La pluma de Sergio Ramírez pone a temblar al dictadorzuelo Ortega

Acusado de fomentar e incitar «al odio y a la violencia», el Premio Cervantes, clave en la Revolución Sandinista, denuncia desde el exilio el encarcelamiento de «mujeres y hombres dignos de todas las condiciones sociales»

Talibanes revelan su faz en Afganistán e inicia el terror

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez —Premio Miguel de Cervantes 2017— abandonó su país en junio a sabiendas de que, más pronto que tarde, el Gobierno de Daniel Ortega iría tras él como parte de la persecución del régimen contra los opositores ante la proximidad de las elecciones presidenciales del 7 de noviembre. Y no se equivocó.

El 8 de septiembre, tres meses después de haber partido a Costa Rica, el Ministerio Público acusó a Ramírez de «realizar actos que fomentan o incitan al odio y la violencia» y emitió una orden para su captura.

«La violencia ha sido mala madre en Nicaragua, la violencia ha generado nuevas tiranías siempre, las revoluciones siempre han creado nuevos caudillos y otra vez a luchar contra ese caudillismo, la pretensión de quedarse en el poder para siempre».

Sergio Ramírez, escritor

El autor de Adiós muchachos, —memoria de la Revolución Sandinista— ha denunciado la injusticia en Nicaragua que acosa y encarcela a «mujeres y hombres dignos de todas las condiciones sociales».

La situación no está exenta de ácida ironía porque durante la dictadura de los Somoza —combatida por Ortega como uno de los líderes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)— Ramírez sufrió las mismas represalias.

«No es la primera vez que ocurre en mi vida. En el año de 1977 la familia Somoza me acusó por medio de su propia fiscalía, y ante sus propios jueces, de delitos parecidos a los de ahora: terrorismo, asociación ilícita para delinquir, y atentar contra el orden y la paz, cuando yo luchaba contra esa dictadura igual que lucho ahora contra esta otra» (Reforma, 10.09.21).

A pesar del exilio, el vínculo con la tierra que lo vio nacer y su preocupación por la situación política que atraviesa resultan evidentes. En su más reciente novela, Tongolele no sabía bailar, Ramírez utiliza las protestas antigubernamentales de 2018 como escenario para la trama. «No puedo rechazar la fascinación que sobre mí ejerce Nicaragua como realidad política que refleja también una realidad que vivimos en América Latina. Es un riesgo que decidí asumir», asegura.

El triunfo de la Revolución Sandinista y el ascenso al poder del FSLN, convertido en partido político luego de ser guerrilla, no cambió el sistema represivo nicaragüense, solo el nombre del caudillo.

Una vez que Ortega recuperó las mieles de la presidencia el 10 de enero de 2007 —antes las degustó brevemente de 1985 a 1990— ya no estuvo dispuesto a volverlas a perder. Para garantizarlo mantiene la mano dura contra quienes se atrevan a desafiarlo o cuestionar sus métodos de gobierno.

En medio año la Policía Nacional de Nicaragua ha detenido, al menos, a 34 políticos opositores y activistas, entre ellos siete precandidatos presidenciales que por tal motivo no pudieron inscribirse en el proceso. Tres de ellos están acusados de cometer conspiración para cometer menoscabo a la soberanía nacional, delito que ha sido rechazados por sus abogados y familiares.

Al dictador Anastasio Somoza Debayle, tercer y último miembro de la dinastía somocista, derrocado por el FSLN, le faltaron pocos meses para completar una década en el poder —dividido en dos periodos de gobierno—. Hoy, a Daniel Ortega le faltan también pocos meses para sumar 20 años —dividido en cuatro periodos de gobierno— y quiere más, al costo que sea necesario.

«No importa cuánto envejezca, no importa la edad que tenga, pero en la perspectiva del poder nunca se acaba ni con la idea de la muerte», recuerda Ramírez. E4


Talibanes revelan su faz en Afganistán e inicia el terror

Mientras duró la salida del ejército estadounidense de Afganistán, junto con profesionistas y familiares que temían por su vida ante la llegada de los talibanes, el nuevo régimen aseguró que respetaría a la prensa y les permitiría a sus representantes desarrollar libremente su trabajo por el bienestar del futuro de la nación.

«Los periodistas que trabajan para los medios de comunicación públicos o privados no son delincuentes y ninguno de ellos será perseguido. Para nosotros, estos periodistas son civiles y, además, son jóvenes con talento que constituyen nuestra riqueza. No habrá ninguna amenaza contra ellos. Si, en algunos lugares, los periodistas se han quedado en casa, es por la situación de guerra. Pronto podrán trabajar como antes» fueron las palabras del portavoz talibán, Zabihullah Mujahid, a Reporteros Sin Fronteras.

Poco más de una semana después, el 9 de septiembre, la imagen de los cuerpos golpeados y llenos de moretones de los periodistas Nemat Naqdi y Taqi Daryabi, desmiente esta declaración.

Tanto Naqdi como Daryabi trabajan para el portal de noticias Eliaatroz, especializado en reportajes e información sobre Afganistán, y se encontraban cubriendo una protesta de mujeres en Kabul —que a la postre fue declarada ilegal por el Gobierno— cuando un grupo de agentes de seguridad talibanes se los llevaron a una estación de policía y les pegaron con bastones, cables eléctricos y látigos.

«Ocho de ellos vinieron y empezaron a golpearme con palos, porras y lo que tuvieran a la mano. Las marcas que tengo en la cara son de zapatos», explica Daryabi. «Me quedé inconsciente después de eso. Entonces me llevaron a otro edificio donde había celdas y me dejaron. Apenas podía caminar, pero nos decían que camináramos rápido. Tenía un dolor muy fuerte» (BBC, 09.09.21).

A Naqdi no le fue mucho mejor. Los talibanes intentaron arrebatarle su cámara fotográfica apenas comenzó a tomar fotos de la protesta. «Uno de los ellos puso su pie en mi cabeza, aplastando mi rostro contra el cemento. Me patearon en la cabeza… pensé que me iban a matar». Cuando les preguntó por qué estaba siendo golpeado solo le respondieron: «Tiene suerte de que no te decapitemos» (BBC, 09.09.21).

Organizaciones como RSF se muestran preocupadas por la preservación de los derechos y la integridad física de los periodistas que realizan su labor en la nación árabe pues temen que los abusos y las arbitrariedades cometidas por el nuevo régimen vayan en aumento.

«Esta represión de los medios de comunicación se ha producido inmediatamente después del anuncio del nuevo Gobierno. ¿Qué queda de los compromisos talibanes de respetar la libertad de prensa y proteger a los periodistas? La única manera de que los talibanes demuestren que sus promesas valen algo es llevar sin demora a los autores de esta violencia ante la justicia, y evitar que se sigan violando los derechos fundamentales de los periodistas» publicó RSF en su sitio web. E4

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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