Mientras haya vida, hay esperanza. Reza un viejo refrán popular. Esperanza es la confianza de lograr una cosa o de realizar un deseo. En teología, es una de las tres virtudes. Esperanza es un anhelo, una ilusión, una quimera, un sueño y los sueños, sueños son.
—Médico. Esto de la eutanasia en verdad tiene muchos recovecos. Como que no encaja muy bien dejar morir a una persona o acelerar su fallecimiento con medicamentos. —Otra vez don Culturín el chismoso—. Mientras haya vida hay esperanza y es muy difícil para muchos abandonar esa esperanza de vida, de recuperación, de salvación.
—¡Por supuesto, sí don Culturín! Es muy complicado abandonar ese soplo de esperanza, de ilusión, del deseo de prolongar la vida de un ser querido o de un paciente. De eso no hay la menor duda, lo he visto cientos de veces y lo he vivido en carne propia en varias ocasiones, sin embargo, en la gran mayoría de los casos, de mis experiencias, sucede lo dicho por un filósofo alemán, Federico Nietzsche (1844-1900) quien crudamente explicaba: La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre. Aferrarse a esa esperanza con frecuencia conduce a torturar inútilmente, y a un alto costo físico, moral y económico, a los enfermos terminales incurables en una cama de hospital o en una sala de terapia intensiva y en este fenómeno influye en gran parte el gremio médico, ya no se diga la religión, alimentando expectativas (esperanzas) la mayoría de las veces, falsas.
—¿Como es eso? No que ustedes los médicos están para salvar vidas, preguntó intrigado don Culturín.
—¡Nosotros no salvamos a nadie! Solo intentamos prolongar la vida, si acaso y, en ocasiones, con ese afán causamos más daño, justificado en un sueño, en una esperanza. Para aclarar un poco más conviene recurrir a las encuestas. El 80% de la gente común de diferentes países incluido el nuestro, está de acuerdo en la eutanasia; sin embargo, en el ambiente hospitalario, los médicos, enfermeras y estudiantes de medicina solo están de acuerdo en un 30 a 55% (Médico Moderno #2 oct. 05); es decir, la mayoría del personal médico está en contra de la eutanasia y eso propicia sugerir tratamientos muy agresivos en pacientes con mínimas o nulas posibilidades de recuperación. Es la visión cosmogónica, antropológica, social y cultural del médico en relación con la vida y la muerte, lo que influye en su posición frente a este controvertido tema de la eutanasia.
—O sea, que al médico le falta ponerse en el lugar del enfermo o sus familiares, espetó desafiante don Culturín, para, de esa forma tener una visión más amplia y objetiva de este problema.
—Por ahí va la jugada don Culturín. En realidad no somos los médicos los responsables de la eutanasia. Deben ser los enfermos o sus familiares quienes deben conocer los argumentos a favor y en contra de la eutanasia. A favor está en respetar la autonomía y libertad del paciente terminal y lo que los familiares desean para su enfermo si este no puede decidir, es el enfermo o su parentela quienes han de decidir si ponen fin al dolor insoportable de los pacientes incurables sin usar todos los medicamentos, aparatos y sondas, para salvar lo insalvable, es decir, evitar el «encarnizamiento» terapéutico.
Los médicos debemos estar muy seguros del o los diagnósticos y si hay o no hay posibilidades de recuperación, esa es nuestra gran responsabilidad. Además, hemos de informar en una forma amplia y comprensible al enfermo o sus parientes de las ventajas y desventajas de tal o cual tratamiento y las posibilidades de recuperación. Cada caso es particular y la base de una buena comunicación es la confianza y respeto mutuos entre el médico y el enfermo y su entorno. Con esa información, es el paciente y sus familiares los que deciden. En esto radica la autonomía del paciente, depende de una información amplia veraz e imparcial, esto es el consentimiento informado, sin sesgos, sin mentiras, ni chantajes o manipulación.
La responsabilidad del médico, insisto, es orientar, explicar, establecer un pronóstico de acuerdo con nuestra experiencia y sapiencia, hacer notar la respuesta al tratamiento si la hay o el fracaso del mismo. En otras palabras, desde mi posible limitado enfoque, la eutanasia debe ser de la responsabilidad del paciente y sus familiares, los médicos y las autoridades políticas deben cumplir los mandatos y necesidades del pueblo para beneficio de este, esa es la auténtica democracia, ausente en nuestro medio porque en general, tanto el político como el médico, son autoritarios e impositivos para con sus gobernados y sus pacientes.
Lea Yatrogenia