La menopausia no es enfermedad

https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC6836908/

El enlace anterior de hace 20 años, se refiere a los daños provocados por el tratamiento hormonal en mujeres postmenopáusicas y al leerlo recordé desde hace más de 40 años varios casos de mujeres postmenopáusicas con trombosis venosa, trombosis cerebral, que tenían una relación directa con la ingestión prolongada de hormonas femeninas (estrógenos) como factor desencadenante de tales eventos, al no encontrar con claridad otros factores. Mis colegas me decían que yo estaba loco, que los estrógenos beneficiaban la etapa postmenopáusica. No, reitero, la menopausia no es una enfermedad, es una fase de nuestra vida que prolonga la cantidad y la calidad.

La finalidad de la menstruación es la fertilidad, la cual es óptima alrededor de los 45 años, garantizando la ovulación, con matriz apta para albergar un producto. Después de esa edad, ya la matriz merma su elasticidad y capacidad nutritiva para un feto, por lo que la sabia naturaleza detiene la ovulación y la menstruación. ¿Qué calidad de vida podría tener una mujer menstruando a los 70 años, perdiendo medio litro de sangre cada mes que la médula ósea ya no podría reponer? Las mujeres no rebasarían los 50 años de edad si continúan esas hemorragias menstruales.

En 2002 se publicó un ensayo clínico promovido por la Women’s Health Initiative, sobre terapia hormonal sustitutiva (THS) frente a placebo, con más de 16 mil mujeres voluntarias, que se tuvo que suspender antes de su finalización porque los resultados pronto mostraron justo lo contrario de lo que la «ortodoxia médica» estaba defendiendo: las mujeres que recibieron estas hormonas tenían más eventos coronarios, más tromboembolia venosa y además presentaron más casos de cáncer de mama. A continuación, Sackett publicó un breve artículo titulado «La arrogancia de la medicina preventiva», donde advertía sobre la preocupante corriente cultural que, exagerando los beneficios de intervenciones preventivas sin suficiente apoyo científico, está medicalizando la vida de personas sanas. En este comentario se hacía un análisis crítico de enorme dureza sobre el caso de la terapia hormonal que durante muchos años se había recetado sistemáticamente a millones de mujeres de todo el mundo, sobre el falso fundamento de que mejoraban su salud. Sackett, decía que en todo desastre hay héroes y villanos. En este caso, en el bando de los héroes situaba a los miles de mujeres que aceptaron participar en el ensayo y los equipos científicos independientes que publicaron el estudio en la revista de la Asociación Médica Americana. En el otro bando, me refiero a los villanos, quedaban los supuestos expertos que habían defendido con ardor este tratamiento durante años sin la suficiente evidencia científica, con un sesgo vinculado a sus intereses personales y a los de las compañías que promocionaban la THS. La lista de casos similares en la reciente historia de la medicina sería larga de relatar, pero hay abundante bibliografía.

Se acepta que la regla de oro para la gestión ética de los conflictos de interés (CDI) es la transparencia que se debe exigir a investigadores, expertos y responsables de las organizaciones profesionales. Sin embargo, ¿es la exigencia de una declaración de potenciales conflictos comerciales, una estrategia suficiente para prevenir los sesgos de parcialidad en la generación de conocimiento científico? El reciente caso de un líder mundial de la oncología que había ocultado sus vínculos con la industria indica que el mero formalismo de requerir la declaración de conflicto de interés por las revistas científicas es fácilmente burlado, si bien ha permitido una denuncia a posteriori con la retirada de un considerable número de artículos en The New England Journal of Medicine y The Lancet. Pero esto no ha evitado unas consecuencias de difícil ponderación en la vida de los pacientes con cáncer que han sido tratados a partir de la publicación de unos resultados con muchas posibilidades de ser excesivamente optimistas.

Los conflictos de interés por sí mismos no implican una conducta reprobable y se deben valorar con prudencia. El investigador que presta servicio a una compañía tecnológica no puede ser acusado de defender los intereses de quien promueve una investigación que es científicamente rigurosa siguiendo los requisitos éticos y legales, siendo respetable el legítimo interés de una empresa por obtener rentabilidad de una inversión. El problema moral surge cuando el investigador oculta sus vínculos, ofreciendo una falsa imagen de imparcialidad, lo cual tiene una especial relevancia en el campo de la medicina donde la confianza social en la independencia de los profesionales debe ser un valor esencial.

La devastadora epidemia de adicción a los opioides que padecen actualmente en Estados Unidos es un caso bien documentado, donde se puede estudiar la confluencia de agresivas estrategias en el marketing de la oxicodona para el tratamiento del dolor: patrocinios de conferencias, pago a expertos, invitaciones a seminarios en Boca Ratón (Florida), financiación de cursos para estudiantes de medicina, patrocinio de asociaciones de pacientes sin ánimo de lucro, etcétera. Todo un modelo de negocio millonario en beneficios y en víctimas, que solo ha sido posible con la colaboración de los médicos prescriptores que han ignorado sus conflictos de interés.

Hasta en la serie televisiva del Dr. House, un médico internista genial, resolviendo casos clínicos insólitos, dependiente de un bastón y adicto a la oxicodona (codeína) que ingiere para controlar su dolor ciático facilitando con esto la prescripción de la oxicodona y por tanto el consumo social abusivo de los opioides.

Cualquier clínico con años de experiencia puede relatar casos de modas prescriptoras que solo se pueden justificar por el estímulo de intensas campañas de promoción comercial. En Medicina de Familia, la prescripción inducida ha sido tradicionalmente una fuente de problemas éticos que pueden llegar a afectar a la confianza en la relación clínica, lo cual toca la médula del ejercicio de la medicina.

¿Cuántas sociedades científicas y congresos podrían sobrevivir sin el apoyo de los proveedores de fármacos y tecnología sanitaria? La respuesta a esta pregunta debería llevarnos a un debate público sobre la financiación de la formación continuada, algo que interesa tanto a los profesionales como a la industria, pero sobre todo a la sociedad.

En las publicaciones médicas, con énfasis cuando se estudian nuevos fármacos, actualmente, al final de cada artículo, se especifica: «los autores declaran que en esta publicación no hay conflicto de interés». Difícil para los lectores confirmar tal aseveración.

Yo también declaro «que en todas las publicaciones de esta columna en el periódico La Opinión y en Espacio 4 de Saltillo, no hay conflicto alguno de interés, es decir, no recibo dádivas ni de esas publicaciones ni de la industria farmacéutica».

La única garantía para que las dos afirmaciones previas sean verdaderas es la calidad moral y ética profesional de quien lo afirma, es decir, solo los médicos comprometidos con servir a la sociedad desinteresadamente, son los garantes de tal afirmación.

Del dicho al hecho, hay un gran trecho. Los enfermos, finalmente, deben decidir en quién confiar y pudiera ser que una segunda o tercera opinión lo confirme, aunque no necesariamente.

Lea Yatrogenia

Egresado de la Escuela de Medicina de la Universidad Veracruzana (1964-1968). En 1971, hizo un año de residencia en medicina interna en la clínica del IMSS de Torreón, Coahuila. Residencia en medicina interna en el Centro Médico Nacional del IMSS (1972-1974). Por diez años trabajó como médico internista en la clínica del IMSS en Poza Rica Veracruz (1975-1985). Lleva treinta y siete años de consulta privada en medicina interna (1975 a la fecha). Es colaborador del periódico La Opinión de Poza Rica con la columna Yatrogenia (daños provocados por el médico), de opinión médica y de orientación al público, publicada tres veces por semana desde 1986.

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