Hoy miré más allá de mis ojos, figuraban tras ellos un par de puertas, la primera sin cerradura.
Encontré miles de demonios, de esos monstruosos que asustan a cualquiera. Pero esta vez no corrí, sino que me acerqué lentamente para abrazar a cada uno, e incluso algunos me permitieron acariciarlos para, finalmente, reconciliarme con ellos.
El cerrojo me impedía entrar a la segunda puerta, hasta que de pronto me percaté de la llave en mi bolsillo que, al parecer, siempre había estado ahí.
Me adentré a las maravillas de un intelecto parecido a un universo, inmensas posibilidades y oportunidades que antes no apreciaba.
Sonará a cliché, pero me encontré conmigo misma más allá de mi oscuridad. Quedé tan impresionada que no deseaba salir de aquel éxtasis entre el tequila, la música, el canto y el baile.
Sólo entonces me sentí fuerte, grande y capaz. Capaz de callar miles de bocas, de pisotear mis miedos, de ignorar las críticas, pero lo más importante: capaz de aceptarme y amarme tal cual soy.