La clase magisterial de Higinio

Segunda parte de dos

«Normalmente, yo no tengo oportunidad de hablar estos temas con nadie», respondió mi entrevistado aquella mañana del 20 de mayo del pandémico 2021 desde Saltillo, Coahuila. A pesar de que su frase invitaba a continuar nuestra videollamada —y conocer las otras tantas lecciones de vida que él guardaba más allá de su cargo como Secretario de Educación— el reloj fue determinante. Ni un segundo más. Llegó el momento de despedirnos en lo inmediato, en lo que podía ser tangible, y pactar, sin saberlo, el implícito reencuentro a través de hechos y resultados de alta calidad educativa. La clase magistral de Higinio González Calderón fue impartida —sobre todo, corroborada— con mención honorífica. Ganada a palabra. Legada de noble lid.

Ahora quiero tratar algo que tiene que ver con su propia cotidianidad, doctor. ¿Cómo ha logrado Higinio González Calderón encaminar su propia educación para ser resiliente en los ámbitos profesional y familiar ante la COVID-19?

Pues, primero que nada, entendiendo que la realidad la tengo que enfrentar y punto. Que existe un contexto en el que tengo que trabajar y que también tengo que enfrentar junto con mi familia. Debo aceptar lo que la vida me presenta y adaptar mis estrategias. Así de sencillo.

En el caso de mi responsabilidad laboral, te voy a comentar algo muy poderoso en cuanto a la resiliencia y que también puede ser útil para tu investigación y el proyecto que quieres implementar en las escuelas seleccionadas. A veces sucede que sí podemos concebir una teoría extraordinaria sobre lo que queremos hacer con las comunidades educativas para ayudar a resolver algunos de sus problemas. En tu caso, el de la lectoescritura. Pero la realidad siempre te va enfrentar a la posibilidad y necesitas dimensionarla. La realidad es la que te va a delinear tu capacidad de acción y te planta donde es necesario para que recalibres tu visión, tus alcances y hasta tus ideales. Lo que tenemos que dar y reforzar, como maestros y con los estudiantes, son nuestras capacidades para saber ubicar y entender los mensajes que la cotidianidad nos manda y podamos capitalizarlos. Si no tenemos las capacidades para resolver un problema que está ahí, ante nosotros, casi gritándonos que lo atendamos, ¡no lo vamos a solucionar nunca! Las capacidades se dan por muchas razones, por muchos motivos y por muchas vías.

«A través de los fenómenos sociales, tuve que “leer” la realidad conforme se me fue presentando. Pero ese “leer” también me implicó una interpretación necesarísima: aceptar a las personas y saber cómo negociar con ellas».

Y, en su caso, ¿por cuáles razones se han dado esas capacidades en el actual momento de crisis sanitaria?

Quizá por tener la sensibilidad para poder leer los fenómenos sociales que nos afectan con gravedad, comprender sus causas y adecuar las circunstancias emergentes a mis posibilidades personales y a las de mi gente. Creo que estos son de mis principales motivos.

Cuando dice «leer» los fenómenos sociales, ¿habla en los términos amplios del verbo principal que nos ocupa en esta entrevista?

Así es. Tuve que «leer» la realidad conforme se me fue presentando. Pero ese «leer» también me implicó una interpretación necesarísima: aceptar a las personas y saber cómo negociar con ellas. Porque, por años, he tenido enfrente a alguien que cree que sabe mucho y que me dicta su opinión como si estuviera diciendo verdades absolutas y comprobadas. De eso tengo mucho aquí dentro del Gobierno y por fuera. Pero aquí te va la gran sorpresa: ¡Yo era una de esas personas! Creía que me las sabía de todas, todas, y reconozco que, a veces, me sigue sucediendo, pero no como años atrás.

Me acuerdo cuando iba a platicar muy decidido con algunos de los ex secretarios de educación en Coahuila y les decía: «Oye, pero, ¿por qué no haces esto de una vez? ¡Ya te tardaste mucho! ¿Cómo no vas a poder hacer esto otro?». Yo no entendía razones. No podía leer lo que la realidad me ponía enfrente. Para mí, los otros funcionarios no avanzaban en lo que a mí me urgía y que yo veía tan simple o tan fácil de hacer. Pero ahora, desde este lado del escritorio donde me toca despachar, me doy clara cuenta qué proyectos sí pueden ser posibles y cuáles otros, por más que uno quiera y que les vea gran potencial, no son factibles en equis momento y en un espacio determinado.

Las trincheras distintas nos dan, con el tiempo, lecturas y perspectivas también diversas, ¿cierto?

Claro, pero el secreto es encontrar la manera de que sí podamos realizar esos proyectos que, en ciertas circunstancias, no tuvieron viabilidad. Aquí no se trata de quedarnos de brazos cruzados, cerrar el capítulo de ese libro y ya está. En este sentido, mi capacidad de resiliencia, por fortuna, siempre la he tenido en funciones. Puede sonar increíble, pero siempre he podido superar cambios de mi conducta por alteraciones emocionales. De verdad que las he logrado brincar. Para ser te sincero, a veces procuro salir del mal humor o de la decepción muy rápido, pero soy humano y no siempre lo logro. Sin embargo, nunca me tardo más de un fin de semana en estar puesto otra vez.

Llegamos al final de la de la entrevista, doctor Higinio, no sin antes agradecerle su tiempo, sus conceptos y esta clase recién impartida. Sus declaraciones son parte fundamental de la parte hermenéutica de mi investigación. Mi última pregunta pudiera parecer, de entrada, algo desconectada de la línea narrativa que hemos manejado esta mañana. Sin embargo, a mí me parece sumamente inspiradora y una de las posibles opciones para que tanto semántica como emocionalmente a nuestros docentes, directivos, administrativos, padres de familia, niñas, niños y adolescentes, lo que les llega a provocar la mera escucha de los verbos «leer» y «escribir», vaya generando —poco a poco— otro tipo de sensación, otro tipo de opinión, otro tipo de memoria en su historicidad. Me estoy refiriendo al poder formativo de la música. La propuesta de mi investigación-intervención es lograr un cambio favorable en los procesos de lectoescritura, resiliencia y ciudadanía en comunidades educativas en Coahuila y Durango por medio de su práctica musical. Considero que los contenidos que encuentran solamente en un libro de texto y que llegan a ser abordados de manera muy puntual —«por oficio»— alimenten el área de las artes. Por medio de la composición de letras de canciones, del canto, de la lectura y la publicación de sus propios textos, guiada por la intervención comunitaria corresponsable, probablemente la aprehensión de la lectoescritura pueda tener una referencia motivante y de mayor calidad en forma y contenidos.
Si hablamos de nuevo de proyectos viables o proyectos imposibles, ¿cree que esta intervención académica-artística sea factible y de provecho? ¿Encuentra correlación entre los verbos «leer» y «escribir» con el canto, la música, la composición, la puesta en escena de un concierto comunitario con lectura en vivo?

Por supuesto que tiene viabilidad. La lectura necesita tener su propio desarrollo, en primer lugar, independientemente del desarrollo artístico. Pero si en un segundo momento fuera posible unirlas sería formidable. Dentro de las artes, yo le doy la mayor importancia a la música. La música nos permite comunicarnos con el espíritu. La música puede alterar tu comportamiento. La música puede influir en procesos de resiliencia. La música, la música, ¡a mí me encanta la música!

Varios autores han encontrado que ciertas piezas compuestas por Mozart estimulan la inteligencia sonora de niños que aún no saben leer, escribir y, es más, ni siquiera hablar. La música impacta su estado emocional para poder dormir, para poder despertar, para estar avispados. Para mí, la música es muchísimo más importante, la verdad, que otras clases. Siendo así, yo reduciría toda la gama de materias que estamos enseñando en las escuelas a tres asignaturas pilares: la lectura, la escritura y la música. Interpretar y apreciar la música buena debería ser una de nuestras habilidades aplicadas a diario.

¿Y cuál es la música buena?

La que transmite conceptos de paz. La que te genera emociones virtuosas. Vamos, hasta puedo decir que la música buena es la que te genera entusiasmo y te puede ayudar a visualizar, por ejemplo, un futuro exitoso.

¿Tiene algún ejemplo en mente?

La quinta de Beethoven es un clásico y estremecedor ejemplo. Pero aquí también se me aparece la idea del otro tipo de música. La de los casos contrarios a lo que yo llamo música buena. Son esas canciones que, luego de escucharlas, dices, «Caray, pues mañana me toca ir a hacerle daño a fulano de tal, a golpear a sutano, a traficar drogas con perengano, a insultar al primero que se me pare enfrente», ¿verdad?

«La educación no es un proceso social fuera de la historia, es un proceso social complejo que, según sea la ubicación de las personas en la estructura social de clases, les permite (o no les permite) desarrollar sus capacidades biológicas y psicológicas, calificar su fuerza de trabajo y apropiarse de los bienes y valores de la cultura».

Exactamente. Porque las letras de las canciones también pueden ser un detonador comprobado de cierto tipo de acciones.

Y pueden generar en nuestros niños aspiraciones fatales. Pero si a una persona le das una dimensión más amplia a través de la lectura o del canto de ciertas letras de canciones y luego le acercas la oportunidad de sentir una autonomía extraordinaria para incursionar y reconocer otras de sus habilidades —y no solo en las que piensa dedicarse laboralmente— tendrá un techo de interacción más extendido para relacionarse con los demás. Sus conocimientos y maneras de sentir pueden ser más constructivos.

A mí me toca visitar con frecuencia los distintos municipios de Coahuila y veo que tenemos bastantes chavos que nada más conocen la cultura de la carne asada como motivo para socializar. La ven como una cultura de entretenimiento y de desarrollo de amistades y digamos que hasta ahí llega el asunto. Si no es a través de un evento de este tipo, nada más no están a gusto cuando de interactuar se trata. Imagínate la labor que tenemos como formadores. Nos urgen otras maneras más creativas de llegar a nuestros estudiantes.

Ante una cada vez más profunda brecha entre esta cultura de la carne asada y la práctica de la lectura, doctor Higinio, entonces, ¿qué tipo de lector es usted?

Primero te voy a decir el tipo de lector que no soy. No me gustan las novelas. Si he leído cuatro novelas buenas en mi vida son muchas. Por el perfil de tipo de carrera que estudié —la licenciatura en Lengua y Literatura— tuve que leer todos los clásicos de la literatura universal. Desde los textos orientales hasta todos los que tú quieras nombrar. Pero en los últimos treinta años de mi vida, quizá me he dedicado a leer contenidos académicos, relacionados con las clases que imparto. Y, ocasionalmente, leo algunas otras cositas que me parecen muy interesantes.

¿Y esas otras cositas interesantes son las que lo definen y lo hacen vibrar como lector?

A veces, sí. Me gusta, por ejemplo, entender un poquito el pasado. Ahora estoy leyendo una biografía de Winston Churchill. Es de un cuate que tuvo el privilegio de entrar a los archivos del Palacio de Buckingham y no solo a los archivos del Estado. Se metió de lleno a los archivos de la familia real y reveló que Winston, su papá y su abuelo tenían una trayectoria de acciones políticas que les fueron marcando un muy interesante liderazgo. Por ejemplo, en uno de los capítulos es narrado un momento que me pareció muy ilustrativo, porque explica la manera en que fue tomada la decisión de entrarle o no a lo que fue la Segunda Guerra Mundial. Winston tuvo que resolver si se volvía enemigo o aliado de Hitler y consideró que una opción sería la de negociar la firma de un primer convenio entre naciones. Fue con la reina a compartirle esta propuesta y ella le respondió con una pregunta. «Por cierto», le dijo, «antes de proceder a firmar ese convenio, ¿usted, Winston, sabe qué opina la ciudadanía inglesa del Reino?». Y Winston le respondió: «Ah, pues esa es una muy buena pregunta». Pasaron unos días y cuando Winston iba rumbo al Parlamento, precisamente para comunicar la decisión del rol que tendría el Reino Unido ante Alemania, le dijo al chofer: «¡Párate!». Winston se bajó del coche y corrió a tomar el metro. En uno de los vagones comenzó a platicar con cuatro o cinco personas y se enteró que en la ciudadanía existía el ansia de defender a su patria y arriesgar su vida por ella. Con esos argumentos, con una fuerza impresionante, se presentó Winston al Parlamento para declarar, «Estamos listos. Vamos a la guerra». Este tipo de ejemplos, para mí, se vuelven oro molido para las materias que imparto porque tienen que ver con las decisiones de liderazgo que debemos tomar todos los días.

Otro tipo de cositas interesantes que leo así, sueltas, por aquí y por allá, son las de una niña que escribió un libro sobre el liderazgo. Ella es de origen oriental y narra fundamentos del líder de una manera que te va envolviendo como si fuera un cuento. Es un libro totalmente científico, pero muy práctico para leer. Este lo uso en mis clases de doctorado. Se apellida Nahavandi la niña autora.

Y ahorita también estoy leyendo a otro chavo que escribió un libro sobre el desarrollo de la inteligencia de la humanidad, De animales a dioses. No te va contando la historia como es típico que la expongan otros. Relata cómo fue la adaptación del hombre a sus nuevas circunstancias, según el desarrollo de habilidades de inteligencia que nos han dado las habilidades que actualmente tenemos. Al principio del libro, pregunta: ¿quién fue más inteligente: el pueblo sedentario o el pueblo nómada? ¿El sedentario por acostumbrar su modo de ser a circunstancias que se repiten o el otro por acostumbrarse a enfrentar siempre situaciones nuevas? ¿Cuál desarrolló mejor inteligencia? Cositas interesantes, como la de estos libros, ¡me encantan!

Así como lo escucho y veo de entusiasmado cuando platica sobre esta trilogía de ejemplos bibliográficos —antojables los tres, por cierto, gracias a sus reseñas— así también es mi sueño: cómo quisiera poder escuchar y ver a muchos niños y niñas y jóvenes, a maestros, a directores, a papás y mamás, con esa chispa y vibra luego de conectar su emoción con la lectura y la escritura. Espero que algún día podamos presenciarlo, doctor. Muchas gracias por esta entrevista.

No, al contrario, Renata. Gracias a ti por la oportunidad de platicar de estos temas. Normalmente, yo no tengo oportunidad de hablarlos con nadie.

Qué curioso, doctor. Eso mismo me dijeron varios de los maestros y directivos que entrevisté vía remota, uno a uno. Palabras más, palabras menos, comentaron: «Gracias porque yo quería platicar de esto y nadie me lo había preguntado. Entre colegas y las autoridades hablamos de cuestiones administrativas o de calificaciones, por decir, pero nadie se había preocupado por preguntarme cómo me siento, que si soy resiliente o no, que si qué leo y por qué leo». Puede ser que el espectro de análisis de mi investigación sea amplio, pero estoy convencida que en esa anchura de horizontes encontraré medios y modos para ser mejor alumna e investigadora y aprender de ustedes, los docentes a cargo de la educación pública de nuestro país.

Gracias, gracias y gracias porque estamos hablando del tema fundamental de una sociedad: la educación. La educación sistemática es —y será— la única herramienta que tenga una sociedad para desarrollarse a sí misma. E4

Testimonio de gratitud

En cada uno de sus votos de confianza entregados, el doctor Higinio González heredó una lección mayúscula de humanidad.

De clase magistral.

Columnista y promotora cultural independiente. Licenciada en comunicación por la Universidad Iberoamericana Torreón. Cuenta con una maestría en educación superior con especialidad en investigación cualitativa por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Doctoranda en investigación en procesos sociales por la Universidad Iberoamericana Torreón. Fue directora de los Institutos de Cultura de Gómez Palacio, Durango y Torreón, Coahuila. Co-creadora de la Cátedra José Hernández.

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