Un conocido propagandista del oficialismo, Epigmenio Ibarra, ha venido participando en las recientes semanas en el programa matutino de televisión conducido por el periodista Ciro Gómez Leyva. En la emisión del miércoles 16 de marzo, de repente Ibarra, sin que en modo alguno viniere al caso, empezó a hablar «del silencio que guardó la prensa cuando el fraude en la elección presidencial de 2006», supuesto fraude del cual dijo «hay muchas evidencias, que la prensa se negó siquiera a discutir». Acorralado por Gómez Leyva, el entrevistado percibió insostenible su falacia y no tuvo más remedio que abandonar el sesgo que él mismo había introducido en la conversación.
No deja de llamar la atención que ese tipo de gente, de la que Epigmenio Ibarra forma parte, cada vez que se ofrece y en ocasiones sin venir a cuento, como en esta, insiste en afirmar que en 2006 le fue robada la presidencia de la república a López Obrador. Falso.
A pesar de que esas elecciones presidenciales son, quizá, las más analizadas e investigadas de la historia del país, y de que jamás alguien ha podido probar fraude, prácticamente nadie, sin embargo, se ocupa en desmentir esa reiterada falacia cada vez que alguien la profiere.
Se hace necesario, para honrar a la verdad, que alguien lo haga. Hay por fortuna numerosos estudios académicos, serios y objetivos, contenidos en libros, ensayos y artículos con información abundante para echar abajo esa mentira miles de veces repetida.
Imposible hacer referencia aquí a todos —y ni siquiera a una parte— de los estudios disponibles sobre tal asunto. Ahora sólo se citarán algunos pasajes clave del libro «2006: hablan las actas» (Ed. Debate, 2008, 232 pp) escrito por el académico José Antonio Crespo.
El autor explica que no existe una organización electoral tan perfecta que esté exenta de errores. Siempre se presentan —dice— irregularidades no dolosas. Señala que en las democracias más desarrolladas los expertos las reportan en «al menos uno o dos por ciento en promedio» (págs. 25 y 30). Y da cuenta de que en México en la elección del 2000 «considerada como la más democrática de la historia de México» el nivel de anomalías fue de 1.26% y en la de 2006 de 1.35% (p. 29).
Apunta, asimismo, que en la elección presidencial de 2006 la diferencia entre el candidato más votado, Felipe Calderón, y el que le siguió, López Obrador, fue escasamente de 234 mil votos, equivalentes al 0.56% de la votación total. Dato que evidencia lo reñido que resultaron esos comicios.
Cuando en diciembre del año de la elección, 2006, el entonces IFE difundió en su sitio web las actas electorales de todas las casillas, poco más de 130 mil, Crespo analizó a detalle las actas de 65 mil casillas, de 150 de los 300 distritos. Encontró, ciertamente, inconsistencias e irregularidades.
Se plantea entonces José Antonio Crespo la pregunta: «A partir de este hallazgo, ¿puede hablarse de fraude electoral?».
Y de inmediato el mismo Crespo se responde: «No en el sentido que suele dársele al término: una maquinación fraguada desde el Gobierno, o desde un partido, que involucra a un ejército de funcionarios electorales o ciudadanos predispuestos a violentar la voluntad ciudadana a favor de un candidato —en este caso, de Calderón—, o una manipulación de las actas orquestada desde las oficinas del IFE, involucrando a los vocales ejecutivos, consejeros distritales o estatales para dicha faena. Al menos eso no puede inferirse del frío análisis de las actas electorales» (p. 99).
En otro pasaje Crespo escribe lo siguiente: «Las actas electorales no dan la razón a quienes sostienen que López Obrador ganó la elección y que fue víctima de un enorme fraude». Dice también: «No ha habido pruebas fehacientes del magno-fraude electoral del que hablan los obradoristas» (p. 102).
El autor apunta que «el estudio estadístico de tales errores [inconsistencias aritméticas y demás irregularidades] no permite concluir que se trató de un fraude orquestado a favor de algún candidato, pues las inconsistencias están equitativamente distribuidas entre casillas que ganaron Calderón y López Obrador, respectivamente» (p.167).
Epigmenio Ibarra, AMLO y demás personajes de esa misma ralea se formaron en la enseñanza según la cual una mentira miles de veces repetida termina por convertirse en verdad. No lo permitamos. (I)