Lenguaje inclusivo y la Torre de Babel

Dice la leyenda bíblica que los hijos de los hombres llegaron a las llanuras de Sinaí y construyeron la Torre de Babel para llegar al Cielo. Dios confundió su lenguaje para castigarlos y entonces entre esos hombres ya no hubo entendimiento ni comunicación. Babel viene de la palabra hebrea «baibál», que significa confundir, como lo pretenden hacer los de la comunidad del arcoíris que ahora nos quieren confundir con su lenguaje inclusivo, una verdadera Torre de Babel. Y que no se ofenda la comunidad LGBTTTQI+.

Don Ramón Menéndez Pidal y don Miguel de Unamuno, cuyas lenguas maternas eran el gallego y el vasco, fueron grandes maestros del idioma castellano y ambos coincidieron en que nuestro idioma evoluciona de manera natural hacia la simplificación, hacia una constante brevedad y facilitación. Pero ahora, como en Babel, el lenguaje inclusivo confunde y dificulta la comunicación.

Abusar del idioma nos trae dificultades. Las palabras tienen peso, cierta gravedad, algunas son luminosas y otras tenebrosas, efectos que pueden provocar armonía y concordia, pero también discordia y confrontación.

Los creadores del idioma son quienes lo hablan y lo han ido conformando por cientos de años, y muy difícil resulta imponer modas por decreto. Como el impulsado por un miembro de la comunidad LGBTTTQI+ que, lamentablemente, acaba de perder la vida de manera trágica.

Y no estamos en contra de la comunidad LGBTTTQI+. Todos exigen igualdad, equidad, no discriminación y cuota de cargos públicos, pues también pagan impuestos.

Vivimos en un Estado fallido con respecto a la inseguridad, y pretender ahora imponer un lenguaje inclusivo mediante la coerción política es una discusión bizantina alentada por los políticos de una comunidad que pretende visibilidad cuando es obvio que la tiene y ha ostentado el poder de manera hegemónica. Todos sabemos que en Coahuila, el último régimen que fue encabezado en los tres poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, por miembros de la comunidad LGBTTTIQ+ fue muy cerrado y sólo benefició con los mejores puestos a miembros de su cofradía.

Pero pretender ahora galvanizar un lenguaje inclusivo en nuestra lengua materna es una sinrazón porque no creemos que existan muchas madres que estén inculcando ese lenguaje en sus hijas, hijos ¿e hijes? No tarda en que pretendan ahora reformar nuestra Constitución (federal y local) para redactar el desdoblamiento del género en su redacción. Entonces habrá que cambiar, por ejemplo, el Artículo 4, que deberá decir «La mujer, el hombre y miembres LGBTTTQI+ son iguales ante la ley» y también «Les niños, niñas y niñes tienen derecho…». Etcétera.

No creemos que el idioma sea la razón o la solución a la discriminación. Un artículo de Vanessa Solís en El Universal nos confunde: «Le Magistrade», «fue encontrade», «fue reconocide», «maestre», «no binarie», «elle», «le experte». Es muy complicado hablar o escribir así.

Nos toca comprender que hay problemas gramaticales que no tienen solución. Es recusable que los políticos, en ese afán adánico de nombrar las modas, nos lleven al caos en la comunicación. Complicar nuestro léxico sólo conseguirá más encono y polarización. Nuestro idioma es hermoso, no lo llevemos a Babel.

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