Mondragón para el Muro de Honor

Hasta hace seis años no existía el nombre de ninguna mujer en el Muro de Honor del Congreso local. Y hasta la fecha no existe ninguna mujer en la Rotonda de los Hombres Ilustres del Panteón de Saltillo, que sigue siendo de puros varones aunque le hayan cambiado el nombre por el de las «Personas Ilustres», un pequeño avance contra la misoginia ancestral y casi perenne que aún ronda por este país.

En 190 años de la historia de este Congreso local no hubo el nombre de ninguna mujer inscrito con letras doradas en el Muro de Honor del salón de sesiones de este Poder del Estado. Fue hasta 2014 que se develó el de la poetisa Enriqueta Ochoa como mujer con méritos para acceder a tal reconocimiento. ¿No hay más?

Un asunto que puede cambiar ahora que las féminas son mayoría en esta LXII Legislatura compuesta por 15 diputadas y 10 diputados. Más aún cuando ha sido electa una mesa directiva conformada por puras mujeres para conducir los trabajos de este Congreso estatal.

El hecho de que sólo exista una mujer en el Muro de Honor tiene un oscuro fondo misógino y excluyente por el predominio de los hombres en la vida pública de México.

Inscribir a más mujeres en el Muro de Honor coahuilense es un acto de equidad y reconocimiento para el género femenino, más no una labor por la que deba trascender esta Legislatura.

Aunque por algo se empieza, y si acaso llegan más mujeres al homenaje de las letras doradas será de plena justicia y reconocimiento.

Hace algunos años recordamos la trayectoria de la periodista Magdalena Mondragón Aguirre (1913-1989). Una admirable mujer.

Y en verdad que fue admirable la Mondragón. Aquí algunos matices publicados con anterioridad.

Magdalena fue la primera reportera de policía a nivel nacional. Excelente reportera. Lo que nunca ha podido ser ni será este columnista que admira a los reporteros que tienen los atributos carentes en el suscrito: una intuitiva sagacidad, reflejos de cazador, movilidad incansable y un olfato finísimo para seguir las huellas de la información. Doña Magdalena fue en La Prensa la versión femenina de Eduardo «el Güero» Téllez, pero nunca reconocida en ese género que hasta la fecha es casi exclusivo de los hombres.

En el sexenio de Miguel Alemán sufrió un atentado perpetrado por los pistoleros de Jorge Pasquel, sexenio en que su libro Los presidentes dan risa fue confiscado por los esbirros del represor.

Magdalena Mondragón es reconocida a nivel mundial como la primera directora de un periódico en México, en años en que las mujeres ni siquiera tenían derecho al voto.

Hoy existe un premio nacional de periodismo que lleva su nombre. Y en la UAdeC un premio de ensayo y cuento en su memoria.

En 1983 recibió el Premio Nacional de Periodismo de manos de Miguel de la Madrid. Desafió al presidente al ir vestida de negro: «Vengo de luto porque para mí, la libertad de expresión ha muerto».

Al año siguiente mataron a su amigo y director Manuel Buendía. Ahí está Bartlett en la 4T que sabe todo al respecto. Ella, presagiando la impunidad, escribió el ensayo La muerte no se detiene.

Magdalena Mondragón Aguirre, oriunda de Torreón, merece estar en el Muro de Honor del Congreso local. A ver si lo valoran nuestras feministas diputadas.

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