La relevancia de la participación ciudadana

Seguiré insistiendo, subrayando, aunque suene a cantinela, que la única manera fehaciente en la que México va a cambiar para bien de los mexicanos, es con la participación de todos y cada uno de nosotros desde la trinchera que libremente elijamos para hacerlo, no obstante que a gobiernos del pasado y del presente les valga una pura y dos con sal generar esa cultura sustantiva que acarrea desarrollo y crecimiento individual en beneficio de la comunidad de la que se es parte. Cuando a ti te enseñan desde que eres niño que no eres lobo estepario y que fuiste diseñado naturalmente para ser gregario, el florecimiento de la civilización se da. Hoy tenemos un México disperso, dividido, acicateado por el fanatismo de un gobernante que está convencido de que la razón la trae inmersa en su persona, y que entre más odio y divisionismo inyecte a sus compatriotas, él crece y fortalece su enfermiza voracidad de poder.

Esa ausencia de cultura que integra ha provocado que los mismos gobernados estimen que carecen de capacidad para incidir en las decisiones sociales que les atañen por ser parte sustantiva de México. Crece la desconfianza en las instituciones y también la desesperanza para transformar lo que se sabe, porque se sufre en carne propia, que Debe de ser distinto, y esto desalienta y entonces se asume el papel de mirón de palo, obrando esta circunstancia en el debilitamiento del tejido social. Y si a esto le agrega las condiciones de desigualdad que son lacerantes en nuestro país, el manejo discrecional de quienes detentan el poder público, la manga ancha para la corrupción y la impunidad, la participación ciudadana se inhibe y pocos son los que se animan a enfrentarla.

Yo estoy convencida de que precisamente este estado de casos tan deprimente, este desprestigio del quehacer político dominado por intereses de grupo o individuales, la desvergüenza de partidos políticos que ni siquiera en su interior practican la democracia, el imperio de la política mercadotécnica, entre otras «lindezas», debiera actuar a contrario sensu y acicatear la participación ciudadana en toda su plenitud. Quienes están conscientes de esta realidad, y hay que mencionarlo, porque sería faltar a la verdad, han trabajado para introducir conceptos de la democracia ampliada, de la directa, o democracia de la Ciudadanía, la que implica no solamente el derecho al sufragio —que tan altos índices de abstención presenta—, sino de otros derechos y de la presencia de una relación acorde con los tiempos actuales entre gobernantes y gobernados.

En nuestro país el avance de esta participación ha sido muy lento. Fue hasta junio de 2002 y febrero de 2004, después de sendos debates, que inició la modificación vía reformas legales de una nueva relación entre sociedad y gobierno. Y no obstante, al no existir esa cultura de participación arraigada en el ser y el sentir de los mexicanos, los programas que establecen nuevos mecanismos para esa vinculación, pareciera como si no existieran. Y es que para que la participación ciudadana exista, como lo apuntan los estudiosos del tema, se necesita que haya una sociedad viva, informada —no manejada como borregos, tratada como recua, por la runfla de zánganos y sinvergüenzas que abunda en este país—, echada para delante, clara de su investidura, dispuesta a utilizar las nuevas herramientas para definir lo que ellos en su calidad de dueños de la casa quieren para su casa, no lo que impongan los gobernantes, que no son otra cosa, que mandantes suyos, a su servicio, temporales y pagados.

Es un largo listado de derechos que me voy a permitir compartirle, aclaro que no son todos, pero sí de los más relevantes, y que nos están reconocidos desde hace décadas, pero que millones de mexicanos ignoran, porque no se los han enseñado ni en su casa, ni en la escuela, y esto de verdad que es una irresponsabilidad de los padres, y una perversidad en las aulas: «El derecho a la libertad de opinión y de expresión, de pensamiento, de conciencia y de religión, de asociación y de reunión pacíficas. El derecho a la libertad de investigar y de recibir y difundir informaciones e ideas por cualquier medio de expresión. El imperio de la ley, incluida la protección jurídica de los derechos, intereses y seguridad personal de los ciudadanos y la equidad en la administración de la justicia, así como la independencia del Poder Judicial. El derecho al sufragio universal e igual, así como a procedimientos libres de votación y a elecciones periódicas libres. El derecho a la participación política, incluida la igualdad de oportunidades de todos los ciudadanos para presentarse como candidatos. Instituciones de gobiernos transparentes y responsables. El derecho de los ciudadanos a elegir su sistema de gobierno por medios constitucionales u otros medios democráticos. El derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a la función pública en el propio país.»

Uno de los instrumentos probados, para fomentar el cambio de una sociedad y desarrollar la solidaridad y la subsidiariedad, valores sine qua non, para que una nación se consolide como tal es la participación ciudadana». Cuanto se haga en este ámbito bajo su batuta mejora la calidad de vida y el bienestar.

Valores democráticos

Enseñar valores y actitudes que abrevan en la democracia entendida como forma de vida trae consigo sociedades más participativas y cohesionadas, empeñadas en privilegiar el bien común por encima del personal. Y no estoy inventando nada. Los invito a leer sobre la cultura que impera, verbi gratia, en los países nórdicos.

¿Se puede? Claro que se puede. Ya estuvo suave de tanta mezquindad, de tanta ratería y de ribete sin castigo, de sátrapas de todos los colores, que les vale una pura y dos con sal el bienestar de sus gobernados cuando llegan al cargo público, sea este del tamaño que sea, algunos se trepan en un ladrillo y ya no les alcanza el oxígeno, ahora a los que se paran en un montículo, pues a robar sea dicho, al cabo que en este país se venera a los corruptos y no se baja de estúpidos —hay otra palabrota que describe mejor— a quienes se conducen con honestidad y probidad. ¿Queremos que eso cambie? Pues participemos, enseñemos a nuestros hijos, a nuestros nietos, que es un derecho y una obligación ser parte activa en nuestra comunidad y metámosles en el entendimiento que gobernar es sinónimo de servicio, y que tendremos buenos gobernantes emanados de una sociedad que así, con esa mentalidad, los forme y los eduque, porque coincidirá usted conmigo que no vienen ni de Júpiter ni de Marte. Todos aquellos proyectos comunitarios implantados que se impulsan desde la ciudadanía organizada hacen la diferencia a la hora de detectar problemas y buscar soluciones ad hoc. De ahí la relevancia de fomentar ese cauce de sentido de comunidad y responsabilidad, desde la infancia. Implantar valores desde esa edad es una maravilla, porque serán parte de su ser interno, de sus convicciones, generará conciencia ciudadana, identidad y apego por lo que hay que luchar siempre, es el culmen del bien en plural. La suma a esto en el ámbito educativo refuerza este sentimiento. Implantar asignaturas en donde el ámbito social tenga una relevancia objetiva. Bien usar la Historia, la antropología, la economía, para incluir temáticas vinculadas al desarrollo de proyectos sociales, al voluntariado, a la participación con la comunidad de la que son integrantes. De esta manera aprenderán a empatizar con la problemática cultural, social o económica de su entorno. Desarrollarán desde pequeños adhesión a su colectivo, y aprenderán que acordar y consensuar a la luz del día es un ejercicio que enriquece su bagaje interior.

Con la participación ciudadana las desigualdades sociales, económicas y medioambientales que hoy nos abaten se eclipsan y abren la puerta a la primacía de atención a los intereses que le son comunes a la población. La participación ciudadana empodera a la sociedad para bien, le cambia la visión singular por una en la que todos son incluidos, en la que nadie sobra y todos tenemos algo positivo que aportar. Se aprende como reza el viejo dicho que «vivir bien es conveniencia propia», nomás hay que construirlo entre todos.

Estamos generando, al paso que vamos, una sociedad aislada, individualista hasta el tuétano, preocupada por lo de encima, por lo que se ve, por la imagen, por el egoísmo, por el yo hasta la fatuidad, por el yo valgo por cómo me veo no por lo que soy. Hay una apatía sobrecogedora en la juventud y esto va a hacerles mucho daño en la adultez. Son analfabetas en materia cívica. Y en eso hay una corresponsabilidad espantosa de sus padres, sobre todo, más la que suma la insensibilidad de una pseudo educación en las aulas, que en nada coadyuva a su desarrollo integral como personas. El grueso de los jóvenes mexicanos abomina la política, y lo dicen en las encuestas, al 46% le interesa poco, al resto no le interesa nada. Y en mucho, subrayo, es porque no han recibido una educación cívica que los provea de los conocimientos necesarios para el ejercicio integral de su investidura ciudadana y la relevancia que esto tiene.

De modo que hay tarea por delante. Obliguemos a la autoridad para que convierta en primacía la educación, para que se encargue de formar individuos exitosos, realizados. Y a los padres para que asuman una responsabilidad ineludible que tiene mucho que ver con el amor y con los valores interiores que hacen verdaderamente libres y seguros de sí mismos a los humanos.

Licenciada en Derecho, egresada de la UNAM. Posee varios diplomados, entre los que destacan Análisis Político, en la UIA; El debate nacional, en UANL; Formación de educadores para la democracia, en el IFE; Psicología de género y procuración de justicia. Colabora en Espacio 4, Vanguardia y en otros medios de comunicación.

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