El PRI da sus últimos estertores en el servilismo. El partido al que, según Fidel Velázquez, fundador y líder de la CTM, sólo podían quitarle el poder «a balazos», termina su ciclo casi centenario como una parodia de sí mismo. Satélite del presidente de turno desde su fundación, en 1929, hoy lo es de un exmilitante, Andrés Manuel López Obrador, cuyo movimiento, Morena, lo ha humillado en las urnas y fuera de ellas. El voto incauto de quienes apoyaron a candidatos del Revolucionario Institucional, sin importar sus antecedentes, para impedir el avance de la izquierda, se pagará con una nueva traición en la próxima legislatura, cuando sus diputados aprueben más iniciativas del presidente para reformar la Constitución.
A estas alturas, lo único que puede negociar el PRI con la Cuarta Transformación son sus votos en la Cámara de Diputados a cambio de impunidad para quienes mueven los hilos. A menos que la disidencia abandone su pasividad, cobarde y oportunista, y plante cara a la pandilla que se apropió de un partido sin liderazgo, ética ni moral, por el cual cuatro de cada diez ciudadanos jamás sufragarían, de acuerdo con una encuesta de Reforma publicada seis meses antes de las elecciones de junio. La voluntad reflejada en las urnas demostró que el rechazo es todavía mayor. Perder 15 de 15 estados, ocho de los cuales pretendía retener, solo admite una lectura: el partido fundado por Calles ha pasado a mejor vida.
La imposición de Rubén Moreira Valdés para pastorear a los diputados del PRI en la próxima legislatura insulta no solo a la militancia y al rebaño, sino a los votantes de ese partido. El exgobernador protegió los desmanes de su hermano Humberto y bloqueó toda iniciativa presentada en el Congreso local para investigar la deuda y otras fechorías. El propio Moreira II es acusado de desviar cientos de millones de pesos del erario estatal y federal a empresas fantasma. Rubén persiguió al PAN y atrajo a algunos de sus cuadros con dinero, favores y cargos burocráticos irrelevantes. Descendientes de panistas ilustres se vendieron por un plato de lentejas.
Político codicioso, sin escrúpulos y de una megalomanía sin fronteras, Moreira representa un estorbo para Miguel Riquelme. El gobernador demanda al grupo parlamentario del PRI congruencia para no subordinar su agenda a la de la Cuarta Transformación ni ser comparsa del presidente López Obrador, sino contrapeso real, algo que nunca ha sido. Si algo ha distinguido a Moreira en la actual legislatura es justamente su entreguismo y falta de compromiso con los votantes a cuya confianza se apela en cada elección para enseguida defraudarla.
Partido antidemocrático por antonomasia, el PRI se amputó su brazo social en 1987, cuando aceptó la candidatura presidencial de Carlos Salinas de Gortari y la implantación del neoliberalismo predador. Las advertencias y críticas de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y otros líderes de izquierda se respondieron con amenazas y forzaron su renuncia. Las corrientes reformistas —moderadas y radicales— tardaron 36 años en ganar la presidencia. La alternancia PRI-PAN fracasó por ser continuación del mismo modelo económico arbitrario, excluyente e injusto. El PRI termina sus días en la ignominia, bajo la conducción de un incompetente y pusilánime Alejandro Moreno. Final digno de unas siglas utilizada para envilecer la política y abusar del poder. Morena es su némesis.