Gabriel Boric Font, el político chileno que figura como nuevo rostro de la izquierda, ya es el presidente electo de su país y asumirá el cargo el 11 de marzo del 2022. De descendencia croata, el joven que optó estudiar a las leyes en sus estudios superiores; que por diversos puntos —además de su triunfo— de manera particular, creo, representa la nueva cara de la izquierda, sobre todo en Latinoamérica.
Gabriel Boric camina sobre un paisaje amplio que se puede traducir en un movimiento de renovación de la izquierda para nuestro continente. Lejos de teorías —si es que las hubo— del Castrismo, lo que huela a Chavez, Sandino o el kirchnerismo; con una mejor ductilidad, el político se conduce de una manera más equilibrada y llena de consenso.
Lejos de esas versiones de la izquierda añeja (nacionalistas y anti-imperialistas) no existe una mal llamada enemistad con el vecino del norte, por eso afirmo que en gran medida se da un «pragmatismo» en el terreno electoral y diplomático —por mencionar lo más visto hasta ahorita—. Una nueva transición para Chile es el reto mayúsculo que hoy enfrenta la nueva administración: proponer y coordinar un contrato social que reponga la armonía para los chilenos.
La primera vuelta de las elecciones de Chile el año pasado ponía a José Antonio Kast y a Gabriel Boric en una segunda vuelta que desempataron el pasado 19 de diciembre. Radicalmente opuestos, la ultraderecha y la izquierda se vieron las caras. Eso que mal llamo pragmatismo (hoy no encuentro otra palabra) hizo el triunfo de Boric y dan una nueva cara a la izquierda al despegarse de la trasnochada y demasiado estudiada izquierda vieja de Latinoamérica.
Muchos analistas de su país coinciden en que una mayor participación y la clara movilización que logró convocar —sobre todo la de a pie de calle, en autobús y con bebé en brazos— su colega Izkia Siches, favorecieron al presidente electo. Por otro lado, una parte crucial del triunfo fue conquistar los votantes más moderados. Cambió su forma de vestir, dejó de lado el concepto de lucha social y suavizó su oferta de reforma tributaria; esto junto con la adhesión de expresidentes como Bachelet o Lagos (a pesar de haberlos criticado fuertemente). Esa suma de apoyos —una especie de nueva concertación— le dieron el triunfo.
Además, creo que rodearse de gente como la líder de médicos detonó varios puntos: el voto de la juventud, de los jóvenes profesionistas y el voto de las mujeres. Siches, mujer que movilizaba y convencía gente con palabras simples, sobre todo a los votantes del centro que temían de Boric por su franca cercanía con el Partido Comunista. La noche del triunfo electoral, Boric tomó la mano de Siches y la alzó entrelazada con la suya mientras la gente celebraba la victoria de la nueva izquierda.
A final del día, este triunfo abre las puertas a una generación aún más joven, aquella que se forjó al calor de demandas sociales y revueltas. Hoy tiene de frente una posibilidad llena de incógnitas, de deudas por saldar y de muchas promesas por cumplir. Su estrategia (más pragmática) fue unir también a la democracia cristiana y el Partido Socialista —además de los fundadores—. Con promesas y trabajo en la calle, el nuevo presidente se enfrenta a despejar la incertidumbre económica, procurar cumplir las altas expectativas ciudadanas que se han generado a partir de su liderazgo y en cómo será el destino de la convención constitucional.
Finamente, considero que el mayor desafío del presidente electo será recomponer el clima político y social de Chile, que ya se arrastraba, y donde la historia del año pasado enfrentó al más de izquierdas desde Salvador Allende y el de derecha extrema desde Augusto Pinochet.