retórica utilizada por los políticos para manipular al oyente sin considerar que los argumentos vertidos sean verdaderos o no y forzosamente, llevándolo a que adopte decisiones, generalmente no las mejores para el bien común.

En la democracia participativa griega y más tarde en el senado romano, los ciudadanos participaban en decisiones políticas con igualdad de derechos y de palabra; escuchaban y eran escuchados, a nadie se le coartaba ese privilegio. Los oradores expresaban ideas contra ideas, hechos o problemas que se creía podrían afectar a la comunidad. Así surgió Demóstenes con sus encendidos discursos defendiendo Atenas de posible invasión de Filipo II; urgía a los atenienses para que se preparen para la guerra, y exigía gran esfuerzo ciudadano para esta eventualidad; intentaba convencerlos de que las derrotas sufridas se debían a sus propios errores. Utilizaba fuertes llamamientos, duras arengas, pero jamás insultaba y menos aún recurría a la mentira, a la patraña o a la injuria para atraer la voluntad ateniense.

La expresión «filípica» quedó vigente como diatriba condenatoria destinada a castigar a un político; Cicerón la utilizó contra varios funcionarios corruptos y ambiciosos destacando especialmente en sus «catilinarias» fuertes críticas, pero jamás insultos, menos improperios.

En México podemos destacar grandes oradores que defendieron sus ideales magistralmente, resalto en la constitución de 1824 a Servando Teresa de Mier quien estaba en contra del federalismo norteamericano que defendía Miguel Ramos Arizpe; ambos se encontraron en el Congreso y fueron duros críticos entre ellos como contrincantes, argumentaron y fundamentaron su visión de nación en la palestra, pero jamás se insultaron y menos aún se amenazaron; al grado de que Servando pidió que su extremaunción se la ungiera justo Ramos Arizpe, su enemigo político; tal y como sucedió.

Solo insultos, mentiras, patrañas y montajes, nada de propuestas concretas, es lo que estamos escuchando ahora mismo en las campañas electorales disfrazadas de mascaradas cívicas; por un lado: «Responsable de la Construcción del Frente Amplio por México rumbo a la Presidencia en 2024»; dicen que nos salvarán del desastre, pero hoy ofrecen un fraude interno claro y desastroso. Por otro lado, buscando «Coordinador Nacional de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación»; proponen continuar ésta en el período presidencial 2024-2030. Ambas ridículas parodias legaloides consentidas por autoridades electorales.

Conocidos los primeros resultados ya saltaron los rencores por jugarretas chuecas entre partidos, chanchullos a candidatos, delaciones de excluidos; ahora inician debates que serán tóxicos entre sí. Los medios de comunicación tradicionales solamente hacen promoción a un sector, el otro los desairó desde un principio, por ello solamente conocemos una versión, pareciera que no existe otra, pero en la realidad las encuestas preferenciales son discrepantes. Otro problema que impide la argumentación sana son sus propios cómputos, chuecos, discordantes, ofensivos a la inteligencia; presumen tener millones de simpatizantes que en la realidad no aparecen como votos.

Una pregunta ante esta caótica situación: ¿Cómo obtener los mejores frutos comunitarios ofreciendo argumentos que nos lleven al bien común si despreciaron a la «sociedad civil»? Alardearon su inclusión y finalmente la relegaron; la humillaron hundiéndola en el desprecio partidista. La carencia de sentido común en los argumentos trae como resultado una absoluta falta de comprensión social y personal. Necesitamos aportar a la diaria argumentación frutos comunitarios que impulsen al juicio humano para llegar a la verdad y conseguir los más altos valores que eleven el nivel ético en la política; solamente así la argumentación permitirá una interacción social de crecimiento constante. Pero ¿quiénes lo harán?

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