«En la sociedad humana el pensar es la mayor transgresión de todas».
P. Roth
Hace algunos años, el magnífico escritor norteamericano Philip Roth anunció su retiro de las letras. Desde entonces todos sospechamos que estaba llegando a su fin. Hace poco, el autor de Pastoral americana dejó su cuerpo mortal para incorporarse de lleno al elenco de la isla de la inmortalidad. Evoco, en estas líneas, como homenaje, aquellos insights de memoria y a vuelapluma que marcaron mi existencia en contacto con la escritura impoluta de Roth. Me limito en esta ocasión a la «trilogía americana» compuesta por obras prolijas y señeras: Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana. Una modesta ofrenda para alguien que estuvo a la altura de cualquier nobel de literatura.
De Pastoral americana recojo el diálogo ríspido entre el «Sueco» y su hija tartamuda en el momento en que ésta ha elegido el jainismo y se ha dedicado a una vida de austeridad. La imposibilidad de ser padre y de ser hija nos lleva a pensar en nuestra vocación de fracaso, pues finalmente la alteridad sugiere la inviabilidad del encuentro en la diferencia. El dolor y la tristeza del Sueco intranquilizan al lector. No hay final feliz. La hija le salió radical, primero activista e incluso terrorista antisistémica; luego mujer entregada a la veneración por la vida. La comunicación cortocircuito: «No eres mi hija. No eres Merry», balbucea el sueco.
De Me casé con un comunista recojo el dolor causado por la persecución macarthista en la persona de Ira Ringold. Hombre dedicado en cuerpo y alma a aliviar los efectos de la crueldad humana. El desencuentro matrimonial se profundiza por la opción de Ira, el comunismo y la de Eve, su hija Sylphid. Pero un libro destructor, escrito por su esposa, Me casé con un comunista, resuelve el combate: Ira es destituido, pierde su empleo, comienza su declive. El hermano de Ira, Murray, reflexiona: «Eve no se casó con un comunista, sino con un hombre siempre ansioso por hallar su vida». El ensañamiento contra quien detenta una ideología de izquierda. El desamor de la mujer que quiso.
De La mancha humana recojo el drama de Coleman Silk, quien, en su afán por colocarse en el seno de la sociedad norteamericana, niega su negritud y reniega de su familia para acceder a la posición de profesor y decano universitario: «Todo lo que él siempre había querido, desde primera infancia, era ser libre: no negro, ni siquiera blanco, sino independiente y libre». La vida lo pone en su lugar: «descubrió que la libertad es peligrosa, muy peligrosa». Un escándalo en las aulas, unas palabras dichas irresponsablemente lo llevan a ser acusado de racista y a ser expulsado de la Universidad de Athenas. Una relación desigual, con una empleada de la universidad, lo convierte en centro de la descalificación. En una pendiente resbaladiza, Coleman Silk se desploma: «no conozco nada más difícil de dominar que el odio». Anthony Hopkins interpretó el papel Coleman en la cinta inspirada en esta desoladora novela.
El sueco Levov, Ira Ringold y Coleman Silk se parecen en que son primero que nada unos desventurados, unos desafortunados. Representan la tragedia humana. Las circunstancias no los favorecen. Pero también ellos ponen de su parte. La hija tartamuda del Sueco, la esposa pequeña burguesa de Ira y los colegas de Coleman ilustran las circunstancias desfavorables. La búsqueda del «american way of life» del Sueco, el manejo ambiguo de la ideología de Ira y el rechazo de su raza en Coleman, nos hacen percibir de nueva cuenta lo que Roth subrayó: la libertad es peligrosa. E4