El tema del populismo no es de la exclusividad de América Latina, pero donde se arraiga el daño que genera es inconmensurable. En su libro Twenty-First Century Populism: The Spectre of Western European Democracy, los autores Albertazzi y McDonnell lo conceptúan como «una ideología que enfrenta un pueblo homogéneo y virtuoso contra un conjunto de elites y «otros» dañinos, que se describen como quienes privan —o intentan privar— al pueblo soberano de sus derechos, valores, prosperidad, identidad y voz». Hay tres preguntas básicas, que apuntan los autores, y a las que se responde desde la perspectiva populista: ¿Qué salió mal? El gobierno y la democracia, que al ser ocupados por elites corruptas los distorsionan y los explotan. ¿Quién es culpable? Las élites y «los otros». ¿Cómo se soluciona? Devolviéndole al pueblo su voz y su poder a través de un líder populista. Los autores, y en esto hago hincapié, se refieren al fenómeno vivido en Europa posterior a 1989, cuando concluyó el «enamoramiento comunista». En el populismo no se bordan utopías, lo que se plantea es el retorno a una comunidad imaginaria, no existen proyectos a futuro, si no la vuelta al pasado… ¿Cómo? Despertando las emociones más profundas de la población… Y es que según los cánones, «todo tiempo pasado fue mejor…» En la versión populista del siglo XX esta vinculación «dirigida» se mezcló con el nacionalismo exacerbado, así nacieron los totalitarismos, como el fascismo de Mussolini… «vamos a recuperar la grandeza de Roma»… El nazismo de Hitler… «Somos la raza aria», y más bananeras, el peronismo argentino y el cardenismo mexicano. En todas esas «perlas» se inventó una «saga» nacional y un enemigo externo… Nomás revise la historia, generoso leyente.
El de este siglo, tiene otra explicación. Es la respuesta a la desaparición del estado de bienestar y de la economía industrial que propició que un padre de familia, con estudios que podían ser solo hasta el grado de secundaria, pudiera proveer sustento a su familia, en el que la mamá podía trabajar para tener un poquito más, si así lo decidía. Se llegaba a la vejez con pensión que permitía llevar una vida tranquila… ¿Y qué pasó? Que hoy las personas viven más y que con tantas raterías de los gobernantes y la indiferencia de sus habitantes, como es el caso de México, no hay dinero que alcance para cubrirlas. Eso modifica el sistema de salud público, transforma la vida entera del país, los jóvenes tampoco tienen el nivel de vida con el que soñaban, aumenta la inseguridad pública… todo lo que vivimos hoy día. Se colapsa por supuesto el sistema de partidos políticos, los partidos tradicionales pierden espacios y surgen movimientos, frentes… que prometen y prometen, aunque luego no puedan cumplir la ristra de «prodigios» que ofrecen durante las campañas, ejemplo de ello esta Podemos en España, Syriza en Grecia… Morena en México. El populismo es sin duda una reacción política explicable frente a una transformación de fondo que se requiere a gritos, pero también ante la irresponsabilidad y desvergüenza de gobernantes como los que aquí hemos consentido que desgracien la vida nacional. La llegada de López Obrador, pues, a la presidencia de la república, no es fortuita. Se amasó con marginación material e intelectual, complicidad y la más repugnante de todas, indiferencia de los mexicanos.
Hoy los mexicanos tenemos a cargo del país a un hombre que ejerce un liderazgo demagógico, surgido del hartazgo, del desencanto, de la desesperanza, del resentimiento de millones de mexicanos y también de personas que genuinamente creyeron que él era el indicado para sacar adelante al país. Líderes como López Obrador los ha habido en todos los tiempos y en diferentes confines de la tierra, sin importar como fue el caso de Alemania, el nivel cultural de su población. Se trata de individuos que se hacen del gobierno invocando al pueblo, ante el que se presentan como sus representantes «verdaderos». Al respecto, Enrique Krauze apunta que no es deseable que impere la voluntad de un solo individuo como tampoco la voluntad popular sin límites, porque resultan dañinos para cualquier democracia, contimás para una tan anémica como la nuestra. La politóloga Flavia Freindenberg, refiriéndose a lo mismo, expresa que el «…estilo de liderazgo populista se caracteriza por la relación directa, personalista y paternalista entre líder-seguidor, en la que el líder no reconoce mediaciones organizativas o institucionales, habla en nombre del pueblo y potencia discursivamente la oposición de éste con “los otros”; donde los seguidores están convencidos de las cualidades extraordinarias del líder y creen que gracias a ellas y/o al intercambio clientelar conseguirán mejorar su situación personal o la de su entorno. […] El vínculo entre líder y seguidor puede basarse tanto en una fuerte identificación emotiva o puede ser resultado de las evaluaciones que éstos realizan y le hacen elegirle como mejor opción de representación política y de sus intereses específicos. La manera en que los seguidores perciban al líder y a la relación que mantienen con él, en tanto que supone la maximización de sus beneficios individuales y/o colectivos —ya sean objetivos o subjetivos—, resulta clave para comprender las razones que les motivan a apoyarle».
El populismo se caracteriza, pues, por ser producto de una sociedad que muchas veces ni siquiera conoce cuáles son sus derechos, con instituciones públicas enclenques y una pobrísima observancia a la división de poderes; por la presencia de un líder que «habla» en nombre del pueblo y denomina a la oposición como «la élite» —el de aquí los llama fifís, conservadores—; basa su fuerza en el apoyo popular que proviene de su labia manipuladora y de sus políticas clientelares. Se presenta como la vía ad hoc para solucionar problemas económicos y de representación, que terminan llevando a la población al voladero. Esta es la ruta por la que López Obrador lleva a México. Y no es secreto, la exhibe todos los días. La polarización es el eje de su estrategia política, machaca a mañana, tarde y noche la existencia de los que están con él o contra él; el estribillo de los liberales y los conservadores es parte de su discursiva cansina. Responde a la estructura mental y política típica del populista. Sus llamados al «pueblo bueno y sabio», los «de abajo y los de arriba», a los «desposeídos» les «fabrica» una especie de aura de «valor moral supremo». Es enfático en la negación de la sociedad plural y a fuerza la quiere reducir a la existencia de dos bandos. El discurso del populista es simplista, el de López Obrador lo es. No hay propuestas de políticas públicas viables para la solución de la problemática que agobia al país, el hombre inventa historias, ha construido un México paralelo en su imaginación y es el que «vende». Opera desde un manual preconcebido, como todos los populistas que acceden al poder. El patrón es el mismo, sea un populista de derecha, como Bolsonaro, o de izquierda, como López Obrador. López Obrador no tiene ideología, es un hombre autoritario decidido a ejercer el poder sin contrapesos. Sí es una amenaza a la convivencia social porque la polarización que está alimentando es el instrumento ad hoc para su supervivencia. Sus hechos lo pintan de cuerpo entero. No tiene ni idea de lo que significa gobernar y administrar un país. La pandemia, en vía de ejemplo, la negó y la minimizó, mostró su ineptitud para manejarla, empezando por el rechazo a las recomendaciones sanitarias. Y hoy su capricho a no permitir que la iniciativa privada pueda adquirir vacunas y la deleznable exhibición electorera de sus «siervos de la nación» lucrando con una tragedia. Asimismo su falta de apoyo a las micro, medianas y pequeñas empresas, las más afectadas en esta crisis económica que hoy atravesamos. Cuando esto escribo se publica con datos duros del Inegi el aumento de la desigualdad social por la caída del empleo de los trabajadores de menores ingresos en un 44%, en comparación con el 8% de los que reciben mayores salarios. ¿Primero los pobres? Y el desbarajuste en política internacional, la relación que empieza con el pie izquierdo con los vecinos del norte, al que le guste o no estamos vinculados por geografía y negocios, etc., el pésimo manejo del tema de Cienfuegos… Su capricho de gobernar de manera unipersonal, mandando al carajo las instituciones, como lo ha venido haciendo, con la complicidad de su mayoría en el Poder Legislativo… De verdad que si el 6 de junio de este año no acudimos a votar informados y en conciencia, a este país se lo va a cargar la trampa. Y todos seremos responsables de semejante hecatombe.
¡Qué tragedia la nuestra!, pasamos de un gobierno de tecnócratas al de un histrión de reality show… para decirlo de manera educada. Disculpen los anglicismos pero si lo digo en castellano… No… así se queda…