Las tres B desarmadoras

A propósito del valor responsabilidad cívica y del respeto a los recursos técnicos viales que aquí se mencionan.

«Y en aquel lejano y fantástico país imperaban las boyas, los bordos y los baches».

Empiezo por estos últimos, es decir, por los baches.

Por sus dimensiones los hay pequeños, medianos y enormes, y por su profundidad los hay no muy profundos, profundos y ¡profundísimos!

Más que por sus dimensiones de longitud o profundidad, los baches son temibles por sus facultades destructivas.

Existen, por ejemplo, los «baches trampa»: tienen justo la medida del diámetro de la llanta de tu automóvil y la profundidad necesaria para que si la pobre llanta cae ahí… ¡ya no salga! No por lo menos con la ayuda del motor, ni con la buena voluntad de quienes te quisieran ayudar a levantarlo. Daños colaterales: los que se hayan causado por el golpazo metálico que se oyó al caer tu carro en «la trampa».

Parientes cercanos de esta clase de baches son, desde luego, ¡las alcantarillas sin tapa!

Hay otros baches a los que podemos denominar «baches navaja»: no son muy profundos y, de hecho, por su apariencia no parecen presentar mucha amenaza. Pero… entras… y al salir del mismo te topas traumática y dolorosamente con un inmisericorde borde afilado que fácilmente acaba con tu llanta.

Hay también «baches lunares», no porque sean como cráteres de la luna sino porque se nos aparecen repentinamente formando un considerable espacio de terracería que rompe abrupta y peligrosamente con la seguridad y la tranquilidad que nos da ir conduciendo sobre pavimento. Son de considerable extensión, pero no son muy profundos ni disparejos por lo que no son «tan» peligrosos como los otros. A dichos espacios repentinos e imprevistos de terracería tu carro entra y sale sin mayor problema, a no ser que vayas a exceso de velocidad.

Semejantes a los anteriores solo por su extensión, pero no por su profundidad, son los «baches cráter» o «baches volcán».

Estos sí, además de extensos, son muy profundos, a tal grado que en ellos cabe tu automóvil, y de caer en uno de ellos, el mismo se puede ¡hasta volcar! Lee, si no, las noticias sobre accidentes viales, en la prensa, para que veas que sí los hay.

¿Bordos? Hay bordos que no parecen bordos sino ¡bardas! Porque primero logras «treparlos» y luego no bajas… ¡caes!

Otros bordos, también totalmente inmisericordes, por cierto, son los que técnicamente han dado en llamar «topes de lavadero» a los cuales yo con mayor propiedad les doy yo el apelativo (¡sobre todo cuando el número consecutivo de los mismos resulta excesivo!) de «topes afloja todo».

Y cuando digo «afloja todo», es porque aflojan todo. No nomás el automóvil.

¿Las boyas? Yo diría que son las parientes «técnicas» y «modernistas» (no por su antigüedad sino por su fabricación tecnológica) de los bordos. Tienen una apariencia de «mansedumbre» y pueden ser hasta «bonitas»; pero, si haces confianza, provocan más daño que sus primos los bordos: su enorme peligro se esconde en que son bajitas… ¡pero resbalosas!: subes y no caes para adelante, sino que resbala la llanta abruptamente hacia un lado, con posibles lamentables consecuencias para el eje o los baleros de las ruedas de tu automóvil. Además, si en la división de un camino en «Y» (y griega) anunciada con dichas boyas te equivocaste y luego repentinamente y sin reducir la velocidad intentas corregir tu rumbo y tomar el camino contiguo a aquel en el que venías subiéndote sobre las boyas, corres el peligro casi inevitable de volcarte, como ya les ha sucedido en diversas ocasiones, aquí en nuestra ciudad, a algunos conductores.

Queda fuera de toda discusión, desde luego, el que tanto las boyas como los bordos, utilizados de una manera racional y no desproporcionada son una medida que en circunstancias específicas resulta necesaria e indispensable para la seguridad pública tanto vial como peatonal, y que todos debemos invariablemente actuar con responsabilidad cívica ante dichos recursos técnicos, cuya finalidad no es otra que proteger a la ciudadanía evitando posibles fatalidades y accidentes.

Cabe aclarar que las clasificaciones que aquí se relacionan no son, de ninguna manera, exhaustivas.

Letanía del automovilista

A propósito de los valores de civilidad, responsabilidad, respeto a los demás, limpieza… y de otros más.

Líbranos, Señor…

De encontrarnos peligrosamente adelante, en medio, o atrás de dos camiones de transporte urbano que vayan jugando carreras.

De algún motociclista que vaya «que se lo lleva el diablo» y que «sin decir agua va» me rebase intempestivamente por la derecha.

De quienes para dar vuelta a la izquierda ponen a funcionar la direccional de la derecha, y viceversa, y de quienes ni para una ni para la otra cosa encienden la luz direccional.

De quienes estén detrás de mí esperando la luz verde del semáforo y que cuando la misma aparece, invariablemente y «por sistema» en lugar de presionar el acelerador lo que presionan es el claxon.

De quienes de improviso se detienen y se estacionan en doble «fila», no obstante que en donde se detienen hay un solo carro estacionado y el resto de la cuadra está libre.

De llegar al cruce de una esquina y no poder avanzar porque el señor agente de tránsito está muy entusiasta y amigablemente platicando con el conductor de un camión repartidor de refrescos o de transporte urbano.

De encontrarme de repente con mi carro en medio de una calle sin poder avanzar porque dos jóvenes, o dos señoras o señores nice o no nice se detuvieron sin consideración para estar platicando largo y tendido, de carro a carro.

De quienes, al parecer, no compraron un estéreo para su carro sino un carrito para su estéreo, ponen este a todo volumen y voltean orgullosos para cerciorarse de que los estamos escuchando… y mirando.

De uno o varios agentes de tránsito que con total falta de coordinación estén sustituyendo al semáforo cuando el mismo sí esté funcionando.

De quienes al toparse con otro automóvil en una calle en la que no hay espacio para los dos, son incapaces de ceder lo necesario para que dicha situación se resuelva de manera civilizada.

De ir detrás de un carro o de un camión de transporte ¿«urbano»?  en el que algunos de sus ocupantes arrojen a la calle sus bolsas de papitas o los restos de frutas o elotes con chile que ya consumieron, vasos desechables, servilletas o bolsas de plástico o papel.

De todas estas aberraciones viales y humanas y de una lamentable pérdida de los valores humanos… ¡líbranos Señor!

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