La segunda vuelta presidencial… ¿en México?

Emmanuel Macron le ha ganado a la candidata de ultraderecha, Marine Le Pen, en la segunda vuelta de las elecciones vividas en Francia este domingo 24 de abril. El hombre que no admite que se le ubique ni en la derecha ni en la izquierda gala, se ha llevado un 58,5% de los votos frente el 41,5% de sufragios para su contrincante. Cabe destacar que es el primer presidente que resulta reelecto desde que en 2020 se redujo el mandato del ejecutivo de siete a cinco años. La diferencia es menor a la de las presidenciales del 2017, porque entonces hubo más de 30 puntos de diferencia. De hecho, aún y cuando la votación no favoreció a Le Pen, es el resultado más alto que ha tenido su partido desde 1969. Y todo esto viene a colación porque en México hace tiempo que se ha propuesto la segunda vuelta y nunca ha prosperado.

¿Y qué es la segunda vuelta electoral? Es una variante de los sistemas de mayoría; que funciona como un mecanismo de desempate cuando en una elección ningún candidato obtiene la mayoría absoluta en primera vuelta. La segunda vuelta ya existe en gran parte de los sistemas presidenciales latinoamericanos bajo la premisa de que el ganador obtenga mayor legitimidad. Cabe destacar que sus orígenes remontan al Medioevo, las «ballotaggio» eran comunes en las primeras repúblicas de Venecia, Florencia y Génova, hasta su inclusión en los sistemas políticos modernos.

Nuestro país es un país marcadamente presidencialista —de hecho, estamos «enfermos» de presidencialismo— que mantiene un sistema de elecciones de mayoría simple. Durante todo el siglo XX los presidentes del partido hegemónico eran electos con amplísimos márgenes de votación, de ahí la frase de «gánale al PRI». Verbi gratia, López Portillo llegó a la presidencia con el 93.5% de los sufragios a favor. Y no tenía nada de sorprendente, ya desde antes de la elección se sabía que el que iba a ganar sería el candidato del tricolor, porque en México la democracia sigue siendo enteca y más en los años del sistema del autoritarismo civil incrustado por el priato.

A diferencia de otros países latinoamericanos que llegaron a la democracia por la vía de los pactos o el declive de los regímenes militares, en México la transición se ha dado por la vía electoral, a través de reformas legales que fueron abriendo puertas al pluralismo político que implica entre otras consecuencias, mayor representación de las minorías en el Poder Legislativo nacional y local, Gobiernos de otros partidos municipales y locales, hasta la primera alternancia en la Presidencia de la República en el año 2000 y en el siguiente sexenio. Ya de 1998 a 2012 los resultados de los comicios fueron con menos del 40% de los votos. Los gobiernos a partir de entonces fueron divididos, se acabaron las mayorías absolutas del otrora «invencible» e inició la creación de organismos autónomos, entre ellos el lFE, hoy INE.

Todo esto abonó para que en la reforma de 2013, durante el gobierno de Peña Nieto, se dieran cambios estructurales en diferentes ámbitos, como el educativo, el financiero, el político, el hacendario, etc. Llegar a acuerdos implicó mucho diálogo con las dirigencias de los diferentes partidos políticos, que culminaron con su aprobación en el Congreso de la Unión y las legislaturas locales.

Mantener la gobernabilidad en el terreno del pluralismo político y alcanzar objetivos comunes es una característica propia de la democracia. La legitimidad ganada en las elecciones es piedra de toque, de ahí entonces, que dados los márgenes de victoria reducidos que hemos tenido, se piense en la introducción al sistema político mexicano de la segunda vuelta electoral, en aras de mantener la gobernabilidad. En 2006, la elección presidencial fue la más cerrada que hemos vivido, Felipe Calderón se convirtió en presidente de la República con una diferencia de 0.6% de quien obtuvo el segundo lugar, Andrés Manuel López Obrador.

De 1988 a 2018 se presentaron 32 iniciativas de reforma constitucional y legislativa para implementar la segunda vuelta electoral en la elección del presidente. Y no han prosperado, sigue siendo un tema tabú para la cultura política imperante en nuestro país. Estimo que ya es impostergable que lo retomen. No solo por la legitimación de quien ocupe la primera magistratura y por la gobernabilidad que debe mantenerse, sino porque es urgente un cambio de mentalidad en los mexicanos con respecto a la responsabilidad que ya debe asumirse en la elección de nuestros gobernantes.

Es esencial cerrarles el camino a la polarización y a la confrontación y trabajar en pro del entendimiento civilizado, sin estridencias, sin insultos. Pero esto implica que la población tenga un grado mínimo de conocimiento al respecto, y como que esto no es prioridad ni para los gobiernos ni para los partidos políticos, no se impulsa. Es sustantivo que los electores entiendan que votar no es solo un derecho, sino una obligación, así lo consigna la Constitución de la República, de tal suerte que es un deber ciudadano ponderar sus decisiones en el momento de emitir su sufragio. «El voto —como decía John Lewis, el activista defensor de los derechos humanos— es preciado. Es la herramienta sin violencia más poderosa que tenemos en una sociedad democrática y debemos usarla».

Es cierto que, en las elecciones presidenciales del 2018, López Obrador ganó con un amplio margen de diferencia, pero esto no significa que los subsecuentes serán electos también así. Y a lo que se ve en el ambiente, es bien factible que se vuelva a las elecciones con resultados muy cerrados.

El sistema político mexicano necesita oxigenación, buscar alternativas que lo innoven para fortalecer nuestra democracia. Los legisladores deben estudiar diferentes variantes para la segunda vuelta. Hay una que generalmente funciona, y que estriba en que solo hay segunda vuelta si la diferencia entre el primero y el segundo competidor es menor a 10% de la votación válida emitida y si quien ocupa el primer lugar alcanzó un porcentaje menor a 40% de los sufragios. Ahí sí que la segunda vuelta sería un verdadero instrumento de desempate.

La segunda vuelta como expresa la doctora en Ciencias Políticas Cynthia Mc Clintock, es superior a la mayoría relativa, toda vez que baja el umbral de acceso a una competencia real en las elecciones a la presidencia de la República y a la vez privilegia dos aspectos primordiales para todo el sistema político, como son el apoyo mayoritario al triunfador y lo presiona a adoptar posiciones ideológicas y programáticas inclusivas que le permitan gobernar con menos fricciones y más en armonía con los otros actores políticos, y esto obra en beneficio de la población.

Es impostergable en nuestro país un diálogo abierto sobre la segunda vuelta presidencial, y el diálogo implica «escuchar y se escuchados». Los gobernantes tienen que entender que, en un país tan grande en donde confluyen muchos Méxicos, es imprescindible la apertura. Hay mucho material escrito de experiencias en otras latitudes del mundo, de modo que no partiremos de cero, sin duda que habrá que «tropicalizar» la figura a la idiosincrasia de nuestra tierra. Se trata de un asunto que no es menor. Por eso mismo el debate tendrá que ser informado, con toda la sobriedad y la serenidad que se requieren.

Ya tenemos diversas iniciativas que el Congreso tendrá que estudiar y enriquecer con lo que se genere en el parlamento abierto al que sin duda deberán convocar. La segunda vuelta nos abre nuevos derroteros y como mexicanos, ciudadanos y sobre todo en nuestro carácter de destinatarios directos del quehacer público, tenemos el deber de informarnos, de opinar y de actuar en consecuencia.

Licenciada en Derecho, egresada de la UNAM. Posee varios diplomados, entre los que destacan Análisis Político, en la UIA; El debate nacional, en UANL; Formación de educadores para la democracia, en el IFE; Psicología de género y procuración de justicia. Colabora en Espacio 4, Vanguardia y en otros medios de comunicación.

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